1/02/2020, 17:43
—El tiempo apremia entonces, Lobo. Así podremos prepararnos mejor para la misión junto con el solicitante.
—Y yo podré dormir un poco más antes de tener que ensuciarnos las manos.
—Uhúm. Vamos.
Transitar toda Yūgakure resultó un paseo satisfactorio para la vista. La dicotomía respecto a Amegakure ya resultaba de por sí agradable, porque una vez que te acostumbras a estar rodeado de metal, luces de neón y húmedos chubascos las veinticuatro horas del día, un poquito de sol, calor y la naturaleza por sí misma ya era de por sí un plus. Las cataratas que hacían de sustento para las distintas formaciones rocosas naturales sobre las cuales yacían construidas numerosas edificaciones de aspecto feudal tronaban con los fuertes caudales de agua que provenían de lo más alto de sus montañas, mezclándose a cada tanto con algunos grupos de música local que amenizaban los lobbies de locales de comida y entretenimiento. Pasado los caminos del ocio para los turistas, Yūgakure también disponía de sendas zonas residenciales donde los locales hacían sus vidas. Muchas se asemejaban a las grandes granjas que habían visto los chicos de camino hasta la Villa sobre los vastos campos sobre los cuales transitaban los rieles del tren.
La residencia de Tengoku Hibana era, curiosamente, bastante más humilde que el resto de casas circundantes en los barrios altos de las Termales. Ellos aún no eran conscientes de este detalle, desde luego, pero aquella casona había resultado suya de una compra fugaz por su urgencia de tener un hospedaje permanente en algún lugar habitable que estuviese a unas cuántas horas de su destino de investigación. Sumido, por tanto, en el fenómeno natural que bien creía él significaría la cúspide de su carrera investigativa como aclamado meteorólogo de Ōnindo, no podía estar lejos de Unraikyo.
Los shinobi de Amegakure abandonaron los caminos principales y transitaron una vereda de adoquines perfilada con un hermoso jardín de claveles, dalias y tulipanes. También muchos árboles y vegetación. Sobre un columpio, una muchachita muy joven disfrutaba de su tiempo libre, y desde la puerta que daba acceso al hogar, una mujer de aspecto severo custodiaba de lejos a su hija. La matriarca arrugó el entrecejo y aseveró su mirada ladina sobre aquellos súbitos visitantes. La primera impresión de cualquier persona respecto al equipo Tormenta resultaba ser siempre, y justificadamente; de desconfianza. No todos los días un grupo tan colorido y estrambótico como aquél, con hombres de oscuros tatuajes, cabellos fucsias y de aspecto austero llegaba a tu casa.
—¿En qué puedo ayudarles, señores?
—Buenos días, señora. Lamento importunarla tan temprano y a destiempo, pero hemos venido a contactar con Hibana-dono. Se nos ha especificado que ésta es su residencia. Mi nombre es Kurozuchi, líder del equipo, y ellos son Zōzei, Myū y Roga.
—Y yo podré dormir un poco más antes de tener que ensuciarnos las manos.
—Uhúm. Vamos.
. . .
Transitar toda Yūgakure resultó un paseo satisfactorio para la vista. La dicotomía respecto a Amegakure ya resultaba de por sí agradable, porque una vez que te acostumbras a estar rodeado de metal, luces de neón y húmedos chubascos las veinticuatro horas del día, un poquito de sol, calor y la naturaleza por sí misma ya era de por sí un plus. Las cataratas que hacían de sustento para las distintas formaciones rocosas naturales sobre las cuales yacían construidas numerosas edificaciones de aspecto feudal tronaban con los fuertes caudales de agua que provenían de lo más alto de sus montañas, mezclándose a cada tanto con algunos grupos de música local que amenizaban los lobbies de locales de comida y entretenimiento. Pasado los caminos del ocio para los turistas, Yūgakure también disponía de sendas zonas residenciales donde los locales hacían sus vidas. Muchas se asemejaban a las grandes granjas que habían visto los chicos de camino hasta la Villa sobre los vastos campos sobre los cuales transitaban los rieles del tren.
La residencia de Tengoku Hibana era, curiosamente, bastante más humilde que el resto de casas circundantes en los barrios altos de las Termales. Ellos aún no eran conscientes de este detalle, desde luego, pero aquella casona había resultado suya de una compra fugaz por su urgencia de tener un hospedaje permanente en algún lugar habitable que estuviese a unas cuántas horas de su destino de investigación. Sumido, por tanto, en el fenómeno natural que bien creía él significaría la cúspide de su carrera investigativa como aclamado meteorólogo de Ōnindo, no podía estar lejos de Unraikyo.
Los shinobi de Amegakure abandonaron los caminos principales y transitaron una vereda de adoquines perfilada con un hermoso jardín de claveles, dalias y tulipanes. También muchos árboles y vegetación. Sobre un columpio, una muchachita muy joven disfrutaba de su tiempo libre, y desde la puerta que daba acceso al hogar, una mujer de aspecto severo custodiaba de lejos a su hija. La matriarca arrugó el entrecejo y aseveró su mirada ladina sobre aquellos súbitos visitantes. La primera impresión de cualquier persona respecto al equipo Tormenta resultaba ser siempre, y justificadamente; de desconfianza. No todos los días un grupo tan colorido y estrambótico como aquél, con hombres de oscuros tatuajes, cabellos fucsias y de aspecto austero llegaba a tu casa.
—¿En qué puedo ayudarles, señores?
—Buenos días, señora. Lamento importunarla tan temprano y a destiempo, pero hemos venido a contactar con Hibana-dono. Se nos ha especificado que ésta es su residencia. Mi nombre es Kurozuchi, líder del equipo, y ellos son Zōzei, Myū y Roga.