28/01/2020, 19:28
Ayame se enfrentó a Kaido destruyendo por el camino todo el material posible que Dragón Rojo necesitaba para preparar la droga. «Inteligente. Con arrojo, pero bien meditado. ¡Joder, Ayame, te dije que valías, sólo te falta ser más directa!» Pero la muchacha se dio cuenta en ese preciso instante de cuándo Kaido le había colado un Kage Bunshin.
—No importa, Ayame. Ahora ya no —dijo Yui—. Desbarataste sus planes allí, al menos, y me has traído una información muy valiosa. Sigue.
Ayame le contó cómo Kaido había tratado de convencerla a ella también con aquél discursito, pero la muchacha le había repuesto enfrentándole con evidencias de su pasado. «¡Muy bien, joder! ¡Bam! ¡Así se hace!»
—Y le dije que no me importaba lo que dijera, que yo era Aotsuki Ayame, y que como kunoichi de Amegakure me debía a mi aldea, mi familia y mis amigos... Y que eso le incluía a él.
—¡Sí, joder, sí! ¡Así sí, Ayame, COÑO! —¡Bam! La Arashikage dio una sonora palmada en la mesa, sobresaltando momentáneamente a Ayame. Por un momento, Yui parecía haber vuelto a ser ella misma—. Perdón. Sigue —dijo, tras aclararse la garganta.
La chūnin le contó como algo en Kaido quebró su voluntad y se agarró el tatuaje. De cómo le suplicó Ayuda, de cómo le abrazó —algo que Yui consideró terriblemente temerario— y de cómo había acabado todo.
—Pero antes de eso me dijo algo... Me dijo que confiara en el alquequenje que se oculta tras la niebla, que no perdiéramos la fe en el verdadero Kaido —Ayame hizo una breve pausa, tensa—. El resto... ya lo conoce.
Yui tomó aire y lo expulsó lentamente. Su mano acarició el pomo de un pequeño cajón en su escritorio.
—Hoy, no me has devuelto a Umikiba Kaido, Ayame —dijo Yui—. Pero me has devuelto la esperanza. Él está ahí. Y con eso te tienes que quedar, joder. Has hecho un muy buen trabajo. Sé que normalmente soy muy sobreprotectora contigo, pero has juzgado por ti misma que debías investigar aquella fábrica de envasado, y casi consigues traer a un camarada de vuelta. —Abrió lentamente el cajón, y rebuscó en él. Se escuchó un tintineo metálico—. Me has explicado con todo lujo de detalles lo que pasó. Y aunque Shanise diría que esa rabia que sientes es demasiado... temperamental, demuestras pasión, demuestras ambición, demuestras valor. Y aquí estás, hablando conmigo. Sin miedo. De igual a igual. Eso es lo que quiero de vosotros. —La mujer extrajo algo dorado del cajón y lo deslizó sutil y suavemente por encima de la mesa, manteniéndolo fijo a la madera con los dedos índice y corazón.
Era una placa identificativa de jōnin.
»¿O tal vez sí tengas miedo de mí? —musitó, y la miró a los ojos. Ayame descubrió de nuevo en ellos la Tormenta, más viva que nunca, y de pronto tanto los elogios anteriores como la duda que se le planteaba ahora se agolparon en su pecho con una calidez abrumadora. Nunca se había sentido tan asustada, pero tampoco se había sentido tan orgullosa, ni tan apreciada por Amekoro Yui—. Soy un poco espesa, y por eso me gusta recurrir a kunoichi tan reflexivas e inteligentes como tú, o como Shanise. —Otro halago más—. Pero aún así hay cosas que no se me escapan. Hace un tiempo, en este mismo despacho, quise darte esta placa. No te la di porque te faltó arrojo. Dependiste de Amedama y no dejaste de tenerme miedo durante toda la reunión. Con todo este asunto, sin embargo, me has sorprendido. Y aún así, no dejo de pensar en la forma en la que abandonaste mi despacho cuando os dije que me contáseis siempre todo de manera inmediata (Carisma 40). Tengo la sensación de que me guardas algo, Ayame.
»Hoy has confiado en mí, y has visto que cuando confías en Amegakure, todos nos ayudamos entre nosotros. Déjame ayudarte, Ayame, coño. Cuéntame. ¿Hay algo que deberías decirme? —Acercó más la placa dorada hacia Ayame. Pero apretaba con los dedos en la mesa firmemente.
