4/12/2015, 13:04
Tras una suave orden del conductor del carromato, este se detuvo casi de inmediato. En el interior de la cabina que lo convertía en diligencia se encontraba Hyuga Mitsuki, ataviada con un kimono blanco de detalles florales bordados con hilo plateado que se ajustaba a su cuerpo casi como si de un guante se tratase desde hombros a cintura. Las mangas de la vestimenta era un poco más anchas de lo habitual, lo normal en un kimono formal, al igual que la parte baja. La peliblanca ocupaba el asiento central, justo frente a un señor bastante anciano de largas barbas grises y pequeñas lentes sobre una ruda nariz. El hombre vestía con ropas tradicionales en tonos marrones, adornadas con un par de espirales para remarcar su procedencia y a quién representaba.
Aquel señor de rostro amable, era nada más y nada menos que un embajador del País de la Espiral. Su nombre era Koshikawa Hazuhiko. La joven Hyuga había compartido con él un largo viaje hasta Notsuba, donde habían sido recibidos por el Señor Feudal del País de la Tierra. El objetivo de este viaje no era más que puramente comercial entre ambos países y la presencia de la joven tan sólo fue formativa. El embajador creyó oportuno, que una futura sacerdotisa de Kusabi debía de entender como funcionaban las relaciones diplomáticas y que mejor manera que tener la oportunidad de participar en unas aunque solo fuese como espectadora. Tras pedir los pertinentes permisos, el viaje fue aceptado y ahora se encontraban de regreso. Y una de las paradas fue Kuroshiro, el pueblo de los Pandas.
—Me encanta Kuroshiro— el anciano casi parecía emocionado mientras observaba desde la ventanilla del carromato la carretera que iba en dirección al pueblo —Lástima que ya no esté en condiciones de montar en un panda— bromeo Hazuhiko mientras volvía acomodarse en el asiento —Mi querida Mitsuki, perdonadme por no poder acompañaros en la visita pero este pobre viejo necesita descansar—
—No os preocupéis señor, el viaje a sido largo— contestó la joven con una sonrisa mientras clavaba sus blanquecinos ojos en su interlocutor —Y lo primero es vuestra salud—
—Aún así me hubiese gustado haceros de guía, no todo los días se tiene la oportunidad de estar con una joven Shijou— apuntó el anciano que casi se veía realmente afectado —Bueno, no os entretengo más... disfrutad de la visita—
—Quizás en otra ocasión, si me disculpaís— la joven se levantó con suavidad, colocó su mano sobre el pequeño pomo y abrió la puerta. Durante un instante la joven se quedó casi congelada, ¡había nieve!. Hacía meses que no contemplaba su blanco y la verdad es que lo echaba de menos. La Hyuga no pudo evitar sonreír, casi como lo haría una niña que acaba de recibir un bonito regalo de forma inesperada
—¿Pasa algo?— preguntó el anciano preocupado
—No, no...— contestó la joven volviendo la mirada hacia el anciano —Volveré pronto— se despidió la joven que rápidamente descendió del carromato y pudo sentir como la nieve crujía bajo sus pies, era una sensación tan familiar. Aquella temperatura, era ideal, estaba casi como si estuviese en casa. Así que sin más, se dispuso a avanzar en dirección a la entrada de Kuroshiro.
El acceso al pueblo estaba guardado por dos estatuas de mármol blanco con trozos negros que representaban a dos adorables pandas y una vez pasado el umbral había imágenes de pandas por todas partes, y a su alrededor multitud de gente caminando. Todo el mundo parecía alegre, los niños, los ancianos... era un lugar casi idílico, en cierta forma le recordaba a su tierra... parecía tan en paz.
Mitsuki fue poco a poco adentrándose, pasando junto a cada estatua para detenerse a observarla de cerca. Conocía el animal que representaba por dibujos en libros y cuentos, pero nunca había visto un panda de cerca y aquellas estatuas parecían tan reales que no podía evitar preguntarse si aquellos animales eran así. Lo que le llevó al interrogante si habría pandas de verdad en aquel lugar, aunque el anciano embajador habló de montarse en pandas... así que debería de haber o al menos esa fue la conclusión de la de uzu que tomó la determinación de encontrar al menos uno.
Aquel señor de rostro amable, era nada más y nada menos que un embajador del País de la Espiral. Su nombre era Koshikawa Hazuhiko. La joven Hyuga había compartido con él un largo viaje hasta Notsuba, donde habían sido recibidos por el Señor Feudal del País de la Tierra. El objetivo de este viaje no era más que puramente comercial entre ambos países y la presencia de la joven tan sólo fue formativa. El embajador creyó oportuno, que una futura sacerdotisa de Kusabi debía de entender como funcionaban las relaciones diplomáticas y que mejor manera que tener la oportunidad de participar en unas aunque solo fuese como espectadora. Tras pedir los pertinentes permisos, el viaje fue aceptado y ahora se encontraban de regreso. Y una de las paradas fue Kuroshiro, el pueblo de los Pandas.
—Me encanta Kuroshiro— el anciano casi parecía emocionado mientras observaba desde la ventanilla del carromato la carretera que iba en dirección al pueblo —Lástima que ya no esté en condiciones de montar en un panda— bromeo Hazuhiko mientras volvía acomodarse en el asiento —Mi querida Mitsuki, perdonadme por no poder acompañaros en la visita pero este pobre viejo necesita descansar—
—No os preocupéis señor, el viaje a sido largo— contestó la joven con una sonrisa mientras clavaba sus blanquecinos ojos en su interlocutor —Y lo primero es vuestra salud—
—Aún así me hubiese gustado haceros de guía, no todo los días se tiene la oportunidad de estar con una joven Shijou— apuntó el anciano que casi se veía realmente afectado —Bueno, no os entretengo más... disfrutad de la visita—
—Quizás en otra ocasión, si me disculpaís— la joven se levantó con suavidad, colocó su mano sobre el pequeño pomo y abrió la puerta. Durante un instante la joven se quedó casi congelada, ¡había nieve!. Hacía meses que no contemplaba su blanco y la verdad es que lo echaba de menos. La Hyuga no pudo evitar sonreír, casi como lo haría una niña que acaba de recibir un bonito regalo de forma inesperada
—¿Pasa algo?— preguntó el anciano preocupado
—No, no...— contestó la joven volviendo la mirada hacia el anciano —Volveré pronto— se despidió la joven que rápidamente descendió del carromato y pudo sentir como la nieve crujía bajo sus pies, era una sensación tan familiar. Aquella temperatura, era ideal, estaba casi como si estuviese en casa. Así que sin más, se dispuso a avanzar en dirección a la entrada de Kuroshiro.
El acceso al pueblo estaba guardado por dos estatuas de mármol blanco con trozos negros que representaban a dos adorables pandas y una vez pasado el umbral había imágenes de pandas por todas partes, y a su alrededor multitud de gente caminando. Todo el mundo parecía alegre, los niños, los ancianos... era un lugar casi idílico, en cierta forma le recordaba a su tierra... parecía tan en paz.
Mitsuki fue poco a poco adentrándose, pasando junto a cada estatua para detenerse a observarla de cerca. Conocía el animal que representaba por dibujos en libros y cuentos, pero nunca había visto un panda de cerca y aquellas estatuas parecían tan reales que no podía evitar preguntarse si aquellos animales eran así. Lo que le llevó al interrogante si habría pandas de verdad en aquel lugar, aunque el anciano embajador habló de montarse en pandas... así que debería de haber o al menos esa fue la conclusión de la de uzu que tomó la determinación de encontrar al menos uno.