12/06/2019, 23:36
Ayame escuchó la voz de Yota junto a ella, pero su aturdida mente aún tardó en escuchar el significado de sus palabras. Terminó asintiendo a su pregunta, aunque más parecía una lucha por mantener la cabeza enderezada. Afortunadamente, el atontamiento provocado por el sedante parecía estar pasándose rápidamente para ambos.
«Ya lo he visto...» Respondió, con los ojos como platos y el corazón bombeando con fuerza en sus sienes.
Y Yota tampoco tendría ningún problema en hacerlo.
Ya no se encontraban en un pasillo, sino en una especie de caverna enorme de techo abovedado. El extraño enmascarado no dejaba de danzar y saltar, mientras entonaba aquellos rítmicos cánticos carentes de todo sentido, en torno a una hoguera que crepitaba justo enfrente de un árbol enorme que hundía sus raíces en las entrañas de la tierra y sujetaba el techo con sus enormes ramas. Pero eso no era lo peor. Claro que no lo era. Nueve estatuas les rodeaban. Nueve estatuas con rasgos animales, entre los que se contaban lo que parecían ser una especie de mapache, un felino, una tortuga, un mono, un caballo, un caracol, un insecto, un pulpo y, la que quedaba justo enfrente de los dos, un zorro.
Ayame sintió que se le echaba el mundo encima.
«No puede ser... ¿No...? ¡No puede ser!» Se dijo, absolutamente aterrorizada. Los rasgos de aquellas estatuas se alejaban mucho de la imagen que Ayame tenía en su mente y la que había contemplado con sus propios ojos en su interior, pero si estaba en lo cierto, acababa de descubrir de dónde salían los dibujos que había estado estudiando en la superficie.
Y... si estaba en lo cierto...
—¡CHAKA CHAKA CHAKA CHAKA CHAKA CHAKA! —volvía a exclamar aquella suerte de chamán escapado de un manicomio, con energías renovadas—. ¡El momento al fin llegar! ¡UN! ¡EL MOMENTO AL FIN LLEGAR! ¡UN! —Levantó los brazos hacia el árbol, paseándose por el espacio y regodeándose en su propio éxtasis. Al final se volvió hacia los dos shinobi, con sus ojos enloquecidos contemplándolos como si fueran los tesoros más valiosos del mundo—. ¡Un Padre por año! ¡Un padre por año! ¡¡¡Nueve ser Padre Nuestro este año!!! ¡Vosotros considerar muy muy afortunados!
Ayame intercambió una mirada interrogante con Yota. En aquellos momentos podría haberse liberado perfectamente de las ataduras que la retenían, pero prefirió esperar a ver cómo se desarrollaba aquella extraña historia.
—¿Tú entiendes algo de todo esto...? —le susurró.
«Señorita, despierte. Mire a su alrededor.»
«Ya lo he visto...» Respondió, con los ojos como platos y el corazón bombeando con fuerza en sus sienes.
Y Yota tampoco tendría ningún problema en hacerlo.
Ya no se encontraban en un pasillo, sino en una especie de caverna enorme de techo abovedado. El extraño enmascarado no dejaba de danzar y saltar, mientras entonaba aquellos rítmicos cánticos carentes de todo sentido, en torno a una hoguera que crepitaba justo enfrente de un árbol enorme que hundía sus raíces en las entrañas de la tierra y sujetaba el techo con sus enormes ramas. Pero eso no era lo peor. Claro que no lo era. Nueve estatuas les rodeaban. Nueve estatuas con rasgos animales, entre los que se contaban lo que parecían ser una especie de mapache, un felino, una tortuga, un mono, un caballo, un caracol, un insecto, un pulpo y, la que quedaba justo enfrente de los dos, un zorro.
Ayame sintió que se le echaba el mundo encima.
«No puede ser... ¿No...? ¡No puede ser!» Se dijo, absolutamente aterrorizada. Los rasgos de aquellas estatuas se alejaban mucho de la imagen que Ayame tenía en su mente y la que había contemplado con sus propios ojos en su interior, pero si estaba en lo cierto, acababa de descubrir de dónde salían los dibujos que había estado estudiando en la superficie.
Y... si estaba en lo cierto...
—¡CHAKA CHAKA CHAKA CHAKA CHAKA CHAKA! —volvía a exclamar aquella suerte de chamán escapado de un manicomio, con energías renovadas—. ¡El momento al fin llegar! ¡UN! ¡EL MOMENTO AL FIN LLEGAR! ¡UN! —Levantó los brazos hacia el árbol, paseándose por el espacio y regodeándose en su propio éxtasis. Al final se volvió hacia los dos shinobi, con sus ojos enloquecidos contemplándolos como si fueran los tesoros más valiosos del mundo—. ¡Un Padre por año! ¡Un padre por año! ¡¡¡Nueve ser Padre Nuestro este año!!! ¡Vosotros considerar muy muy afortunados!
Ayame intercambió una mirada interrogante con Yota. En aquellos momentos podría haberse liberado perfectamente de las ataduras que la retenían, pero prefirió esperar a ver cómo se desarrollaba aquella extraña historia.
—¿Tú entiendes algo de todo esto...? —le susurró.