—No importa, Ayame. Ahora ya no —dijo Yui—. Desbarataste sus planes allí, al menos, y me has traído una información muy valiosa. Sigue.
Ayame le contó cómo Kaido había tratado de convencerla a ella también con aquél discursito, pero la muchacha le había repuesto enfrentándole con evidencias de su pasado. «¡Muy bien, joder! ¡Bam! ¡Así se hace!»
—Y le dije que no me importaba lo que dijera, que yo era Aotsuki Ayame, y que como kunoichi de Amegakure me debía a mi aldea, mi familia y mis amigos... Y que eso le incluía a él.
—¡Sí, joder, sí! ¡Así sí, Ayame, COÑO! —¡Bam! La Arashikage dio una sonora palmada en la mesa, sobresaltando momentáneamente a Ayame. Por un momento, Yui parecía haber vuelto a ser ella misma—. Perdón. Sigue —dijo, tras aclararse la garganta.
La chūnin le contó como algo en Kaido quebró su voluntad y se agarró el tatuaje. De cómo le suplicó Ayuda, de cómo le abrazó —algo que Yui consideró terriblemente temerario— y de cómo había acabado todo.
—Pero antes de eso me dijo algo... Me dijo que confiara en el alquequenje que se oculta tras la niebla, que no perdiéramos la fe en el verdadero Kaido —Ayame hizo una breve pausa, tensa—. El resto... ya lo conoce.
Yui tomó aire y lo expulsó lentamente. Su mano acarició el pomo de un pequeño cajón en su escritorio.
—Hoy, no me has devuelto a Umikiba Kaido, Ayame —dijo Yui—. Pero me has devuelto la esperanza. Él está ahí. Y con eso te tienes que quedar, joder. Has hecho un muy buen trabajo. Sé que normalmente soy muy sobreprotectora contigo, pero has juzgado por ti misma que debías investigar aquella fábrica de envasado, y casi consigues traer a un camarada de vuelta. —Abrió lentamente el cajón, y rebuscó en él. Se escuchó un tintineo metálico—. Me has explicado con todo lujo de detalles lo que pasó. Y aunque Shanise diría que esa rabia que sientes es demasiado... temperamental, demuestras pasión, demuestras ambición, demuestras valor. Y aquí estás, hablando conmigo. Sin miedo. De igual a igual. Eso es lo que quiero de vosotros. —La mujer extrajo algo dorado del cajón y lo deslizó sutil y suavemente por encima de la mesa, manteniéndolo fijo a la madera con los dedos índice y corazón.
Era una placa identificativa de jōnin.
»¿O tal vez sí tengas miedo de mí? —musitó, y la miró a los ojos. Ayame descubrió de nuevo en ellos la Tormenta, más viva que nunca, y de pronto tanto los elogios anteriores como la duda que se le planteaba ahora se agolparon en su pecho con una calidez abrumadora. Nunca se había sentido tan asustada, pero tampoco se había sentido tan orgullosa, ni tan apreciada por Amekoro Yui—. Soy un poco espesa, y por eso me gusta recurrir a kunoichi tan reflexivas e inteligentes como tú, o como Shanise. —Otro halago más—. Pero aún así hay cosas que no se me escapan. Hace un tiempo, en este mismo despacho, quise darte esta placa. No te la di porque te faltó arrojo. Dependiste de Amedama y no dejaste de tenerme miedo durante toda la reunión. Con todo este asunto, sin embargo, me has sorprendido. Y aún así, no dejo de pensar en la forma en la que abandonaste mi despacho cuando os dije que me contáseis siempre todo de manera inmediata (Carisma 40). Tengo la sensación de que me guardas algo, Ayame.
»Hoy has confiado en mí, y has visto que cuando confías en Amegakure, todos nos ayudamos entre nosotros. Déjame ayudarte, Ayame, coño. Cuéntame. ¿Hay algo que deberías decirme? —Acercó más la placa dorada hacia Ayame. Pero apretaba con los dedos en la mesa firmemente.
Persuasión
Carisma 100 vs. Voluntad 40
Carisma 100 vs. Voluntad 40