(C) La fuga del Yermo

[Sama-sama]

—Así que te salvó la vida, ¿eh? —suspiró—. Antes me comentaste que te dijo que te lo agradecería por ella, ¿no? Imagino que estaba en un buen apuro para no devolverte el favor. Sí, sí… Sin duda, ella se merece que haga honor a esa deuda. No sé lo que habrá hecho para acabar así, pero… Estoy convencido de que no es mala persona. Y eso es lo único que me importa.

Le hizo un gesto con la mano.

—Acompáñame, chico. Vamos a la sala donde guardo los artículos que no están a la venta.

Antes de nada, salió hasta la entrada de la tienda y colgó el cartel de: Cerrado. Luego, llevó a Daigo tras el mostrador, donde pasaron por una puerta que conducía a un pasillo, y este a otra puerta. Fortificada.

Extrajo una llave de la palma de su mano. Quizá aquel vendedor no fuese un simple vendedor, después de todo. De fūinjutsu, al menos, controlaba. La cerradura hizo un ¡clic! muy pesado cuando giró la llave, y cuando accedieron a la sala que daba, Daigo…

Bueno, a saber qué le pasó por la cabeza. Porque lo único que había eran estanterías y estanterías llenas de pergaminos.

—Mi legado. El fruto de tantos y tantos años de trabajo, chico. Esto que ves aquí… Esto que ves aquí es el mayor tesoro del mundo. Y te lo dice alguien que ha visto de todo.