7/07/2019, 00:32
El puñetazo alcanzó de lleno el pecho del Kusajin e impactó contra él con la fuerza de un buen martillo hidráulico. La sangre escupida por Yota salpicó la mejilla de Ayame justo antes de que el shinobi saliera despedido por los aires con un alarido de dolor que el chamán coreó con sus propios cánticos.
—¡UN CHACA CHACA UN!
El mástil al que estaba atado terminó cayendo al suelo con todo su peso, rebotó un par de veces, y Yota se vio libre de ataduras, aunque terriblemente malherido por el impacto que acababa de sufrir.
—Maldita sea, ¡¿estás loca o qué?! —bramó, pero Ayame, lejos de responder, comenzó a flexionar de nuevo los músculos, preparándose para un nuevo arrebato—. Si lo dices por lo de antes no iba en serio, ¿vale? No le hagas caso a ese hijo de puta, ¡haremos que no se salga con la suya!
—¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAGHHHHHHHHHHH!!
Aullaba Ayame, absolutamente fuera de sí. Era como si no escuchara las palabras de Yota. Era como si no las entendiera. Sus ojos, inyectados en sangre, estaban clavados en el Kusajin y no parecía haber nada más en el mundo que pudiera desviar su atención de él.
El suelo bajo sus pies se oscureció de golpe, encharcándose rápidamente. Ayame alzó las manos y hasta diez burbujas surgieron de aquel charco, alzándose en el aire en contra de la gravedad. Con un solo movimiento de sus manos, las diez burbujas se lanzaron a toda velocidad contra Yota trazando una ligera parábola en el aire, cinco por la derecha y cinco por la izquierda.
—¡UN CHACA CHACA UN!
El mástil al que estaba atado terminó cayendo al suelo con todo su peso, rebotó un par de veces, y Yota se vio libre de ataduras, aunque terriblemente malherido por el impacto que acababa de sufrir.
—Maldita sea, ¡¿estás loca o qué?! —bramó, pero Ayame, lejos de responder, comenzó a flexionar de nuevo los músculos, preparándose para un nuevo arrebato—. Si lo dices por lo de antes no iba en serio, ¿vale? No le hagas caso a ese hijo de puta, ¡haremos que no se salga con la suya!
—¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAGHHHHHHHHHHH!!
Aullaba Ayame, absolutamente fuera de sí. Era como si no escuchara las palabras de Yota. Era como si no las entendiera. Sus ojos, inyectados en sangre, estaban clavados en el Kusajin y no parecía haber nada más en el mundo que pudiera desviar su atención de él.
El suelo bajo sus pies se oscureció de golpe, encharcándose rápidamente. Ayame alzó las manos y hasta diez burbujas surgieron de aquel charco, alzándose en el aire en contra de la gravedad. Con un solo movimiento de sus manos, las diez burbujas se lanzaron a toda velocidad contra Yota trazando una ligera parábola en el aire, cinco por la derecha y cinco por la izquierda.