21/01/2020, 17:52
Akame se encogió de hombros ante la reflexión de Rōga; claro, como ninja afiliado a una de las Tres Grandes, si le pillaban involucrado en semejante entuerto podía tener problemas. El Uchiha no tenía tampoco mucho más interés en los servicios de aquel genin, y ahora tan sólo podía pensar en volver a la cueva de Kiyoshi, coger su petate, y llevar a Okawa a Tane-Shigai.
Y así hizo. La caminata por el bosque de bambú fue estresante, pues el Uchiha miraba constantemente por encima de su hombro creyendo ver sombras que les perseguían; pero no fue así. La pareja llegó al escondite de Kiyoshi sin mayor problema, el exjōnin recuperó su mochila y ahí mismo se pusieron en camino a la capital.
El trayecto fue igualmente agotador, pero por fortuna la climatología de aquella zona, incluso en Otoño, les trató bien. No llovió apenas ni hizo demasiado frío, y aunque pasaron penurias a la hora de comer —Akame tuvo que racionar sus provisiones para dos personas, cuando estaban pensadas para una— no encontraron mayores peligros en el camino. Y, en ese momento, eso era a cuanto podían aspirar.
La llegada a Tane-Shigai les sentó como un plato de sopa caliente y una buena cama. Pasaron unos cuantos días en la ciudad hasta que, tal y como había prometido, Akame le encontró un lugar donde quedarse a Okawa en la casa de pobres de unos monjes. Aunque eran religiosos, su fe distaba mucho de la fanática irracionalidad de las del Templo de los Gallos, y permitieron a Okawa quedarse con ellos siempre que pusiera interés en aprender algunos oficios.
Akame partió de Tane-Shigai a la noche siguiente, al amparo de la noche y embozado en su capucha. Nuevas aventuras le aguardaban.
Y así hizo. La caminata por el bosque de bambú fue estresante, pues el Uchiha miraba constantemente por encima de su hombro creyendo ver sombras que les perseguían; pero no fue así. La pareja llegó al escondite de Kiyoshi sin mayor problema, el exjōnin recuperó su mochila y ahí mismo se pusieron en camino a la capital.
El trayecto fue igualmente agotador, pero por fortuna la climatología de aquella zona, incluso en Otoño, les trató bien. No llovió apenas ni hizo demasiado frío, y aunque pasaron penurias a la hora de comer —Akame tuvo que racionar sus provisiones para dos personas, cuando estaban pensadas para una— no encontraron mayores peligros en el camino. Y, en ese momento, eso era a cuanto podían aspirar.
La llegada a Tane-Shigai les sentó como un plato de sopa caliente y una buena cama. Pasaron unos cuantos días en la ciudad hasta que, tal y como había prometido, Akame le encontró un lugar donde quedarse a Okawa en la casa de pobres de unos monjes. Aunque eran religiosos, su fe distaba mucho de la fanática irracionalidad de las del Templo de los Gallos, y permitieron a Okawa quedarse con ellos siempre que pusiera interés en aprender algunos oficios.
Akame partió de Tane-Shigai a la noche siguiente, al amparo de la noche y embozado en su capucha. Nuevas aventuras le aguardaban.