17/06/2019, 20:56
(Última modificación: 17/06/2019, 20:56 por Aotsuki Ayame.)
—¿Quién, yo? Qué narices iba a entender yo de todo esto —respondió Yota, aparentemente tan anonadado como ella misma. Y no era para menos, aquella debía de ser una de las escenas más surrealistas que había vivido hasta el momento. Y eso era mucho decir. El de Kusagakure debió reparar en algo entonces, porque se volvió hacia el desconocido, furibundo—. Eh, tú, gilipollas, ¿dónde está Kumopansa? ¡¿DONDE ESTÁ MI PUTA ARAÑA?!
«¡Es verdad, Kumopansa!» Pensó Ayame, sobresaltada. Miró alrededor, todo lo que aquellas incómodas sogas le permitían, pero no había ni rastro del arácnido.
Y el hombre seguía bailando y dando brincos. Primero sobre una pierna, después sobre la otra.
—¡Chaca chaca! ¡Ofrenda hora ser! —clamaba, ignorando gritos de Yota, mientras alzaba los brazos por encima de la cabeza y zarandeaba la lanza hacia la estatua del zorro—. ¡Oh, Grandísimo Nueve, Padre de la Sangre!
«Espera... ¿Cómo que Padre de...?» Pensó Ayame, con un escalofrío de terror recorriendo su espina dorsal. Aquello no le daba buena espina. No le daba ninguna buena espina. Tenía que hacerlo. Apretó las manos tras la espalda. Iba siendo hora de...
—¡Ofrendas aquí mismo estar! ¡Y ahora los dos ninja luchar entre sí a muerte! ¡A MUERTE! ¡UN CHACA CHACA UN!
—¿Luchar a muerte? ¿Es que te has vuelto completamente loco? —replicó Ayame, frunciendo el ceño—. ¡No pienso enfrentarme a mi amigo sólo porque un fanático religioso me lo ordene!
—¡NO SER FANÁTICO! —bramó el chamán, acercándose a grandes zancadas hasta la posición de Ayame, apuntándola a la garganta con el filo de su lanza—. Padre de Sangre exigir tributo. Tú ser tributo. ¡Tú luchar con él o ser pasto de las llamas! ¡UN CHACA UN! —añadió, señalando la enorme hoguera que seguía crepitando detrás de él. Y, como movida por una emoción interna, las llamas bailaron súbitamente con aún más violencia.
1 AO de Ayame
«¡Es verdad, Kumopansa!» Pensó Ayame, sobresaltada. Miró alrededor, todo lo que aquellas incómodas sogas le permitían, pero no había ni rastro del arácnido.
Y el hombre seguía bailando y dando brincos. Primero sobre una pierna, después sobre la otra.
—¡Chaca chaca! ¡Ofrenda hora ser! —clamaba, ignorando gritos de Yota, mientras alzaba los brazos por encima de la cabeza y zarandeaba la lanza hacia la estatua del zorro—. ¡Oh, Grandísimo Nueve, Padre de la Sangre!
«Espera... ¿Cómo que Padre de...?» Pensó Ayame, con un escalofrío de terror recorriendo su espina dorsal. Aquello no le daba buena espina. No le daba ninguna buena espina. Tenía que hacerlo. Apretó las manos tras la espalda. Iba siendo hora de...
—¡Ofrendas aquí mismo estar! ¡Y ahora los dos ninja luchar entre sí a muerte! ¡A MUERTE! ¡UN CHACA CHACA UN!
—¿Luchar a muerte? ¿Es que te has vuelto completamente loco? —replicó Ayame, frunciendo el ceño—. ¡No pienso enfrentarme a mi amigo sólo porque un fanático religioso me lo ordene!
—¡NO SER FANÁTICO! —bramó el chamán, acercándose a grandes zancadas hasta la posición de Ayame, apuntándola a la garganta con el filo de su lanza—. Padre de Sangre exigir tributo. Tú ser tributo. ¡Tú luchar con él o ser pasto de las llamas! ¡UN CHACA UN! —añadió, señalando la enorme hoguera que seguía crepitando detrás de él. Y, como movida por una emoción interna, las llamas bailaron súbitamente con aún más violencia.
1 AO de Ayame