6/09/2019, 16:57
El vendaval se volvió aún más grande, devorando a la mujer y... provocando una tremenda explosión que ocupaba seis metros en el área. Las cañas calcinadas, algunas hojas con el rojizo del fuego, pronto había un claro formado por la pura destrucción. Por suerte, el ex-jounin había optado por contrarrestar la ofensiva a distancia, recibiendo en su cara nada más que la suciedad del humo de un sello explosivo en grado A.
La rubia no era alguien versada en combate directo, pero se valía de buenos trucos. Sin embargo, allá en la lejanía, chasqueó la lengua al darse cuenta de que su plan para embaucar a sus perseguidores haciéndoles creer que huiría de una forma tan predecible había fallado de una forma no contemplada.
"La puta madre, casi nos comemos la trampa." en ese momento, se dio cuenta de que sólo les estaba haciendo perder el tiempo. "Es del tipo de persona que lucha a distancia, así que si logro acercarme tendré la ventaja." Tomó entonces una decisión: la de ignorar totalmente a los sirvientes de la niebla. "No he estudiado mucho, pero estos no son ni de broma clones normales. Probablemente sean genjutsu, así que aunque no conozca del todo su funcionamiento, no me queda más opción que avanzar." Empezó a saltar kunai en mano, esquivando a la lentitud de siluetas de negro.
Por otro lado, la mujer recibió una información muy alarmante cuando su clon fue destruido, y ese era el color de los iris del Fénix. «La mitad de mi arsenal será inútil por culpa de esos ojos.» Aunque intentara frenar al Yotsuki con más tretas, ahora sabía que el juego visual no serviría. Además, el elemento viento de su oponente también complicaba el uso de sus cartas secretas. «Este sujeto es mi némesis perfecto, no me queda más que retirarme. He perdido esta batallada antes de comenzar.» Se dijo mientras sacaba dos pelotas desde los bolsillos a su espalda, una a cada mano.
—¡Ni se le ocurra, señorita!— Su mano brilló y resonó con el sonido de las mil aves, dispuesto a lanzar una andanada de agujas a toda velocidad cuando estaba ya a unos siete metros de ella.
La mujer lanzó la primera esfera que resultó ser una bomba de luz, pero que no llegó a frenar del todo al Yotsuki y por ende alcanzó a atinar la andanada.
—¡Ahhhh!— Gritó y las siluetas oscuras desaparecieron, aunque se mantuvo en pie y lanzó la otra, siendo esta una de humo que la envolvió.
***
—¡Sólo nos estás retrasando y nos harás perder el tiempo!— refunfuñó una de las ancianas.
Sin embargo, la Duodécima azotó su cayado tres veces contra la tierra y pronto las dos más viejas cesaron en su afán de querer intervenir en la conversación. Sin embargo, la mujer agachó la cabeza, inexpresiva, pensativa. No encajaba nada, pero podía sentir claramente la incertidumbre que el propio clon sintió al enterarse de lo ocurrido con la Undécima. Obviamente no era una trampa, si ni él mismo lo sabía, pero el problema es que ahora ella también tenía esas dudas. Algo se estaba saliendo de control, más allá de su comprensión. Lo genuino de sus sentimientos ahora era un dilema para ella.
—Ella se dijo que fue una mujer que se cansó del mundo, de las directrices políticas de las naciones. Ella, conocía perfectamente el corazón de las personas, por lo que se halló triste ante la hipocresía que gobernaba incluso en su aldea natal de Kusagakure en aquella época de antaño. Cansada de las contrariedades del mundo, de la falsa democracia, se retiró y llegó Murasame. Ella marcó una diferencia, un antes y un después donde pregonó que aquel don de descifrar el alma no debía caer en malas manos. Así, lanzó una especia de hechizo ninja sobre la montaña. Más allá de los portales de la entrada al santuario, todo usuario del chakra que ponga un pie encima será incapaz de usar sus poderes en el terreno santificado por ella.
—Fue gracias a su milagrosa protección, que logramos defender a Ōkawa aquella vez que intentaron infiltrarse en el templo. Sin ella no podríamos aspirar a estar en igualdad de ocndiciones
—Luego, dos almas arrepentidas llegaron. Dos shinobi con el poder de la vida y la muerte, los cuáles al escuchar de que ella logró alcanzar la iluminación, siguieron sus pasos y se convirtieron en sus guardianes.
—Las estatuas de cada uno son los que conducen a las almas perdidas a Murasame, muerte a la izquierda y vida a la derecha. El sendero a una verdad más a allá de lo que existe.
—Yo la conocí. Ella dijo que ascendería a una forma más allá de la carne... Pero que seguiría cuidando de todos los habitantes de este pueblo...— Se llevó la mano a la sien. —Yo sentí su piel... Un día sólo apareció su piel, una vasija con su sangre, la sangre entera de un cuerpo humano. Sus restos aún están en el templo, yo los tanteé con mis manos. Yo conocía su presencia, pero nunca la he vuelto a sentir desde entonces, la reconocería al instante—. Ahora era ella la que parecía no entender nada.
***
—¿¡Qué está pasando ahora!?— Alzó el dedo y lo señaló. —No me digas que nada, que puedo sentir claramente que algo no está bien y estás confundido. No intentes negarlo— Infló los cachetes, pasnaod con rabia la propia preocupación que le transmitía Akame.
Sin embargo luego el clon les ordenó avanzar y huir nuevamente.
—Ujum— Pareció asentir de mala gana el joven.
Sin embargo, fue entonces que unos pasitos captarían su atención. Eran los de alguien que claramente no buscaba esconder su presencia, acompañados de un suave tarareo de una canción, con la voz infantil e inocente. Sin embargo, el buen oído de la pelinegra le hizo entrar en pánico, giró su cabeza, luego sobre sí misma, se llevó las manos al pecho y luego se quedó inmóvil con una oreja apuntando a la dirección del sonido.
Entonces se asomó ella: Kyōko, con su sombrero de paja, sus colitas coquetas y sus ojos cristalinos.
—¿Qué hacen aquí a estas horas de la noche? ¿También les gusta ver la luna?— Giró su cabeza con curiosidad.
Pero antes de poder decir nada, la mano de la candidata a Itako se posaría en al mano del clon.
—¡Suzaku! ¡Suzaku! ¡Ahí no hay nadie!— Dijo con angustia.
Kiyoshi parpadeó varias veces, alternando la vista entre todos sin entender un demonio lo que ocurría.