25/06/2019, 17:47
Con ayuda del joven King —que al terminar, parecía a punto de echar la papilla—, Akame fue capaz de cauterizar la herida de aquella kunoichi y salvarle la vida; aun por encima de los deseos de ella. «No tiene importancia si ella quiere vivir o morir. En este momento no es más que un recurso que debemos usar para poner a salvo a Okawa. Así es este juego, socia.» El Uchiha se levantó, limpiándose la sangre de las manos en las sábanas, antes de volverse hacia Rōga. Le miró durante unos largos segundos.
—No tienes que estar aquí si no quieres —le lanzó, sin paños calientes. «Pensaba que los de Amegakure eran más duros», se dijo para sí—. Terminaremos pronto.
¿Limpio? ¿Más limpio que aquello? Rōga todavía tenía mucho que aprender sobre el oficio de ninja, o eso pensó Akame. La limpieza de un trabajo no se refería a no mancharse las manos de sangre, sino a no recrearse en el acto. A no gozar con el sufrimiento de sus víctimas. Eso era lo que diferenciaba a un auténtico Profesional, de un simple mercenario. Akame se dio media vuelta y se agachó junto a la cama, junto a la kunoichi. Sacó un kunai de su mecanismo oculto, empuñándolo firmemente con la mano diestra antes de hablar.
—Quién eres. Para quién trabajas. Respóndeme a esas dos cosas y te daré la muerte que tanto anhelas. De lo contrario... Sólo te espera dolor —aseguró, y como muestra de ello, le agarró firmemente la mano diestra con la izquierda mientras con su propia derecha introducía la punta del kunai entre la carne y la uña del dedo índice de la mujer. Una tortura efectiva y muy dolorosa. ¿Sería capaz de romperla?
Akame no se inmutó ante la respuesta de la anciana itako.
—¿Disciplina? No, anciana, no. Lo vuestro es sólo servilismo camuflado de lealtad y obediencia a un credo. Ya he visto esa basura antes —replicó, tajante—. La verdadera justicia no requiere que niñas pequeñas sean torturadas en pos de sus objetivos.
Cuando la anciana itako se refirió a la promesa de un castigo divino, Akame no pudo sino sonreírse.
—Te diré una cosa, hermana. Si lo único que hace que una persona se comporte de forma decente es la amenaza del castigo divino, entonces esa persona es un pedazo de basura. Mataos de hambre si queréis en vuestro Templo, encomendaos al Más Allá, pero dejadnos a los demás mortales vivir nuestras vidas con libertad.
—No tienes que estar aquí si no quieres —le lanzó, sin paños calientes. «Pensaba que los de Amegakure eran más duros», se dijo para sí—. Terminaremos pronto.
¿Limpio? ¿Más limpio que aquello? Rōga todavía tenía mucho que aprender sobre el oficio de ninja, o eso pensó Akame. La limpieza de un trabajo no se refería a no mancharse las manos de sangre, sino a no recrearse en el acto. A no gozar con el sufrimiento de sus víctimas. Eso era lo que diferenciaba a un auténtico Profesional, de un simple mercenario. Akame se dio media vuelta y se agachó junto a la cama, junto a la kunoichi. Sacó un kunai de su mecanismo oculto, empuñándolo firmemente con la mano diestra antes de hablar.
—Quién eres. Para quién trabajas. Respóndeme a esas dos cosas y te daré la muerte que tanto anhelas. De lo contrario... Sólo te espera dolor —aseguró, y como muestra de ello, le agarró firmemente la mano diestra con la izquierda mientras con su propia derecha introducía la punta del kunai entre la carne y la uña del dedo índice de la mujer. Una tortura efectiva y muy dolorosa. ¿Sería capaz de romperla?
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Akame no se inmutó ante la respuesta de la anciana itako.
—¿Disciplina? No, anciana, no. Lo vuestro es sólo servilismo camuflado de lealtad y obediencia a un credo. Ya he visto esa basura antes —replicó, tajante—. La verdadera justicia no requiere que niñas pequeñas sean torturadas en pos de sus objetivos.
Cuando la anciana itako se refirió a la promesa de un castigo divino, Akame no pudo sino sonreírse.
—Te diré una cosa, hermana. Si lo único que hace que una persona se comporte de forma decente es la amenaza del castigo divino, entonces esa persona es un pedazo de basura. Mataos de hambre si queréis en vuestro Templo, encomendaos al Más Allá, pero dejadnos a los demás mortales vivir nuestras vidas con libertad.