23/01/2020, 16:50
Pronto se dio cuenta que era una tienda de souvenirs. Allí, el techo estaba lleno de ramas y hojas artificiales que se entrelazaban dando la sensación de encontrarse en un bosque tupido. Los pilares parecían troncos, las luces eran pequeñas bombillas con forma de luciérnagas, y en un momento dado, incluso el techo emitió un destello seguido del sonido de un trueno. Y de lluvia.
No, allí no llovía, pero debía haber altavoces repartidos por todo el local que daban ese sonido ambiental.
Daigo pudo encontrar muchos objetos a vender. Figuras del Árbol Sagrado, del Valle del Fin, del Pilar de Pizarra, de la Torre de Meditación… Frascos llenos de —aseguraba la etiqueta— agua del Oasis de la Luna. Pulseras. Camisetas. Centenares de objetos que recordaban a algún rincón de Oonindo en concreto.
En el mostrador, un hombre de unos sesenta años, de pelo blanco y torso musculado, sonreía abiertamente.
—¿Puedo ayudarte con algo, chico?
No, allí no llovía, pero debía haber altavoces repartidos por todo el local que daban ese sonido ambiental.
Daigo pudo encontrar muchos objetos a vender. Figuras del Árbol Sagrado, del Valle del Fin, del Pilar de Pizarra, de la Torre de Meditación… Frascos llenos de —aseguraba la etiqueta— agua del Oasis de la Luna. Pulseras. Camisetas. Centenares de objetos que recordaban a algún rincón de Oonindo en concreto.
En el mostrador, un hombre de unos sesenta años, de pelo blanco y torso musculado, sonreía abiertamente.
—¿Puedo ayudarte con algo, chico?
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