16/06/2019, 17:50
(Última modificación: 16/06/2019, 17:51 por Inuzuka Etsu. Editado 1 vez en total.)
La técnica del genin había atrapado al gordo, dejándolo con un movimiento más que limitado. Su atención se centraba en ese preciso instante en zafarse del cepo acuático, tirando incluso de sus propias piernas para lograr su propósito. Entre tanto, Geki tomó hilo shinobi y lo ató a un kunai, el cuál lanzó al suelo a poca distancia del hombre. Con un salto, disminuyó las distancias para con el hombre, y comenzó a correr en círculos en pos de enrollar al gordo como si de un trompo se tratase. A pesar de que el chico tenía los pies a salvo de su propia técnica, el gigantesco ladrón no estaba inhabilitado de sus brazos. Para cuando el chico dio apenas dos vueltas, y dada su no demasiada elevada agilidad, el ladrón realizó un gran aspavientos —no grande de distancia, grande por sus propias dimensiones corporales— que terminó con una mano del tamaño de su cabeza marcada en su pecho. El pechazo sobre el chico hizo que cayese en seco al suelo, la hostia fue de película.
—¡Geki! —el Inuzuka no pudo si no llevar la vista a su compañero, alarmado por el estruendo del impacto.
Pero el pelirrojo no estaba dispuesto a dejar que el Inuzuka ayudase a su compañero. Si el gordo ganaba, serían dos contra uno, y los números no mienten. De asegurarse que hacía al rastas perder tiempo como para que el gordo ganase, él tendría casi asegurada su victoria también. Se interpuso en el camino, abriendo ambas manos. Su posición sugería lo evidente, que no lo dejaría pasar salvo por encima de su cadáver.
—Tu pelea es conmigo, ¡rastafari!
—¡Tsk! —Etsu chasqueó la lengua —quita del medio, imbécil.
Pero no, no parecía dispuesto a colaborar. Tras ellos, el gordo alzaba su puño dispuesto a aniquilar al genin. Bueno, quizás no lo aniquilaba, pero seguro que le iba a doler bastante. Mucho. Pero antes de que siquiera éste amenazase con palabras al crío, un metal pasó apenas a unos centímetros de su rostro. El lanzamiento, firme y certero, había querido sentenciar el final del conflicto, y así lo hizo.
—Estáis armando demasiado jaleo. Paráis, o tendré que pararos yo. —amenazó una silueta que salio de un par de calles atrás del Inuzuka.
Conforme se fue alejando de la penumbra que el edificio le ofrecía, su rostro y ropas comenzaron a ser mas intuibles, hasta que se hicieron claramente visibles. Se trataba de un hombre de mediana edad, de cabellera negra como una noche de invierno repeinada hacia atrás y bien engominada. El sujeto mediría casi el metro setenta, y tenía el chaleco shinobi puesto, así como en su brazo diestro tenía la placa que lo catalogaba como chunin. Sus ropajes, quitando el chaleco, eran negros. Tenía ojos verdes, y una complexión extremadamente delgada.
El hombre continuó andando directo hacia los chicos y los ladrones, y terminaría alcanzando primero al Inuzuka, así como al pelirrojo tras de éste. Llevó su mirada —seria, como una gamba en mitad de una fiesta de mejillones— hacia el rastas, y paró de caminar.
—¿Qué está pasando aquí?
Etsu cesó su posición de guardia, parecía que todo había terminado —éstos tipos son unos ladrones, y quieren herir a uno que está dentro de esa casa —señaló el edificio abandonado —ese chico y yo hemos intervenido, pero no hemos tenido tiempo de avisar sobre la situación... todo se complicó un poco.
El chunin llevó ahora su mirada al pelirrojo, así como al gordo y al otro genin. El silencio reinó por un instante, un pequeño instante que pareció un mundo.
—¡Geki! —el Inuzuka no pudo si no llevar la vista a su compañero, alarmado por el estruendo del impacto.
Pero el pelirrojo no estaba dispuesto a dejar que el Inuzuka ayudase a su compañero. Si el gordo ganaba, serían dos contra uno, y los números no mienten. De asegurarse que hacía al rastas perder tiempo como para que el gordo ganase, él tendría casi asegurada su victoria también. Se interpuso en el camino, abriendo ambas manos. Su posición sugería lo evidente, que no lo dejaría pasar salvo por encima de su cadáver.
—Tu pelea es conmigo, ¡rastafari!
—¡Tsk! —Etsu chasqueó la lengua —quita del medio, imbécil.
Pero no, no parecía dispuesto a colaborar. Tras ellos, el gordo alzaba su puño dispuesto a aniquilar al genin. Bueno, quizás no lo aniquilaba, pero seguro que le iba a doler bastante. Mucho. Pero antes de que siquiera éste amenazase con palabras al crío, un metal pasó apenas a unos centímetros de su rostro. El lanzamiento, firme y certero, había querido sentenciar el final del conflicto, y así lo hizo.
—Estáis armando demasiado jaleo. Paráis, o tendré que pararos yo. —amenazó una silueta que salio de un par de calles atrás del Inuzuka.
Conforme se fue alejando de la penumbra que el edificio le ofrecía, su rostro y ropas comenzaron a ser mas intuibles, hasta que se hicieron claramente visibles. Se trataba de un hombre de mediana edad, de cabellera negra como una noche de invierno repeinada hacia atrás y bien engominada. El sujeto mediría casi el metro setenta, y tenía el chaleco shinobi puesto, así como en su brazo diestro tenía la placa que lo catalogaba como chunin. Sus ropajes, quitando el chaleco, eran negros. Tenía ojos verdes, y una complexión extremadamente delgada.
El hombre continuó andando directo hacia los chicos y los ladrones, y terminaría alcanzando primero al Inuzuka, así como al pelirrojo tras de éste. Llevó su mirada —seria, como una gamba en mitad de una fiesta de mejillones— hacia el rastas, y paró de caminar.
—¿Qué está pasando aquí?
Etsu cesó su posición de guardia, parecía que todo había terminado —éstos tipos son unos ladrones, y quieren herir a uno que está dentro de esa casa —señaló el edificio abandonado —ese chico y yo hemos intervenido, pero no hemos tenido tiempo de avisar sobre la situación... todo se complicó un poco.
El chunin llevó ahora su mirada al pelirrojo, así como al gordo y al otro genin. El silencio reinó por un instante, un pequeño instante que pareció un mundo.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~