19/01/2020, 17:47
—¡Adelante!
La inconfundible voz de Kenzou le mandó pasar. Y ahí estaba: tras el escritorio, con su sonrisa de siempre, su té humeante entre las manos, y con su chaleco azul abierto, dejando a la vista un físico imposible.
—¡Oh, Daigo-kun! ¡Qué bueno que ya hayas regresado! —exclamó, con la alegría de un padre al ver a uno de sus hijos de vuelta a casa tras un largo viaje—. ¿Cómo te ha ido por el desierto? Oh, disculpa mis modales. ¿Un té?
Antes de que Daigo pudiese siquiera responder, el Morikage ya le estaba sirviendo una taza.
La inconfundible voz de Kenzou le mandó pasar. Y ahí estaba: tras el escritorio, con su sonrisa de siempre, su té humeante entre las manos, y con su chaleco azul abierto, dejando a la vista un físico imposible.
—¡Oh, Daigo-kun! ¡Qué bueno que ya hayas regresado! —exclamó, con la alegría de un padre al ver a uno de sus hijos de vuelta a casa tras un largo viaje—. ¿Cómo te ha ido por el desierto? Oh, disculpa mis modales. ¿Un té?
Antes de que Daigo pudiese siquiera responder, el Morikage ya le estaba sirviendo una taza.