5/09/2019, 19:55
No hubo una respuesta tras los balbuceos de Ayame. Yota se mantuvo sumido en un silencio que cargó el ambiente de una tensión que, como electricidad estática, hizo que la kunoichi se estremeciera.
«Habla. Di algo. Grítame, ódiame o perdóname. Pero no me dejes así...» Rogaba para sus adentros, conteniendo la respiración.
—Vale, vale, si no quieres saberlo... te acompañaré hasta la frontera.
—Vale... —Ayame hundió los hombros, sintiendo que algo dentro de ella se resquebrajaba un poco más.
Pero no añadió nada más. Ni suplicó su perdón, ni trató de excusarse, ni dio más explicaciones. Simplemente se limitó a seguir los pasos de Yota, arrastrando los pies hacia la frontera del País de los Bosques. Muda, en completo silencio, Ayame mantuvo los ojos fijos en el suelo. No levantó la mirada en ningún momento. Las hierbas resecas del verano y alguna que otra florecilla fue todo lo que vio en todo aquel trayecto.
Silencio. Ayame ni siquiera respondió a la voz de Kokuō.
Y así terminaron llegando a su destino. Ayame se despidió de Yota con una profunda reverencia, un agradecimiento por haberla acompañado hasta allí y una repetida disculpa. Y sus caminos se separaron. Quizás, para siempre.
«Porque si le hablo de ti, de que te liberé de tu sello y de que ahora compartimos cuerpo, es muy probable que acabe llegando a oídos de Yui-sama. Y sabes perfectamente lo que ocurrirá si eso llegara a pasar.» Respondió al fin, una vez en soledad. «¿Por qué decidiste salvarle? No lo creía propio de ti, salvar a un humano...» Se atrevió a preguntar, tras varios segundos.
Y Kokuō tardó varios más en responder.
Ayame suspiró, con un profundo pesar, y alzó la mirada hacia el cielo. El sol se estaba poniendo.
Y lejos, muy lejos de allí, entre las ruinas de los Templos Abandonados del País de los Bosques, un agónico chillido hizo temblar los cimientos de aquellas ancestrales construcciones.
«Habla. Di algo. Grítame, ódiame o perdóname. Pero no me dejes así...» Rogaba para sus adentros, conteniendo la respiración.
—Vale, vale, si no quieres saberlo... te acompañaré hasta la frontera.
—Vale... —Ayame hundió los hombros, sintiendo que algo dentro de ella se resquebrajaba un poco más.
Pero no añadió nada más. Ni suplicó su perdón, ni trató de excusarse, ni dio más explicaciones. Simplemente se limitó a seguir los pasos de Yota, arrastrando los pies hacia la frontera del País de los Bosques. Muda, en completo silencio, Ayame mantuvo los ojos fijos en el suelo. No levantó la mirada en ningún momento. Las hierbas resecas del verano y alguna que otra florecilla fue todo lo que vio en todo aquel trayecto.
«La Señorita sabe perfectamente lo que ha pasado. ¿Por qué no dice nada al respecto?»
Silencio. Ayame ni siquiera respondió a la voz de Kokuō.
Y así terminaron llegando a su destino. Ayame se despidió de Yota con una profunda reverencia, un agradecimiento por haberla acompañado hasta allí y una repetida disculpa. Y sus caminos se separaron. Quizás, para siempre.
«Porque si le hablo de ti, de que te liberé de tu sello y de que ahora compartimos cuerpo, es muy probable que acabe llegando a oídos de Yui-sama. Y sabes perfectamente lo que ocurrirá si eso llegara a pasar.» Respondió al fin, una vez en soledad. «¿Por qué decidiste salvarle? No lo creía propio de ti, salvar a un humano...» Se atrevió a preguntar, tras varios segundos.
Y Kokuō tardó varios más en responder.
«Por no tener que escuchar los lamentos de la Señorita si llegaba a matarlo.»
Ayame suspiró, con un profundo pesar, y alzó la mirada hacia el cielo. El sol se estaba poniendo.
Y lejos, muy lejos de allí, entre las ruinas de los Templos Abandonados del País de los Bosques, un agónico chillido hizo temblar los cimientos de aquellas ancestrales construcciones.