22/10/2019, 15:18
En el interior del pergamino, Kisame encontró detalles importantes que probablemente debía haber consultado nada más recibirlo. Para empezar, la localización de la Oficina de Correos de Yukio, en una de las plazas centrales de la villa, llamada Plaza de los Puentes. Pero también el nombre del responsable y por tanto del solicitante de la misión: Ukyo Kodachi. Pese a que el nombre del sitio estaba claro, y más o menos su localización, el joven Kisame lo tuvo muy difícil para dar con el lugar al no disponer de un mapa detallado de la ciudad. Tras preguntar a un par de personas, encontró una anciana amable que no tuvo problemas en guiarle, más o menos callejeando, a través de puentes de piedra, de madera y calles con losas heladas hasta dar con la dichosa Plaza de los Puentes.
Entendió por qué se llamaba así. La Plaza de los Puentes era una explanada amplia, rectangular. El río que cruzaba Yukio pasaba por el centro y se dividía en dos, formando un cuadrado alrededor de un bloque central con un jardín en el que había plantado un pino gigantesco. Dos puentes servían de enlace con la isleta, y otros dos, más grandes, de enlace entre ambos lados de la plaza por donde el canal del río era más amplio.
Tuvo que cruzar uno de los puentes para encontrar su destino: un edificio de madera de aspecto rústico, con las barandillas, pilares y tejado pintados de azul oscuro desgastado. En la fachada había un medallón enorme con un símbolo que representaba un sobre y con otro que representaba un pergamino. Tradición contra modernidad. La Oficina de Correos de Yukio.
Si el muchacho decidía entrar, encontraría una amplia pero solitaria estancia llena de archivadores, poco iluminada y polvorienta. Al fondo a la izquierda, unas escaleras ascendían al piso superior. En el centro de la pared opuesta a la entrada, una chimenea de piedra que daba un calor agradable y que Kisame necesitaba desesperadamente. A la derecha, un mostrador con un hombre uniformado de azul: un enjuto muchacho con gafas que bostezaba derramado en la silla como una gota de aceite resbalando sobre la corteza de un pan duro.
—Aahh... buenos días, ¿qué desea?
Entendió por qué se llamaba así. La Plaza de los Puentes era una explanada amplia, rectangular. El río que cruzaba Yukio pasaba por el centro y se dividía en dos, formando un cuadrado alrededor de un bloque central con un jardín en el que había plantado un pino gigantesco. Dos puentes servían de enlace con la isleta, y otros dos, más grandes, de enlace entre ambos lados de la plaza por donde el canal del río era más amplio.
Tuvo que cruzar uno de los puentes para encontrar su destino: un edificio de madera de aspecto rústico, con las barandillas, pilares y tejado pintados de azul oscuro desgastado. En la fachada había un medallón enorme con un símbolo que representaba un sobre y con otro que representaba un pergamino. Tradición contra modernidad. La Oficina de Correos de Yukio.
Si el muchacho decidía entrar, encontraría una amplia pero solitaria estancia llena de archivadores, poco iluminada y polvorienta. Al fondo a la izquierda, unas escaleras ascendían al piso superior. En el centro de la pared opuesta a la entrada, una chimenea de piedra que daba un calor agradable y que Kisame necesitaba desesperadamente. A la derecha, un mostrador con un hombre uniformado de azul: un enjuto muchacho con gafas que bostezaba derramado en la silla como una gota de aceite resbalando sobre la corteza de un pan duro.
—Aahh... buenos días, ¿qué desea?