28/01/2020, 00:10
Yui suspiró, y no dudó ni un instante en interrumpirla:
—Ayame. Por difícil que te parezca, es hora de retomar la compostura. Ahí abajo dijiste que estaba siendo manipulado por ese tatuaje.
Ayame asintió, y fue a hablar, pero volvió a ser cortada por la orden directa de la Arashikage:
—Pero antes de llegar a ese punto, quiero saber qué hacías exactamente con él, y por qué —dijo, de una forma muy diferente a lo que Ayame estaba acostumbrada a ver en aquella mujer. En aquellos instantes, no era una tormenta eléctrica, no se sentía intimidada o aterrorizada por su presencia. Era como un cielo gris, encapotado, amenazante de lluvia. Pero, por el momento, Ayame se permitió el infantil deseo de sentirse protegida—. Quiero que me cuentes esta historia de principio a fin. Despacio. Tómate el tiempo que necesites. Y asegúrate de contarme todo lo que pasó.
«No... todo no. No puedo hacerlo.» Ayame se estremeció ligeramente.
—Sí, Yui-sama —La kunoichi respiró hondo varias veces, buscando serenarse. Cerró los ojos, ordenando sus pensamientos, y pocos segundos después los abrió—. Estaba en Coladragón. El tiempo era horrible, así que decidí buscar refugio en una posada de allí. Conozco a los dueños, y ya había estado varias veces allí, así que...
«Ahora que lo pienso... Me fui sin despedirme, ni decir nada... Kamiseba y Ari deben estar preocupados...»
Ayame alzó los ojos hacia Yui en una mirada profunda y llena de significado.
»Mientras estaba comiendo entró un grupo de personas. Siete u ocho, más o menos. No les presté mucha atención, parecían marineros y no conocía a ninguno de ellos. Pero entonces escuché la voz de uno de ellos, del mismo que habéis visto cuando hemos llegado a Amegakure. Le llamaban Kincho, pero su voz, y estaba completamente convencida de ello, era la de Umikiba Kaido —¿Cómo no iba a reconocer la voz de su amigo perdido?—. Al principio pensé que, si de verdad era él, debía estar camuflado bajo la Técnica de Transformación, pero un Henge no Jutsu es muy débil, y no conseguí desbaratarlo pese a que lo intenté —tirándole un plato de caldo ardiendo, cabía decir—. Así que decidí seguirles en la distancia cuando abandonaron el local...
—Ayame. Por difícil que te parezca, es hora de retomar la compostura. Ahí abajo dijiste que estaba siendo manipulado por ese tatuaje.
Ayame asintió, y fue a hablar, pero volvió a ser cortada por la orden directa de la Arashikage:
—Pero antes de llegar a ese punto, quiero saber qué hacías exactamente con él, y por qué —dijo, de una forma muy diferente a lo que Ayame estaba acostumbrada a ver en aquella mujer. En aquellos instantes, no era una tormenta eléctrica, no se sentía intimidada o aterrorizada por su presencia. Era como un cielo gris, encapotado, amenazante de lluvia. Pero, por el momento, Ayame se permitió el infantil deseo de sentirse protegida—. Quiero que me cuentes esta historia de principio a fin. Despacio. Tómate el tiempo que necesites. Y asegúrate de contarme todo lo que pasó.
«No... todo no. No puedo hacerlo.» Ayame se estremeció ligeramente.
—Sí, Yui-sama —La kunoichi respiró hondo varias veces, buscando serenarse. Cerró los ojos, ordenando sus pensamientos, y pocos segundos después los abrió—. Estaba en Coladragón. El tiempo era horrible, así que decidí buscar refugio en una posada de allí. Conozco a los dueños, y ya había estado varias veces allí, así que...
«Ahora que lo pienso... Me fui sin despedirme, ni decir nada... Kamiseba y Ari deben estar preocupados...»
Ayame alzó los ojos hacia Yui en una mirada profunda y llena de significado.
»Mientras estaba comiendo entró un grupo de personas. Siete u ocho, más o menos. No les presté mucha atención, parecían marineros y no conocía a ninguno de ellos. Pero entonces escuché la voz de uno de ellos, del mismo que habéis visto cuando hemos llegado a Amegakure. Le llamaban Kincho, pero su voz, y estaba completamente convencida de ello, era la de Umikiba Kaido —¿Cómo no iba a reconocer la voz de su amigo perdido?—. Al principio pensé que, si de verdad era él, debía estar camuflado bajo la Técnica de Transformación, pero un Henge no Jutsu es muy débil, y no conseguí desbaratarlo pese a que lo intenté —tirándole un plato de caldo ardiendo, cabía decir—. Así que decidí seguirles en la distancia cuando abandonaron el local...