9/06/2019, 16:41
Cuando el gran portón se abrió, n hombre de unos cuarenta años le recibió, siendo este el mayordomo de la casa. Era esbelto, formal, con el rostro ovalado y nariz pequeña. Tenía algunas entradas en su negra caballera, mientras en sus sienes eran apreciables ya algunas canas. Portaba bigote mostacho y una toalla colgando de su siempre flexionado brazo izquierdo. El caballero observó a la genin y luego se hizo a un lado para dejarla pasar.
—Pase usted señorita, por aquí— Le indicó.
Por dentro, la mansión era mucho más ostentosa. Las losas del suelo parecían espejos, mientras los pilares que sostenían el techo estaban tallados cada uno con un yōkai distinto. Había dos escaleras para acceder a los niveles superiores, aunque el mayordomo continuó por una puerta que estaba en medio de estas, guiándola a una sala ya más tradicional con piso de madera y paredes falsas en hoja de arroz con más de aquellos extraños motivos de seres fantasmales. Estaba muy bien amueblada con varios sillones y una mesita de cristal en el centro sobre la cual había una dulcera con caramelos.
—Espere aquí unos momentos por favor—. Se despidió el mayordomo con una reverencia.
Pasarían unos diez minutos en aquella estancia, hasta que finalmente se hizo presente el interesado.
Cuando la puerta corrediza volvió a abrirse, un apuesto muchacho se hizo presente. Vestía en traje azulado, con corbata incluida. Era apuesto, de nariz respingada, ojos pequeños, cejas proporcionadas y un mentón rematado en punta. Su cabello era corto y lacio, peinado perfectamente. Tipo perfecto, salvo que en su insípida expresión no podías vislumbrar una sonrisa
—Buenas tardes, yo soy Yako Hayate— saludó con una reverencia, aunque se mostraba muy frío. —Te has tardado más de lo esperado, así que ordené que metieran los libros en cajas para que no perdieses mucho más tiempo en ello cuando llegases acá. No me molesta mucho, pero si me gustaría deshacerme de todos esos libros de una vez por todas. Te mostraré a la biblioteca de mi padre, acompáñame— Se dio la vuelta y empezó a caminar.
Saldrían de la habitación para luego encaminarse a un pasillo, al final, encontrarían unas escaleras que bajaban hasta un sótano, alumbrado únicamente por velas en contraste a la instalación eléctrica del resto del edificio.
—Es aquí— anunció con su cortante tono.
En efecto, era una biblioteca en miniatura, cuyos estantes tenían polvo. Si dabas una pisada en la alfombra, incluso se levantaban pequeñas nubes grises. Eran unas veintidós cajas las que se hallaban dispuestas, todas rotuladas con la palabra donación en marcador.
—Pase usted señorita, por aquí— Le indicó.
Por dentro, la mansión era mucho más ostentosa. Las losas del suelo parecían espejos, mientras los pilares que sostenían el techo estaban tallados cada uno con un yōkai distinto. Había dos escaleras para acceder a los niveles superiores, aunque el mayordomo continuó por una puerta que estaba en medio de estas, guiándola a una sala ya más tradicional con piso de madera y paredes falsas en hoja de arroz con más de aquellos extraños motivos de seres fantasmales. Estaba muy bien amueblada con varios sillones y una mesita de cristal en el centro sobre la cual había una dulcera con caramelos.
—Espere aquí unos momentos por favor—. Se despidió el mayordomo con una reverencia.
Pasarían unos diez minutos en aquella estancia, hasta que finalmente se hizo presente el interesado.
Cuando la puerta corrediza volvió a abrirse, un apuesto muchacho se hizo presente. Vestía en traje azulado, con corbata incluida. Era apuesto, de nariz respingada, ojos pequeños, cejas proporcionadas y un mentón rematado en punta. Su cabello era corto y lacio, peinado perfectamente. Tipo perfecto, salvo que en su insípida expresión no podías vislumbrar una sonrisa
—Buenas tardes, yo soy Yako Hayate— saludó con una reverencia, aunque se mostraba muy frío. —Te has tardado más de lo esperado, así que ordené que metieran los libros en cajas para que no perdieses mucho más tiempo en ello cuando llegases acá. No me molesta mucho, pero si me gustaría deshacerme de todos esos libros de una vez por todas. Te mostraré a la biblioteca de mi padre, acompáñame— Se dio la vuelta y empezó a caminar.
Saldrían de la habitación para luego encaminarse a un pasillo, al final, encontrarían unas escaleras que bajaban hasta un sótano, alumbrado únicamente por velas en contraste a la instalación eléctrica del resto del edificio.
—Es aquí— anunció con su cortante tono.
En efecto, era una biblioteca en miniatura, cuyos estantes tenían polvo. Si dabas una pisada en la alfombra, incluso se levantaban pequeñas nubes grises. Eran unas veintidós cajas las que se hallaban dispuestas, todas rotuladas con la palabra donación en marcador.