9/06/2019, 14:25
(Última modificación: 9/06/2019, 14:26 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Tiene razón, tío —asintió Kumopansa—. No vamos a dejarte aquí colgado como... bueno, como lo que eres, una puta araña, joder.
Yota sonrió para sí.
—No tenemos la certeza de que haya un cabrón psicópata, es verdad —replicó—. Pero tengo una corazonada. Todo esto me huele demasiado mal. Así que no lo estoy insinuando, te lo estoy pidiendo —Yota intentó reincorporarse de nuevo, pero una súbita oleada de dolor le hizo contraer el gesto y se rindió a la impotencia—. ¿Lo ves? Soy una carga demasiado pesada ahora mismo. Además, tu eres más importante, yo solo soy... bueno, un peón en este juego que es Oonindo. Tu tienes un cometido más importante en este tablero, Ayame.
Pero Ayame apretó las mandíbulas, con las mejillas encendidas de rabia.
—¡Deja de decir eso! ¡Ni tú eres un maldito peón, ni yo soy un maldito jarrón ornamentado! ¡Me niego a aceptar eso! ¡Y me niego a abandonarte aquí! ¡Los dos somos igual de importantes en este m...! —Ayame se interrumpió de golpe, con los ojos abiertos de par en par.
Sus ojos se nublaron de un momento a otro y su mirada se perdió en el infinito antes de que sus párpados se cerraran. La muchacha se derrumbó en el suelo, inconsciente. Y Yota apenas tuvo tiempo de ver algo de color verde sobresaliendo de su cuello antes de sentir un pinchazo en el suyo propio y sufrir el mismo destino que la kunoichi de Amegakure. De las sombras, una sombra alargada y rápida como una centella atravesó a Kumopansa, obligándola a abandonar aquel plano en una pequeña boluta de humo.
—¡¡UN CHAKA CHAKA UN!! —gritó una voz, antes de retomar la lanza arrojada contra el arácnido.
Ayame gimoteó para sus adentros y giró la cabeza a un lado. Sentía el cuerpo terriblemente pesado y la cabeza tan embotada como si una densa niebla envolviera su mente impidiéndole pensar con claridad. Incómoda en su posición, intentó moverse pero algo duro y rasposo se lo impidió: sus muñecas atadas tras su espalda, sus tobillos unidos entre sí y su cintura amarrada contra una estaca vertical. Cuerdas y más cuerdas la rodeaban. Además le habían quitado los mecanismos ocultos y los portaobjetos con sus armas y la habían descalzado sobre una pila con paja y madera.
Y Yota, que había recuperado la consciencia más o menos al mismo tiempo que ella, estaba pasando por el mismo dilema.
La kunoichi, aún con los sentidos embotados, luchó por mantener los ojos abiertos y la cabeza enderezada. Estaba tan aletargada que ni siquiera tuvo la consciencia para sentir miedo o, como mínimo, nerviosismo. Pero aquel profundo aturdimiento no le impidió ver la sombra que se alzaba frente a ellos, recortada contra una enorme hoguera que crepitaba tras él: un hombre increíblemente alto, armado con una lanza ornamentada con plumas y que vestía un extraño atuendo tribal. Sus rasgos estaban ocultos tras una máscara alargada de madera y que representaba un escalofriante rostro de ojos vacíos, colores vivos y una boca abierta de par en par como si fuera a devorarlos en cualquier momento. Llevaba el torso desnudo, pero pintado con diversas marcas de color naranja y un taparrabos de pieles y plumas cubriendo sus partes nobles.
—¡¡CHAKA CHAKA UN!!
Yota sonrió para sí.
—No tenemos la certeza de que haya un cabrón psicópata, es verdad —replicó—. Pero tengo una corazonada. Todo esto me huele demasiado mal. Así que no lo estoy insinuando, te lo estoy pidiendo —Yota intentó reincorporarse de nuevo, pero una súbita oleada de dolor le hizo contraer el gesto y se rindió a la impotencia—. ¿Lo ves? Soy una carga demasiado pesada ahora mismo. Además, tu eres más importante, yo solo soy... bueno, un peón en este juego que es Oonindo. Tu tienes un cometido más importante en este tablero, Ayame.
Pero Ayame apretó las mandíbulas, con las mejillas encendidas de rabia.
—¡Deja de decir eso! ¡Ni tú eres un maldito peón, ni yo soy un maldito jarrón ornamentado! ¡Me niego a aceptar eso! ¡Y me niego a abandonarte aquí! ¡Los dos somos igual de importantes en este m...! —Ayame se interrumpió de golpe, con los ojos abiertos de par en par.
Sus ojos se nublaron de un momento a otro y su mirada se perdió en el infinito antes de que sus párpados se cerraran. La muchacha se derrumbó en el suelo, inconsciente. Y Yota apenas tuvo tiempo de ver algo de color verde sobresaliendo de su cuello antes de sentir un pinchazo en el suyo propio y sufrir el mismo destino que la kunoichi de Amegakure. De las sombras, una sombra alargada y rápida como una centella atravesó a Kumopansa, obligándola a abandonar aquel plano en una pequeña boluta de humo.
—¡¡UN CHAKA CHAKA UN!! —gritó una voz, antes de retomar la lanza arrojada contra el arácnido.
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Ayame gimoteó para sus adentros y giró la cabeza a un lado. Sentía el cuerpo terriblemente pesado y la cabeza tan embotada como si una densa niebla envolviera su mente impidiéndole pensar con claridad. Incómoda en su posición, intentó moverse pero algo duro y rasposo se lo impidió: sus muñecas atadas tras su espalda, sus tobillos unidos entre sí y su cintura amarrada contra una estaca vertical. Cuerdas y más cuerdas la rodeaban. Además le habían quitado los mecanismos ocultos y los portaobjetos con sus armas y la habían descalzado sobre una pila con paja y madera.
Y Yota, que había recuperado la consciencia más o menos al mismo tiempo que ella, estaba pasando por el mismo dilema.
La kunoichi, aún con los sentidos embotados, luchó por mantener los ojos abiertos y la cabeza enderezada. Estaba tan aletargada que ni siquiera tuvo la consciencia para sentir miedo o, como mínimo, nerviosismo. Pero aquel profundo aturdimiento no le impidió ver la sombra que se alzaba frente a ellos, recortada contra una enorme hoguera que crepitaba tras él: un hombre increíblemente alto, armado con una lanza ornamentada con plumas y que vestía un extraño atuendo tribal. Sus rasgos estaban ocultos tras una máscara alargada de madera y que representaba un escalofriante rostro de ojos vacíos, colores vivos y una boca abierta de par en par como si fuera a devorarlos en cualquier momento. Llevaba el torso desnudo, pero pintado con diversas marcas de color naranja y un taparrabos de pieles y plumas cubriendo sus partes nobles.
—¡¡CHAKA CHAKA UN!!