8/10/2019, 02:37
Cuando acabó de mear, se acomodó los pantalones y volteó a ver al muchacho.
Fue entonces cuando Riko pudo percibir a profundidad a quién tenía en frente. Sus características físicas ya anteriormente recalcadas no eran siquiera las más sorprendentes de todas. Su rostro era perfilado con una quijada marcada y dura, y tenía unos ojos de color azul, ligeramente hundidos, como los de un tiburón. Ah, y hablando de tiburones, esa manada de dientes de sierra que adornaban su socarrona sonrisa recordaba mucho a una de estas bestias marinas. Afilados y pequeños colmillos que, en conjunto, seguramente podrían arrancar un brazo de un tajo.
El tiburón vestía un conjunto habitual, de pantalones color vino, casi de tonalidad sangre; y una camiseta sin mangas de color negro. Sobre su cuello reposaba un collar que acababa en un diente de tiburón y, en su brazo izquierdo, le yacía envuelto el tatuaje de un Dragón tribal con matices negros y rojos que le envolvía la extremidad y cuyas fauces, abiertas y amenazantes, acababan al nivel del codo.
—¡Ahhhhh! qué alivio, joder. Casi me meo en los pantalones, amigo, pero no sabes la cantidad de gente que hay de camino a este pueblucho de mierda, tanto que no encontraba una puta zanja en la cuál sacar a pasear la perdiz —le sonrió y continuó hablando—. lamento lo de tu piedra, pero seguro que encontrarás otra donde meditar.
Kaido alzó la mano para estrechársela al tipo.
—Mi nombre es Kaido.
Fue entonces cuando Riko pudo percibir a profundidad a quién tenía en frente. Sus características físicas ya anteriormente recalcadas no eran siquiera las más sorprendentes de todas. Su rostro era perfilado con una quijada marcada y dura, y tenía unos ojos de color azul, ligeramente hundidos, como los de un tiburón. Ah, y hablando de tiburones, esa manada de dientes de sierra que adornaban su socarrona sonrisa recordaba mucho a una de estas bestias marinas. Afilados y pequeños colmillos que, en conjunto, seguramente podrían arrancar un brazo de un tajo.
El tiburón vestía un conjunto habitual, de pantalones color vino, casi de tonalidad sangre; y una camiseta sin mangas de color negro. Sobre su cuello reposaba un collar que acababa en un diente de tiburón y, en su brazo izquierdo, le yacía envuelto el tatuaje de un Dragón tribal con matices negros y rojos que le envolvía la extremidad y cuyas fauces, abiertas y amenazantes, acababan al nivel del codo.
—¡Ahhhhh! qué alivio, joder. Casi me meo en los pantalones, amigo, pero no sabes la cantidad de gente que hay de camino a este pueblucho de mierda, tanto que no encontraba una puta zanja en la cuál sacar a pasear la perdiz —le sonrió y continuó hablando—. lamento lo de tu piedra, pero seguro que encontrarás otra donde meditar.
Kaido alzó la mano para estrechársela al tipo.
—Mi nombre es Kaido.