11/06/2019, 02:37
El mayordomo se mostró sorprendido ante la petición de la muchacha para luego pasar a un extraño nerviosismo. No iba a decirle que no, iba en contra de sus manuales de conducta, pero sabía que el estado de ánimo de su señor no era el más apropiado para estar lidiando con una genin novata que estuviese teniendo problemas con su misión. Y sin embargo, aún así tuvo que ceder.
—Por supuesto— dijo amable, tratando de disimular los nervios. —Te acompañaré hasta el estudio del señorito— se dio la vuelta y empezaron a dirigirse de nuevo al interior de la mansión.
Esta vez subieron por las escaleras del lado derecho, caminando por un pasillo con balcón que daba a una especie de gran salón para reuniones en la zona baja. Lo cierto es que luego llegaron hasta una puerta ornamentada con los motivos de una mujer fantasmagórica que parecía tener una boca de dientes afilados en su nuca, envuelta entre sus cabellos. Fue al llegar, que el hombre del mostacho tocó suavemente dos veces.
—Hayate-sama, nes-
—¿¡NO TE DIJE QUE NO QUERÍA QUE ME MOLESTARAS EL RESTO DE LA TARDE!?— Un exasperado grito por parte del muchacho se escuchó desde el otro lado de la puerta.
El mayordomo abrió los ojos de par en par, observaría de reojo a la chica y luego voltearía de nuevo a la puerta.
—¡Di-discúlpeme! Se trat-
Una vez más se vio interrumpido cuando la puerta se abrió de golpe, dejando ver al culto muchacho convertido en una fiera. Se había despeinado el fleco y tenía los ojos enrojecidos y brillosos, cómo alguien que se la ha pasado mucho tiempo llorando.
—¿¡QUÉ!?— Apretó los dientes.
—Por supuesto— dijo amable, tratando de disimular los nervios. —Te acompañaré hasta el estudio del señorito— se dio la vuelta y empezaron a dirigirse de nuevo al interior de la mansión.
Esta vez subieron por las escaleras del lado derecho, caminando por un pasillo con balcón que daba a una especie de gran salón para reuniones en la zona baja. Lo cierto es que luego llegaron hasta una puerta ornamentada con los motivos de una mujer fantasmagórica que parecía tener una boca de dientes afilados en su nuca, envuelta entre sus cabellos. Fue al llegar, que el hombre del mostacho tocó suavemente dos veces.
—Hayate-sama, nes-
—¿¡NO TE DIJE QUE NO QUERÍA QUE ME MOLESTARAS EL RESTO DE LA TARDE!?— Un exasperado grito por parte del muchacho se escuchó desde el otro lado de la puerta.
El mayordomo abrió los ojos de par en par, observaría de reojo a la chica y luego voltearía de nuevo a la puerta.
—¡Di-discúlpeme! Se trat-
Una vez más se vio interrumpido cuando la puerta se abrió de golpe, dejando ver al culto muchacho convertido en una fiera. Se había despeinado el fleco y tenía los ojos enrojecidos y brillosos, cómo alguien que se la ha pasado mucho tiempo llorando.
—¿¡QUÉ!?— Apretó los dientes.