24/08/2019, 22:18
El otoño se hacía patente en aquella región; pues, aunque el cielo continuaba siendo una espesa capa de nubes, el clima a nivel del suelo era mucho más frio y húmedo, con porciones cubiertas por grandes y errabundos bancos de blanca niebla. Las lloviznas eran frecuentes y el suelo se volvía fangoso, pero se podía estar cómodo con un buen abrigo y un calzado adecuado.
Era usual ver a la gente por los caminos, moviéndose bajo la necesidad de algún trabajo o deber casero. Lo que no era habitual era ver a las personas caminando sin rumbo; aunque esto les hacía gracia a los locales, pues demostraba que se trataba de foráneos.
De tal suerte, que aquel muchacho de Amegakure tendría una caminata muy solitaria durante un largo rato. Quizás viese algún animal de granja pastando, pero poco más. Seria natural que en tales circunstancias le sorprendiese un llanto que parecía venir de la nada. Sería solo luego de unos segundos en que haría contacto visual con un hombre que había estado oculto por una elevación del terreno.
—¡Me lo ha quitado todo! —gimoteaba aquel hombre calvo y evidentemente nativo.
No parecía tener un problema alarmante, pero el estruendo de su lloriqueo y su moquear hacían difícil el ignorar su angustia. De pronto se limpió los mocos y las lágrimas, dirigiendo la vista al joven genin.
—¡Por favor, ayúdame, señor ninja! —dijo corriendo hacia él para luego arrodillarse de forma lamentable e incómoda—: habia ido a pescar, pero un truhan se ha apoderado del arroyo y me ha quitado todo.
Era usual ver a la gente por los caminos, moviéndose bajo la necesidad de algún trabajo o deber casero. Lo que no era habitual era ver a las personas caminando sin rumbo; aunque esto les hacía gracia a los locales, pues demostraba que se trataba de foráneos.
De tal suerte, que aquel muchacho de Amegakure tendría una caminata muy solitaria durante un largo rato. Quizás viese algún animal de granja pastando, pero poco más. Seria natural que en tales circunstancias le sorprendiese un llanto que parecía venir de la nada. Sería solo luego de unos segundos en que haría contacto visual con un hombre que había estado oculto por una elevación del terreno.
—¡Me lo ha quitado todo! —gimoteaba aquel hombre calvo y evidentemente nativo.
No parecía tener un problema alarmante, pero el estruendo de su lloriqueo y su moquear hacían difícil el ignorar su angustia. De pronto se limpió los mocos y las lágrimas, dirigiendo la vista al joven genin.
—¡Por favor, ayúdame, señor ninja! —dijo corriendo hacia él para luego arrodillarse de forma lamentable e incómoda—: habia ido a pescar, pero un truhan se ha apoderado del arroyo y me ha quitado todo.