29/01/2020, 12:39
En aquel instante, Yui se vio forzada a agarrarse del pelo con un chillido para soltar la adrenalina.
—Supongo que es un problema menos del que tengo que preocuparme. No tengo que preocuparme de que el bijū te reviente por dentro y nos chamusque a todos. Tendré que verlo así. Es la única manera de verlo —habló, clavando la mirada en el techo—. ¿Sabes? Estoy harta. Estoy harta de todo hoy. Estoy hasta el coño ya. Hostia puta.
—Debo admitir... que yo también... por hoy... —Ayame se atrevió a esbozar una sonrisa que tembló nerviosa en sus labios.
La Arashikage se echó en el suelo y su mano izquierda tanteó hasta recoger algo. Le lanzó algo metálico, que relucía de dorado, girando en el aire como si fuera un shuriken. El proyectil impactó en la estantería, justo encima de ella y rebotó hasta su regazo: era la placa de jōnin. La misma que había utilizado de cebo. Ayame la contempló, sin dejar de creérselo. Pasó ya yema del dedo por su superficie, admirando los brillos dorados y el relieve que la identificaba como Rango Superior.
¿De verdad la estaba ascendiendo?
—P... pero...
—Al principio, quise darte bien fuerte. Luego, sólo quise encerrarte —Esas eran unas palabras realmente alentadoras—. Ahora no sé lo que quiero, pero sí que sé que eres de las kunoichi que puede cambiar el mundo. Una kunoichi capaz de hacerse amiga de un bijū. Eso sólo puede hacerlo una amejin, cojones —rio, débil—. Vete antes de que cambie de idea. Sólo quiero que este día pase pronto. Y Ayame... recuperaremos a Kaido. Cueste lo que cueste. Lo juro.
—Lo haremos. No descansaré hasta que sea así —asintió ella. Sobre todo ahora que tenía la certeza de que estaba siendo manipulado por ese maldito tatuaje—. Gracias. Muchas gracias por la oportunidad, Yui-sama.
¿Qué había querido decir con eso? Ahora estaba demasiado agotada para pensar en ello. Tendría que grabarse esas palabras a fuego en su memoria y meditarlo más tarde.
—Una última cosa —añadió Yui, cuando Ayame fue a levantarse—. A tu padre se lo cuentas tú. Porque yo no tengo el valor de mirarle a la cara después de verle sobrevivir a una bijūdama y decirle "JEJEJEIII, AHORA EL BIJŪ ES AMIGO DE TU HIJA". No, gracias. Y es una orden.
Ayame se estremeció de puro pánico. A su padre, que era aún más temible que Yui cuando se lo proponía.
—Sí, Yui-sama...
—A partir de ahora, nada de secretos. La próxima vez... la próxima vez acabarás en el calabozo. ¿¡ENTENDIDO!?
—¡¡SÍ, YUI-SAMA!! ¡¡GRACIAS, YUI-SAMA!!
Ayame salió corriendo del despacho, protegiendo la placa dorada contra su pecho. Se arrepintió nada más poner el primer pie fuera. Sus pulmones, su cuerpo dolorido, clamaban piedad. Se apoyó momentáneamente en la pared, recuperando el aliento, y miró por la ventana. Amegakure parecía haber regresado a la normalidad después de levantar la alarma, como si no hubiese sido más que un mal sueño.
«Por cierto, Señorita. De nada.» Habló Kokuō, burlona.
—Te voy a matar, casi me da un infarto ahí dentro... —susurró, antes de echar a andar hacia su casa.
Antes de abandonar el edificio, sin embargo, se aseguró de darle las gracias a Bayashi Hida por haberla ayudado contra Kaido y, de paso, renovar la marca de sangre en la pared de la torre. Sólo por si acaso. Pero la cosa no había acabado ahí. Ahora tenía que explicárselo a su padre y pasar una segunda vez por aquel martirio, si no uno peor. Quizás podía confiar en que estuviese su hermano presente para apoyarla, pero...
«Mejor se lo digo mañana... Necesito dormir...» Decidió, con un suspiro cargado de cansancio.
Al menos ese era su plan, porque cuando llegó a su casa, Aotsuki Zetsuo estaba plantado en la puerta y con los brazos cruzados.
—¡¿QUÉ COJONES HA PASADO, NIÑA?!
Ayame volvió a suspirar y dejó caer los hombros. ¿Por qué nada le salía bien?
—Supongo que es un problema menos del que tengo que preocuparme. No tengo que preocuparme de que el bijū te reviente por dentro y nos chamusque a todos. Tendré que verlo así. Es la única manera de verlo —habló, clavando la mirada en el techo—. ¿Sabes? Estoy harta. Estoy harta de todo hoy. Estoy hasta el coño ya. Hostia puta.
—Debo admitir... que yo también... por hoy... —Ayame se atrevió a esbozar una sonrisa que tembló nerviosa en sus labios.
La Arashikage se echó en el suelo y su mano izquierda tanteó hasta recoger algo. Le lanzó algo metálico, que relucía de dorado, girando en el aire como si fuera un shuriken. El proyectil impactó en la estantería, justo encima de ella y rebotó hasta su regazo: era la placa de jōnin. La misma que había utilizado de cebo. Ayame la contempló, sin dejar de creérselo. Pasó ya yema del dedo por su superficie, admirando los brillos dorados y el relieve que la identificaba como Rango Superior.
¿De verdad la estaba ascendiendo?
—P... pero...
—Al principio, quise darte bien fuerte. Luego, sólo quise encerrarte —Esas eran unas palabras realmente alentadoras—. Ahora no sé lo que quiero, pero sí que sé que eres de las kunoichi que puede cambiar el mundo. Una kunoichi capaz de hacerse amiga de un bijū. Eso sólo puede hacerlo una amejin, cojones —rio, débil—. Vete antes de que cambie de idea. Sólo quiero que este día pase pronto. Y Ayame... recuperaremos a Kaido. Cueste lo que cueste. Lo juro.
—Lo haremos. No descansaré hasta que sea así —asintió ella. Sobre todo ahora que tenía la certeza de que estaba siendo manipulado por ese maldito tatuaje—. Gracias. Muchas gracias por la oportunidad, Yui-sama.
«Confía en el alquequenje que se oculta tras la niebla...No perdáis la fe en el verdadero Kaido.»
¿Qué había querido decir con eso? Ahora estaba demasiado agotada para pensar en ello. Tendría que grabarse esas palabras a fuego en su memoria y meditarlo más tarde.
—Una última cosa —añadió Yui, cuando Ayame fue a levantarse—. A tu padre se lo cuentas tú. Porque yo no tengo el valor de mirarle a la cara después de verle sobrevivir a una bijūdama y decirle "JEJEJEIII, AHORA EL BIJŪ ES AMIGO DE TU HIJA". No, gracias. Y es una orden.
Ayame se estremeció de puro pánico. A su padre, que era aún más temible que Yui cuando se lo proponía.
—Sí, Yui-sama...
—A partir de ahora, nada de secretos. La próxima vez... la próxima vez acabarás en el calabozo. ¿¡ENTENDIDO!?
—¡¡SÍ, YUI-SAMA!! ¡¡GRACIAS, YUI-SAMA!!
Ayame salió corriendo del despacho, protegiendo la placa dorada contra su pecho. Se arrepintió nada más poner el primer pie fuera. Sus pulmones, su cuerpo dolorido, clamaban piedad. Se apoyó momentáneamente en la pared, recuperando el aliento, y miró por la ventana. Amegakure parecía haber regresado a la normalidad después de levantar la alarma, como si no hubiese sido más que un mal sueño.
«Por cierto, Señorita. De nada.» Habló Kokuō, burlona.
—Te voy a matar, casi me da un infarto ahí dentro... —susurró, antes de echar a andar hacia su casa.
Antes de abandonar el edificio, sin embargo, se aseguró de darle las gracias a Bayashi Hida por haberla ayudado contra Kaido y, de paso, renovar la marca de sangre en la pared de la torre. Sólo por si acaso. Pero la cosa no había acabado ahí. Ahora tenía que explicárselo a su padre y pasar una segunda vez por aquel martirio, si no uno peor. Quizás podía confiar en que estuviese su hermano presente para apoyarla, pero...
«Mejor se lo digo mañana... Necesito dormir...» Decidió, con un suspiro cargado de cansancio.
Al menos ese era su plan, porque cuando llegó a su casa, Aotsuki Zetsuo estaba plantado en la puerta y con los brazos cruzados.
—¡¿QUÉ COJONES HA PASADO, NIÑA?!
Ayame volvió a suspirar y dejó caer los hombros. ¿Por qué nada le salía bien?