29/01/2020, 00:37
—Nnggg.... Nggg.... Yyo... yo... —Amekoro Yui apretó aún más los puños cerrándolos en el uwagi y gruñó. Parecía que en cualquier momento alzaría el puño para golpearla, pero...—. Ahgggg... ¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH, MALDITA SEA, COÑO!!
Entonces se derrumbó. La Tormenta cayó de rodillas al suelo. Golpeó el suelo con los puños. Se mordió el labio inferior hasta hacerlo sangrar. Y sólo entonces, al sentir el sabor metálico, habló:
—Los habría matado a todos. Y también a todos los que los apoyaban. Y a todos sus descendientes. Y a sus mujeres, a sus primos, a algunos de sus amigos. Todo con tal... de dar ejemplo. Con demostrar que soy fuerte... y que nadie puede jugar conmigo.
Kokuō asintió.
—Lo sé —Ya lo había hecho en el pasado, después de todo. Parecía que, a pesar de todo, sí había un punto de unión entre ambas—. Sólo para que se quede tranquila: ni voy a poseer a la Señorita, ni destruiré Amegakure. Yo sólo quiero vivir. En paz.
Y entonces, el cuerpo de Ayame cayó al suelo. De rodillas, jadeando, la muchacha alzó la mirada hacia su líder. No le hacía ninguna gracia el dolor que ahora sentía en la cabeza y en la espalda, pero no osó quejarse.
—Lo siento... Yui-sama... —dijo Ayame. La verdadera. Sus ojos volvían a ser suyos—. Pensé... que si se lo decía... yo... Kokuō...
Cualquiera que entrara en el despacho en aquel preciso instante iba a encontrarse con una escena de lo más peculiar... Con el caos habiendo arramblado media sala y a las dos kunoichi tiradas en el suelo, de rodillas, ambas heridas.
Entonces se derrumbó. La Tormenta cayó de rodillas al suelo. Golpeó el suelo con los puños. Se mordió el labio inferior hasta hacerlo sangrar. Y sólo entonces, al sentir el sabor metálico, habló:
—Los habría matado a todos. Y también a todos los que los apoyaban. Y a todos sus descendientes. Y a sus mujeres, a sus primos, a algunos de sus amigos. Todo con tal... de dar ejemplo. Con demostrar que soy fuerte... y que nadie puede jugar conmigo.
Kokuō asintió.
—Lo sé —Ya lo había hecho en el pasado, después de todo. Parecía que, a pesar de todo, sí había un punto de unión entre ambas—. Sólo para que se quede tranquila: ni voy a poseer a la Señorita, ni destruiré Amegakure. Yo sólo quiero vivir. En paz.
Y entonces, el cuerpo de Ayame cayó al suelo. De rodillas, jadeando, la muchacha alzó la mirada hacia su líder. No le hacía ninguna gracia el dolor que ahora sentía en la cabeza y en la espalda, pero no osó quejarse.
—Lo siento... Yui-sama... —dijo Ayame. La verdadera. Sus ojos volvían a ser suyos—. Pensé... que si se lo decía... yo... Kokuō...
Cualquiera que entrara en el despacho en aquel preciso instante iba a encontrarse con una escena de lo más peculiar... Con el caos habiendo arramblado media sala y a las dos kunoichi tiradas en el suelo, de rodillas, ambas heridas.