17/07/2019, 19:45
La ola engulló entre sus fauces a un desvalido Yota, que poco pudo hacer para luchar contra la arremetida de aquel monstruo acuático. Arrancado del control sobre su cuerpo, y como un mero pelele sin vida, el shinobi de Kusajin se vio empujado, sacudido y arrojado en cualquier dirección por aquellas aguas tan embravecidas como su propia ejecutora.
Y Ayame esperaba, con las rodillas ligeramente flexionadas y sus ojos inyectados en sangre clavados en las turbulentas aguas que habían creado bajo sus pies un lago en miniatura. El cuerpo de su presa, malherido tras los múltiples ataques sufridos, terminaría por emerger finalmente, y la kunoichi arrancó a correr entre violentas salpicaduras para dar el golpe final y acabar con su vida.
Y dar a Padre Nueve su merecido sacrificio de sangre.
—¡¡UN CHAKA CHAKA UN!! —clamaba un extasiado chamán, que veía próxima la culminación de su clímax.
—¡AAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!
Ayame corrió con todas sus fuerzas enarbolando su grito de guerra. Corrió, y el agua estallaba con cada uno de sus pasos. Un último impulso de sus piernas la levantó en el aire y entonces juntó las manos en un último sello que desencadenaría la técnica final.
Y entonces aterrizó junto a Yota. El agua se calmó bajo sus pies, y entonces la muchacha miró a Yota con ojos aguamarina. Era una mirada muy diferente a cualquier otra que pudiera haber visto en ella antes: ni salvaje y sedienta de sangre como hasta hacía apenas unas milésimas de segundos, ni cándida y alegre como solía ser ella. Era una mirada insondable, que no reflejaba ningún tipo de sentimiento más allá de la más absoluta indiferencia.
—¡¿QUÉ HACER TÚ?! ¡MATAR! ¡MATAR ÉL!
Ella no reaccionó. Simplemente apartó la mirada tras unos breves segundos y alzó la mano hacia la pared más cercana, en dirección contraria a ellos dos. El ambiente se tornó mucho más pesado de repente, y el agua volvió a agitarse bajo sus pies. Pequeñas partículas negras y blancas se arremolinaron como mariposas en torno a los dedos de la muchacha, concentrándose en la palma de su mano.
—Q... ¿Qué hac...?
El chamán nunca llegó a completar la pregunta. Primero hubo un silbido ultrasónico que precedió a un violento estallido que estalló en los oídos de todos los presentes. El láser de energía viajó desde su mano hacia la pared, y la atravesó de parte a parte como si en lugar de roca estuviese hecha de mantequilla.
—Levántese —habló, tras bajar la mano.
Y ni siquiera su voz sonó como la de Ayame.
Y Ayame esperaba, con las rodillas ligeramente flexionadas y sus ojos inyectados en sangre clavados en las turbulentas aguas que habían creado bajo sus pies un lago en miniatura. El cuerpo de su presa, malherido tras los múltiples ataques sufridos, terminaría por emerger finalmente, y la kunoichi arrancó a correr entre violentas salpicaduras para dar el golpe final y acabar con su vida.
Y dar a Padre Nueve su merecido sacrificio de sangre.
—¡¡UN CHAKA CHAKA UN!! —clamaba un extasiado chamán, que veía próxima la culminación de su clímax.
—¡AAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!
Ayame corrió con todas sus fuerzas enarbolando su grito de guerra. Corrió, y el agua estallaba con cada uno de sus pasos. Un último impulso de sus piernas la levantó en el aire y entonces juntó las manos en un último sello que desencadenaría la técnica final.
Y entonces aterrizó junto a Yota. El agua se calmó bajo sus pies, y entonces la muchacha miró a Yota con ojos aguamarina. Era una mirada muy diferente a cualquier otra que pudiera haber visto en ella antes: ni salvaje y sedienta de sangre como hasta hacía apenas unas milésimas de segundos, ni cándida y alegre como solía ser ella. Era una mirada insondable, que no reflejaba ningún tipo de sentimiento más allá de la más absoluta indiferencia.
—¡¿QUÉ HACER TÚ?! ¡MATAR! ¡MATAR ÉL!
Ella no reaccionó. Simplemente apartó la mirada tras unos breves segundos y alzó la mano hacia la pared más cercana, en dirección contraria a ellos dos. El ambiente se tornó mucho más pesado de repente, y el agua volvió a agitarse bajo sus pies. Pequeñas partículas negras y blancas se arremolinaron como mariposas en torno a los dedos de la muchacha, concentrándose en la palma de su mano.
—Q... ¿Qué hac...?
El chamán nunca llegó a completar la pregunta. Primero hubo un silbido ultrasónico que precedió a un violento estallido que estalló en los oídos de todos los presentes. El láser de energía viajó desde su mano hacia la pared, y la atravesó de parte a parte como si en lugar de roca estuviese hecha de mantequilla.
—Levántese —habló, tras bajar la mano.
Y ni siquiera su voz sonó como la de Ayame.