9/10/2019, 15:48
Y Daigo rugió. Rugió como el tigre que llevaba en su interior, tan fuerte y tan grave que el desierto entero tembló ante él. ¿O era que seguía con alucinaciones? Lo que sí pareció fue que el felino, asustado o no, se fue con el rabo entre las piernas.
—¡Hurra! ¡Hurra!
—¡Sabía que podía confiar en ti, Daigo!
—Pff… Aficionados. Bueno, yo me voy, que me necesitan en otro lado. —Kumopansa desapareció en una nube de humo.
—¿Lo has notado, verdad Daigo? —preguntó Yubiwa, indiferente a la desaparición del arácnido—. Ese, ese es tu propio poder. Tienes alma de tigre. Nunca lo olvides. Nunca… Nunca me olvides.
Una lágrima resbaló por el rostro siempre risueño de Yubiwa, cayó desde lo alto y se perdió en la inmensidad del río. Cuando Daigo quiso reaccionar, el antiguo jōnin de Kusagakure no Sato había desaparecido. Quizá para siempre.
—Has estado bien, Daigo. —Por alguna inexplicable razón, Kenzou se hallaba ahora tumbado en una hamaca, con un mojito entre las manos y unas gafas de sol puestas. Inclinó la cabeza hacia abajo para verle por encima de las gafas—. Pero tienes trabajo que hacer, ¿me oyes? Despierta…
…
—¡Despierta!
Una voz le sacó de un fuerte tirón de sus sueños. Supo que esta vez se encontraba en la realidad, porque todo era mucho más sucio. Menos bonito. Más… mucho más doloroso. Daigo sentía que le iba a estallar la cabeza. Sudaba, temblaba de frío pero sudaba. Alguien le había puesto un trapo húmedo en la cabeza, y estaba tumbado en una cama.
Estaba en una habitación, eso estaba claro. Pequeña, llena de polvo y sin mobiliario. A su lado, una mujer de ojos castaños, que rozaba la treintena, le miraba con rostro preocupado.
—Vamos, abre la boca. —Daigo notó que le acercaban un vaso a los labios—. Tienes que hidratarte.
—¡Hurra! ¡Hurra!
—¡Sabía que podía confiar en ti, Daigo!
—Pff… Aficionados. Bueno, yo me voy, que me necesitan en otro lado. —Kumopansa desapareció en una nube de humo.
—¿Lo has notado, verdad Daigo? —preguntó Yubiwa, indiferente a la desaparición del arácnido—. Ese, ese es tu propio poder. Tienes alma de tigre. Nunca lo olvides. Nunca… Nunca me olvides.
Una lágrima resbaló por el rostro siempre risueño de Yubiwa, cayó desde lo alto y se perdió en la inmensidad del río. Cuando Daigo quiso reaccionar, el antiguo jōnin de Kusagakure no Sato había desaparecido. Quizá para siempre.
—Has estado bien, Daigo. —Por alguna inexplicable razón, Kenzou se hallaba ahora tumbado en una hamaca, con un mojito entre las manos y unas gafas de sol puestas. Inclinó la cabeza hacia abajo para verle por encima de las gafas—. Pero tienes trabajo que hacer, ¿me oyes? Despierta…
…
—¡Despierta!
Una voz le sacó de un fuerte tirón de sus sueños. Supo que esta vez se encontraba en la realidad, porque todo era mucho más sucio. Menos bonito. Más… mucho más doloroso. Daigo sentía que le iba a estallar la cabeza. Sudaba, temblaba de frío pero sudaba. Alguien le había puesto un trapo húmedo en la cabeza, y estaba tumbado en una cama.
Estaba en una habitación, eso estaba claro. Pequeña, llena de polvo y sin mobiliario. A su lado, una mujer de ojos castaños, que rozaba la treintena, le miraba con rostro preocupado.
—Vamos, abre la boca. —Daigo notó que le acercaban un vaso a los labios—. Tienes que hidratarte.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado