20/11/2019, 08:23
Atraídos por el misterioso llanto, ambos se encaminaron hasta el final del corredor donde una última puerta de papel les esperaba. El Uchiha no vaciló y osó abrir la puerta sin dudar. Más oscuridad les recibió, en una estancia donde una sombría silueta femenina se distinguía, arrodillada en el suelo justo en el centro de la habitación que parecía ser inmensa. La pequeña figura lloraba: Ōkawa.
—¿Suzaku? ¿Eres tú Suzaku?— La chica pareció interrumpir su llanto. —¡No te acerques!
Si giró sacudiendo su cabeza en todas direcciones en búsqueda de quién creía era su salvador.
—Ah claro, de nada...— Bufó algo molesto el Yotsuki al ver que no estaba recibiendo la atención.
Pero la chica continuó ignorándolo.
—¿¡Por qué has venido!?— Y de inmediato señaló con su dedo índice al fondo de la habitación.
Tres efigies se alzaban en aquel misterioso sitio donde el olor a viejo y gastado inundaba las fosas nasales de los presentes, cómo si llevase mucho tiempo sin que le pasaran una buena escoba.
—Tendré que disculparme con mis hermanos por permitir que su sitio de reposo fuese profanado...— La voz de la extraña mujer provino desde el fondo de la habitación.
Apenas eran distinguibles, pero era posible apreciar dos estatuas masculinas en lo que era una especie de altar, similares a las figuras de piedra de los monjes en el camino de Murasame. En el centro, Kyōko, parada sobre únicamente una pierna mientras mantenía alzada la otra rodilla. Dos de sus brazos juntaban las palmas como si rezara, otros par estaban alzados con la palma hacia arriba, mientras los últimos apuntaban hacia abajo mientras juntaba los índice y pulgar de cada mano. Ella estaba también en el altar, cómo si fuera otro artículo de decoración, en medio de las dos figuras sacras.
—Ōkawa...— Negó con la cabeza. —No, décimocuarta— Rectificó. —Manifiesta tu decisión— Dijo con voz suave.
La pelinegra se abrazó a si misma y agachó la cabeza.
—No debieron venir... Yo, y-yo me quedaré en Murasame— Se quebró y lloró aún más fuerte.
El Yotsuki abrió los ojos y parpadeó varias veces.
—Ah eso no. ¿después de todo lo que pasamos para venir a rescatarte?— Vociferó. —No sé que te haya dicho esa bruja para lavarte la cabeza y hacerte cambiar de opinión, pero te recuerdo que eras tú la que quería largarse de aquí—. Infló los cachetes y luego le metió un codazo a Akame cómo si quisiera que este dijera algo.
—¿Suzaku? ¿Eres tú Suzaku?— La chica pareció interrumpir su llanto. —¡No te acerques!
Si giró sacudiendo su cabeza en todas direcciones en búsqueda de quién creía era su salvador.
—Ah claro, de nada...— Bufó algo molesto el Yotsuki al ver que no estaba recibiendo la atención.
Pero la chica continuó ignorándolo.
—¿¡Por qué has venido!?— Y de inmediato señaló con su dedo índice al fondo de la habitación.
Tres efigies se alzaban en aquel misterioso sitio donde el olor a viejo y gastado inundaba las fosas nasales de los presentes, cómo si llevase mucho tiempo sin que le pasaran una buena escoba.
—Tendré que disculparme con mis hermanos por permitir que su sitio de reposo fuese profanado...— La voz de la extraña mujer provino desde el fondo de la habitación.
Apenas eran distinguibles, pero era posible apreciar dos estatuas masculinas en lo que era una especie de altar, similares a las figuras de piedra de los monjes en el camino de Murasame. En el centro, Kyōko, parada sobre únicamente una pierna mientras mantenía alzada la otra rodilla. Dos de sus brazos juntaban las palmas como si rezara, otros par estaban alzados con la palma hacia arriba, mientras los últimos apuntaban hacia abajo mientras juntaba los índice y pulgar de cada mano. Ella estaba también en el altar, cómo si fuera otro artículo de decoración, en medio de las dos figuras sacras.
—Ōkawa...— Negó con la cabeza. —No, décimocuarta— Rectificó. —Manifiesta tu decisión— Dijo con voz suave.
La pelinegra se abrazó a si misma y agachó la cabeza.
—No debieron venir... Yo, y-yo me quedaré en Murasame— Se quebró y lloró aún más fuerte.
El Yotsuki abrió los ojos y parpadeó varias veces.
—Ah eso no. ¿después de todo lo que pasamos para venir a rescatarte?— Vociferó. —No sé que te haya dicho esa bruja para lavarte la cabeza y hacerte cambiar de opinión, pero te recuerdo que eras tú la que quería largarse de aquí—. Infló los cachetes y luego le metió un codazo a Akame cómo si quisiera que este dijera algo.