15/07/2019, 22:33
Los kusajin optaron por separar sus caminos, al menos por el momento que nos ocupa, en vista del dilema moral —para uno— e incómodo asesinato —para el otro—. Yota y Daigo tal vez eran buenos compañeros que se tenían gran aprecio mutuo, pero en ese preciso instante no parecían ser capaces de ponerse de acuerdo.
El Sasagani utilizó sus habilidades ninja para encaramarse a la pared de uno de los edificios cercanos, lo que parecía ser un bloque de apartamentos de tres pisos, y escalar hasta la azotea del mismo. Desde allí fue capaz de ver a la media docena de guardias de la ciudad, todos embutidos en sus armaduras de cuero y sus botas militares, llevando espadas al cinto y lanzas en las manos. El que trotaba al frente llevaba los distintivos de suboficial, de modo que era seguro asumir que se trataba del jefe del destacamento.
Por suerte para Daigo, cuando los guardias llegaron a la escena de los crímenes, él ya había vuelto sobre sus pasos para internarse en el callejón en el que todo había empezado; a la vuelta de la esquina, donde los del Dedo Amarillo habían sido vistos extorsionando al pobre Calabaza. Una gran mancha de tizne ocupaba la pared donde había restos de la baba pegajosa de Yota, y el sello explosivo de éste había detonado para malherir a Ushi. Sin embargo, no quedaba rastro del Toro... Más que unas huellas negruzcas y tambaleantes que se alejaban de allí en dirección contraria a por donde habían llegado los soldados.
Yota, desde las alturas, observó al suboficial ordenar el alto a sus hombres con un autoritario gesto de su mano diestra nada más llegar a la escena. El sargento se paseó por el lugar examinando los cadáveres que la reyerta había dejado a su paso, incluso volteando uno de ellos —que había quedado boca abajo después de que Yota le apuñalara mortalmente con su espada— con la puntera de sus botas, exhibiendo gran desprecio. Desde donde estaba, el kusajin no era capaz de oír las palabras del suboficial, pero sea lo que fuere que dijo a sus hombres, dos de ellos se dieron media vuelta y echaron a andar alejándose del lugar. Los otros permanecieron en posición de descanso, incluso uno de ellos se sacó un cigarrillo y empezó a fumar.
El Sasagani utilizó sus habilidades ninja para encaramarse a la pared de uno de los edificios cercanos, lo que parecía ser un bloque de apartamentos de tres pisos, y escalar hasta la azotea del mismo. Desde allí fue capaz de ver a la media docena de guardias de la ciudad, todos embutidos en sus armaduras de cuero y sus botas militares, llevando espadas al cinto y lanzas en las manos. El que trotaba al frente llevaba los distintivos de suboficial, de modo que era seguro asumir que se trataba del jefe del destacamento.
Por suerte para Daigo, cuando los guardias llegaron a la escena de los crímenes, él ya había vuelto sobre sus pasos para internarse en el callejón en el que todo había empezado; a la vuelta de la esquina, donde los del Dedo Amarillo habían sido vistos extorsionando al pobre Calabaza. Una gran mancha de tizne ocupaba la pared donde había restos de la baba pegajosa de Yota, y el sello explosivo de éste había detonado para malherir a Ushi. Sin embargo, no quedaba rastro del Toro... Más que unas huellas negruzcas y tambaleantes que se alejaban de allí en dirección contraria a por donde habían llegado los soldados.
Yota, desde las alturas, observó al suboficial ordenar el alto a sus hombres con un autoritario gesto de su mano diestra nada más llegar a la escena. El sargento se paseó por el lugar examinando los cadáveres que la reyerta había dejado a su paso, incluso volteando uno de ellos —que había quedado boca abajo después de que Yota le apuñalara mortalmente con su espada— con la puntera de sus botas, exhibiendo gran desprecio. Desde donde estaba, el kusajin no era capaz de oír las palabras del suboficial, pero sea lo que fuere que dijo a sus hombres, dos de ellos se dieron media vuelta y echaron a andar alejándose del lugar. Los otros permanecieron en posición de descanso, incluso uno de ellos se sacó un cigarrillo y empezó a fumar.