21/01/2020, 16:14
Ambos subieron a la azotea, donde un gran tatami servía al Morikage para estirarse y ejercitarse un poco tras largas jornadas de trabajo. También para desestresarse un poco. También para retar a sus shinobi y comprobar de qué pasta estaban hechos. Como Kenzou a veces decía, no importaba lo rico que un plato de comida pareciese, si luego al hincar el diente no tuviese sabor. Con los ninjas sucedía igual. No era su apariencia, sino la fuerza para encajar un golpe y aún así mantenerse en pie lo que verdaderamente distinguía a un buen kusajin.
Caminó hasta el centro del tatami y encaró a Daigo, formando el Sello de la Confrontación con una mano.
—Vamos, Daigo-kun. ¡Muéstrame lo que sabes!
Caminó hasta el centro del tatami y encaró a Daigo, formando el Sello de la Confrontación con una mano.
—Vamos, Daigo-kun. ¡Muéstrame lo que sabes!