22/01/2020, 15:23
Moyashi Kenzou emitió un silbido, impresionante, al ver a Daigo levantándose una vez más. Sonrió, orgulloso, y cruzó los brazos sobre el pecho. Oh, sí, ahora sabía de qué pasta estaba hecho su shinobi. De la que a él le gustaba.
—Es... estoy... bien... No... baje la guardia.
Kenzou alzó una de sus cejas. ¿De verdad iba a…?
—Daigo-kun, no creo que debamos seguir con… ¡Espera!
Demasiado tarde, ¡aquel maldito se había tirado de nuevo al ataque!
Antes de perder el conocimiento, Daigo perdió de vista a Kenzou por un segundo. Un mero segundo, ¡y pam! Le había dado. No sabía cómo, pero le había dado. No lo supo por sus ojos, sino por sus nudillos, que habían impactado contra algo tan duro como el hormigón, y que, en aquella ocasión, había cedido. Solo unos centímetros. Pero había cedido. Había cedido ante su verdadero poder.
Se dejó ir con el trabajo hecho.
Moyashi Kenzou observó a Daigo. Allí, de pie, con un puño hundido en uno de los pilares que sujetaba la cubierta del tatami. No por nada, él había evadido el golpe en el último suspiro, echándose a un lado y dejando pasar al toro en el que se había convertido Daigo. Un Daigo que había quedado inconsciente por falta de chakra, pero que sorprendentemente seguía en pie, con el puño cerrado contra el pilar. Alguno simplemente vería en esto a un chico que colgaba del brazo anclado al orificio del hormigón. Kenzou veía otra cosa. Kenzou veía…
…a un verdadero kusajin
Cuando abrió los ojos, supo que se encontraba en una habitación del hospital. De paredes blancas, techo blanco y sábanas igual de blancas. Tenía un vendaje en la cabeza y en el torso, y le habían aplicado un ungüento en los nudillos pelados de la mano derecha.
Encontró la sonrisa de Kenzou observándole desde arriba.
—Tenías razón —le confesó—. No debía bajar la guaria.
—Es... estoy... bien... No... baje la guardia.
Kenzou alzó una de sus cejas. ¿De verdad iba a…?
—Daigo-kun, no creo que debamos seguir con… ¡Espera!
Demasiado tarde, ¡aquel maldito se había tirado de nuevo al ataque!
Agilidad superior en 40 puntos a la Percepción de Daigo
Antes de perder el conocimiento, Daigo perdió de vista a Kenzou por un segundo. Un mero segundo, ¡y pam! Le había dado. No sabía cómo, pero le había dado. No lo supo por sus ojos, sino por sus nudillos, que habían impactado contra algo tan duro como el hormigón, y que, en aquella ocasión, había cedido. Solo unos centímetros. Pero había cedido. Había cedido ante su verdadero poder.
Se dejó ir con el trabajo hecho.
Moyashi Kenzou observó a Daigo. Allí, de pie, con un puño hundido en uno de los pilares que sujetaba la cubierta del tatami. No por nada, él había evadido el golpe en el último suspiro, echándose a un lado y dejando pasar al toro en el que se había convertido Daigo. Un Daigo que había quedado inconsciente por falta de chakra, pero que sorprendentemente seguía en pie, con el puño cerrado contra el pilar. Alguno simplemente vería en esto a un chico que colgaba del brazo anclado al orificio del hormigón. Kenzou veía otra cosa. Kenzou veía…
…a un verdadero kusajin
Una hora más tarde…
Cuando abrió los ojos, supo que se encontraba en una habitación del hospital. De paredes blancas, techo blanco y sábanas igual de blancas. Tenía un vendaje en la cabeza y en el torso, y le habían aplicado un ungüento en los nudillos pelados de la mano derecha.
Encontró la sonrisa de Kenzou observándole desde arriba.
—Tenías razón —le confesó—. No debía bajar la guaria.