9/10/2019, 19:34
Kisame salió de Shinogi-To bien temprano, y caminó sin descanso a través de las estepas llenas de gramíneas del País de la Tormenta, bajo la atenta mirada de Amenokami, Fuujin y Raijin. Los dioses descargaban sobre él truenos, vendavales y torrentes de agua sin descanso, pero el muchacho, como todo shinobi de Amegakure, estaba acostumbrado a dichas inclemencias. No fue hasta las seis de la tarde, cuando dejó atrás, al este, un amasijo de torres de cemento y vidrio —llamado la Ciudad Fantasma según su mapa—, cuando comenzó el desafío de verdad; cuando la nieve comenzaba a pintar la hierba como un gélido artista, y el viento cargaba consigo un beso doloroso y frío, Kisame aminoró la marcha. Sus músculos, entumecidos por las bajas temperaturas y machacados por la caminata, comenzaron a resentirse.
La noche llegaría más pronto que tarde. Si recordaba las palabras de su madrina, más le valía encontrar algún refugio para no pasarla a la intemperie. La ropa raída del muchacho estaba calada por la lluvia, ahora finos copos de nieve a medio cuajar, lo que no contribuía al pronóstico desfavorable de su viaje.
La situación era la siguiente: frente a él, en dirección a Yukio, se extendía una planicie nevada sin fin. Aunque no veía su destino, las grandes montañas que según el mapa cobijaban la ciudad sí que se dejaban mostrar al horizonte. Hacia el este y hacia el oeste había sendos bosques de pinos que ocultaban oscuridad, y quién sabe qué más.
La noche llegaría más pronto que tarde. Si recordaba las palabras de su madrina, más le valía encontrar algún refugio para no pasarla a la intemperie. La ropa raída del muchacho estaba calada por la lluvia, ahora finos copos de nieve a medio cuajar, lo que no contribuía al pronóstico desfavorable de su viaje.
La situación era la siguiente: frente a él, en dirección a Yukio, se extendía una planicie nevada sin fin. Aunque no veía su destino, las grandes montañas que según el mapa cobijaban la ciudad sí que se dejaban mostrar al horizonte. Hacia el este y hacia el oeste había sendos bosques de pinos que ocultaban oscuridad, y quién sabe qué más.