21/07/2019, 23:18
—No, no, no , noooooo. ¡Por favor, no lo hagas! Déjame en paz de una puta vez jo... —rogaba el de Kusagakure, muerto de terror como estaba.
Kokuō se volvió una última vez hacia él, con absoluta indiferencia ante sus lloriqueos, y después le dio la espalda. Con pasos lentos, echó a andar hacia la humareda que se había creado en donde antes había habido un sólido muro de roca y ahora no quedaba más que un amplio agujero lleno de escombros.
—Mierda, lo sabía, ¡se lo dije! —le escuchó decir tras de ella—. Ese tío era uno de esos Generales, ¿Verdad? Y tu debes de ser el Gobi... Estoy demasiado jodido como para poder salir vivo de esta...
—Se equivoca. No es un General —respondió, simple y llanamente, como quien informa de que el cielo no es rojo sino azul.
Ni siquiera le importaba si Yota le seguía o no. Simplemente, avanzó hacia el agujero y saltó sobre las rocas hasta caer al otro lado de aquella estúpida zona artificial de combate. Sólo entonces se detuvo, mirando a su alrededor con precaución y cierta curiosidad. Las nueve estatuas la contemplaban con ojos vacíos, faltos de cualquier signo de vida, alrededor de aquel enorme árbol. ¿Pero cómo era posible que hubiese crecido un árbol tan frondoso allí abajo? No podía saberlo. Quizás, nunca llegara a saberlo. Con pasos lentos, avanzó hasta detenerse frente a una de las estatuas, que tenía forma de animal con cuatro patas similar a un caballo, a un ciervo, o a algo similar. Alzó una mano, y sus dedos acariciaron la piedra rugosa. Si aquel humano demente había bautizado a la estatua del zorro como el Padre de la Sangre, ¿cómo llamaría a aquella?
Kokuō se volvió una última vez hacia él, con absoluta indiferencia ante sus lloriqueos, y después le dio la espalda. Con pasos lentos, echó a andar hacia la humareda que se había creado en donde antes había habido un sólido muro de roca y ahora no quedaba más que un amplio agujero lleno de escombros.
—Mierda, lo sabía, ¡se lo dije! —le escuchó decir tras de ella—. Ese tío era uno de esos Generales, ¿Verdad? Y tu debes de ser el Gobi... Estoy demasiado jodido como para poder salir vivo de esta...
—Se equivoca. No es un General —respondió, simple y llanamente, como quien informa de que el cielo no es rojo sino azul.
Ni siquiera le importaba si Yota le seguía o no. Simplemente, avanzó hacia el agujero y saltó sobre las rocas hasta caer al otro lado de aquella estúpida zona artificial de combate. Sólo entonces se detuvo, mirando a su alrededor con precaución y cierta curiosidad. Las nueve estatuas la contemplaban con ojos vacíos, faltos de cualquier signo de vida, alrededor de aquel enorme árbol. ¿Pero cómo era posible que hubiese crecido un árbol tan frondoso allí abajo? No podía saberlo. Quizás, nunca llegara a saberlo. Con pasos lentos, avanzó hasta detenerse frente a una de las estatuas, que tenía forma de animal con cuatro patas similar a un caballo, a un ciervo, o a algo similar. Alzó una mano, y sus dedos acariciaron la piedra rugosa. Si aquel humano demente había bautizado a la estatua del zorro como el Padre de la Sangre, ¿cómo llamaría a aquella?