17/01/2020, 15:20
Y Daigo cumplió su promesa. Oh, no. No se apartaría de su lado. En ningún momento del viaje.
Fue una vuelta agotadora, pero ni de lejos como la ida. La experiencia de Koku era un plus. Su edad no le permitía resistir caminatas tan largas bajo el sol como antaño, pero su sabiduría, la costumbre y el hecho de haber vivido entre la arena toda su vida lo compensaba. Tomaron siempre los mejores caminos, pararon siempre donde debían. Y, cuando el tiempo no era favorable, Koku lo advertía.
Llegados al País de la Tormenta, sin embargo, la cosa cambió. La lluvia pareció maravillar a Gura, tan poco acostumbrada como estaba a verla. A Koku, en cambio, la horrorizó. ¿Dónde estaba el sol? ¿Dónde estaba el calor acariciando sus mejillas? ¿Dónde se había quedado la luz? Un día de lluvia estaba bien, como una copita de vino. Todos los malditos días, era emborracharse. O eso, al menos, opinaba ella.
La Esclava las seguía sin protestar. Comía. Cagaba. Dormía. Cumplía sus necesidades básicas y ejecutaba las órdenes sin rechistar. ¿Seguirles? Ella les seguía. ¿Cargar con la mochila? Ella la cargaba a su espalda. Un día, Koku le pidió que les contase un chiste.
Un servidor prefiere ahorraros el espanto.
Y así, el viaje continuó hasta llegar a nuestra querida Kusagakure no Sato. Dos guardias —una mujer de pelo largo y sonrisa afilada y un chiquillo de dieciséis años— custodiaban la entrada. Había llegado el momento de la verdad.
Fue una vuelta agotadora, pero ni de lejos como la ida. La experiencia de Koku era un plus. Su edad no le permitía resistir caminatas tan largas bajo el sol como antaño, pero su sabiduría, la costumbre y el hecho de haber vivido entre la arena toda su vida lo compensaba. Tomaron siempre los mejores caminos, pararon siempre donde debían. Y, cuando el tiempo no era favorable, Koku lo advertía.
Llegados al País de la Tormenta, sin embargo, la cosa cambió. La lluvia pareció maravillar a Gura, tan poco acostumbrada como estaba a verla. A Koku, en cambio, la horrorizó. ¿Dónde estaba el sol? ¿Dónde estaba el calor acariciando sus mejillas? ¿Dónde se había quedado la luz? Un día de lluvia estaba bien, como una copita de vino. Todos los malditos días, era emborracharse. O eso, al menos, opinaba ella.
La Esclava las seguía sin protestar. Comía. Cagaba. Dormía. Cumplía sus necesidades básicas y ejecutaba las órdenes sin rechistar. ¿Seguirles? Ella les seguía. ¿Cargar con la mochila? Ella la cargaba a su espalda. Un día, Koku le pidió que les contase un chiste.
Un servidor prefiere ahorraros el espanto.
Y así, el viaje continuó hasta llegar a nuestra querida Kusagakure no Sato. Dos guardias —una mujer de pelo largo y sonrisa afilada y un chiquillo de dieciséis años— custodiaban la entrada. Había llegado el momento de la verdad.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado