28/01/2020, 23:49
—Huh, dudo que aquí tengan batido de chocolate. Creo que deberían tener alguna botana como nachos o bolitas de pulpo, ya si eso veré si tienen alguna otra bebida como té frío o algo por el estilo, si no supongo que me tocará tragarme aunque sea agua pura. ¡Kuchiuuuu...!—
La Uzumaki sonrió ligeramente, sintiéndolo por no poder conseguir lo que quería. Llamó al camarero más cercano y pidió un plato de Takoyaki, un té para Roga y para ella una jarra de agua que probablemente se terminaría apurando debido a la sed que traía y seguramente por la conversación que tenían por delante.
Roga no se hizo esperar, tomó asiento cómodamente y miró a la Uzumaki que tomó el asiento libre frente a él, mirándole directamente a los ojos dándole a entender que tenía toda su atención.
—Volviendo al tema, como digo es una historia larga...—Comenzó, volviendo la mirada al techo blanco —ya amarillento— del lugar—Todo empezó cuando yo aún era muy pequeño, al punto que realmente no lo recuerdo bien. Mi abuelo solía poner un viejo gramófono todas las noches antes de dormir, porque parecía que era lo único que podía tranquilizarme. Con el tiempo, recuerdo que me gustaba imitar y cantar las canciones que escuchaba. Sentía que las letras me querían decir algo, y que podía tomarlas y hacerlas parte de mi vida.
«Quizá tuvo una infancia difícil» Se dijo en su interior, asintiendo con cada frase que él la dedicaba. No sabía si era bueno compartir toda aquella historia, íntima al parecer de la kunoichi; con una chica a la que acababa de conocer, pero ella, lejos de resultarle pesado o algo de lo que reírse, comprendía todo lo que él la explicaba con detalle.
— Mi padre entonces me regaló mi primera guitarra, aunque ahora la tengo guardada allá en mi habitación... Yo quería escribir canciones como aquellas y compartirlas con los demás, pero mi abuelo por otro lado me forzó a entrenamientos rígidos para convertirme en shinobi. Me sentí un poco comprometido, pues se supone que vengo de familia de tradición shinobi y aunque me negase mi abuelo me hacia la vida cuadritos con los entrenamientos. Papá me dijo que si no quería ser un shinobi podía hacer lo que quisiera, aunque en el fondo empecé a creer que como shinobi también podía hacerme una fama para darme a conocer.
Ah... La pelirroja se recostó sobre la mesa recordando como su madre no quería que se convirtiera en kunoichi y lo único que la ataba a su difunto padre era una flauta vieja de madera. Y ella, que tocaba cada viernes en su honor; se había escapado para cumplir su sueño de ser kunoichi siguiendo los pasos de su padre. «Y pensar que cada cual tiene su historia...» No era la única, no era la más triste, pero todos compartían algo.
Música, sueños, profesión.
—Al final me convertí en ambas cosas, soy un ninja de Amegakure y pretendo no solo llevar orgulloso el linaje de mi familia, sino que también quiero que me reconozcan cómo un artista.
Lo veía ahí, tan seguro de sí mismo, que lo envidió. Recordó como ella continuó tocando, pero no quería formarse un renombre, además; no sería capaz de compaginar música con su voz.
Hicieron una breve pausa cuando recibieron todo lo que habían ordenado en la mesa, y Eri, con cuidado, tomó varios sorbos de agua cuando Roga prosiguió:
—Una amiga me dijo que había un gran festival de música en Tanzaku Gai, pero por esas fechas de otoño me tocó hacer una misión hasta la otra punta del mapa en Yukio y me lo perdí.
Casi se atraganta al recordarlo. ¡Claro! ¡El festival!
—¡Yo estuve allí! —exclamó, emocionada por el recuerdo—. Participé en un concurso con Ayame, ¡oh, Ayame! —volvió a exclamar, doblemente emocionada—. ¿La conoces? Es Aotsuki Ayame, tiene una de las mejores voces del País de la Tormenta, ¡qué digo! —corrigió—. ¡De todo Oonindo!
Dio una suave palmada a la mesa.
—Ah... Quedamos las segundas, pero nos lo pasamos genial... —divagó con una suave sonrisa.
La Uzumaki sonrió ligeramente, sintiéndolo por no poder conseguir lo que quería. Llamó al camarero más cercano y pidió un plato de Takoyaki, un té para Roga y para ella una jarra de agua que probablemente se terminaría apurando debido a la sed que traía y seguramente por la conversación que tenían por delante.
Roga no se hizo esperar, tomó asiento cómodamente y miró a la Uzumaki que tomó el asiento libre frente a él, mirándole directamente a los ojos dándole a entender que tenía toda su atención.
—Volviendo al tema, como digo es una historia larga...—Comenzó, volviendo la mirada al techo blanco —ya amarillento— del lugar—Todo empezó cuando yo aún era muy pequeño, al punto que realmente no lo recuerdo bien. Mi abuelo solía poner un viejo gramófono todas las noches antes de dormir, porque parecía que era lo único que podía tranquilizarme. Con el tiempo, recuerdo que me gustaba imitar y cantar las canciones que escuchaba. Sentía que las letras me querían decir algo, y que podía tomarlas y hacerlas parte de mi vida.
«Quizá tuvo una infancia difícil» Se dijo en su interior, asintiendo con cada frase que él la dedicaba. No sabía si era bueno compartir toda aquella historia, íntima al parecer de la kunoichi; con una chica a la que acababa de conocer, pero ella, lejos de resultarle pesado o algo de lo que reírse, comprendía todo lo que él la explicaba con detalle.
— Mi padre entonces me regaló mi primera guitarra, aunque ahora la tengo guardada allá en mi habitación... Yo quería escribir canciones como aquellas y compartirlas con los demás, pero mi abuelo por otro lado me forzó a entrenamientos rígidos para convertirme en shinobi. Me sentí un poco comprometido, pues se supone que vengo de familia de tradición shinobi y aunque me negase mi abuelo me hacia la vida cuadritos con los entrenamientos. Papá me dijo que si no quería ser un shinobi podía hacer lo que quisiera, aunque en el fondo empecé a creer que como shinobi también podía hacerme una fama para darme a conocer.
Ah... La pelirroja se recostó sobre la mesa recordando como su madre no quería que se convirtiera en kunoichi y lo único que la ataba a su difunto padre era una flauta vieja de madera. Y ella, que tocaba cada viernes en su honor; se había escapado para cumplir su sueño de ser kunoichi siguiendo los pasos de su padre. «Y pensar que cada cual tiene su historia...» No era la única, no era la más triste, pero todos compartían algo.
Música, sueños, profesión.
—Al final me convertí en ambas cosas, soy un ninja de Amegakure y pretendo no solo llevar orgulloso el linaje de mi familia, sino que también quiero que me reconozcan cómo un artista.
Lo veía ahí, tan seguro de sí mismo, que lo envidió. Recordó como ella continuó tocando, pero no quería formarse un renombre, además; no sería capaz de compaginar música con su voz.
Hicieron una breve pausa cuando recibieron todo lo que habían ordenado en la mesa, y Eri, con cuidado, tomó varios sorbos de agua cuando Roga prosiguió:
—Una amiga me dijo que había un gran festival de música en Tanzaku Gai, pero por esas fechas de otoño me tocó hacer una misión hasta la otra punta del mapa en Yukio y me lo perdí.
Casi se atraganta al recordarlo. ¡Claro! ¡El festival!
—¡Yo estuve allí! —exclamó, emocionada por el recuerdo—. Participé en un concurso con Ayame, ¡oh, Ayame! —volvió a exclamar, doblemente emocionada—. ¿La conoces? Es Aotsuki Ayame, tiene una de las mejores voces del País de la Tormenta, ¡qué digo! —corrigió—. ¡De todo Oonindo!
Dio una suave palmada a la mesa.
—Ah... Quedamos las segundas, pero nos lo pasamos genial... —divagó con una suave sonrisa.