15/07/2019, 22:42
A las palabras de la kunoichi le respondió Akame con un tremendo puñetazo en toda la boca, que si no le hacía saltar algún diente, estaría cerca.
—¿Quién eres? ¿Para quién trabajas? —repitió, sereno, mientras el kunai que manejaba con destreza se movía hacia el siguiente dedo. Con cuidado introdujo la punta entre la uña y la carne, y separó ambas. Una antiunión poco natural que producía un dolor indescriptible—. Responde y todo acabará.
«Esto es un coñazo. Si tan solo pudiera usar mi Saimingan...», se lamentaba el Uchiha. Claro, que en el momento en que activase su técnica de hipnosis para sacarle a aquella tipa todo el jugo, sus Kage Bunshin se desharían como polvo en el viento, dejando a Okawa a su suerte. Eso era algo que no estaba dispuesto a hacer.
El Clon de Sombras esbozó una sonrisa de apariencia triste, pero que escondía gran rabia y sinceridad. Oh, sí, ¡cuánto de acuerdo estaba con esa afirmación! No existían palabras suficientes en ningún idioma para expresarlo. Pero, ¿no era su cometido ganar tiempo? Bien podía intentarlo, y darle así un uso mayor a su efímera existencia. Luego volvería al mismísimo éter del que había salido, a unirse con la consciencia de su creador.
—Yo nunca dije eso, anciana —replicó, aludiendo a la furiosa diatriba de ella—. Y antes de que te formes la idea equivocada, entiende esto: soy bien consciente de la hipocresía de los shinobi y de lo falso de su credo. Su aparente facha de neutralidad y moralidad no es más que una máscara podrida que se cae a trozos, y yo puedo ver a través de ella. ¿No lo entiendes? No es la ley ninja la que yo defiendo... Sino una ley innata.
El Uchiha alzó un puño, fervoroso.
—¡Porque existe, es cierto! Existe en efecto, anciana, una ley no escrita, sino innata, la cual no hemos aprendido, heredado ni leído, sino que hemos tomado de la propia Naturaleza. Una que hemos extraído, exprimido; para la que no hemos sido educados, sino hechos, y para la que no hemos sido instruidos, sino impregnados.
—¿Quién eres? ¿Para quién trabajas? —repitió, sereno, mientras el kunai que manejaba con destreza se movía hacia el siguiente dedo. Con cuidado introdujo la punta entre la uña y la carne, y separó ambas. Una antiunión poco natural que producía un dolor indescriptible—. Responde y todo acabará.
«Esto es un coñazo. Si tan solo pudiera usar mi Saimingan...», se lamentaba el Uchiha. Claro, que en el momento en que activase su técnica de hipnosis para sacarle a aquella tipa todo el jugo, sus Kage Bunshin se desharían como polvo en el viento, dejando a Okawa a su suerte. Eso era algo que no estaba dispuesto a hacer.
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El Clon de Sombras esbozó una sonrisa de apariencia triste, pero que escondía gran rabia y sinceridad. Oh, sí, ¡cuánto de acuerdo estaba con esa afirmación! No existían palabras suficientes en ningún idioma para expresarlo. Pero, ¿no era su cometido ganar tiempo? Bien podía intentarlo, y darle así un uso mayor a su efímera existencia. Luego volvería al mismísimo éter del que había salido, a unirse con la consciencia de su creador.
—Yo nunca dije eso, anciana —replicó, aludiendo a la furiosa diatriba de ella—. Y antes de que te formes la idea equivocada, entiende esto: soy bien consciente de la hipocresía de los shinobi y de lo falso de su credo. Su aparente facha de neutralidad y moralidad no es más que una máscara podrida que se cae a trozos, y yo puedo ver a través de ella. ¿No lo entiendes? No es la ley ninja la que yo defiendo... Sino una ley innata.
El Uchiha alzó un puño, fervoroso.
—¡Porque existe, es cierto! Existe en efecto, anciana, una ley no escrita, sino innata, la cual no hemos aprendido, heredado ni leído, sino que hemos tomado de la propia Naturaleza. Una que hemos extraído, exprimido; para la que no hemos sido educados, sino hechos, y para la que no hemos sido instruidos, sino impregnados.