1/02/2020, 19:17
Ah, la expedición. ¿Había contratado shinobis? ¿No le había asegurado que iba a ser un viaje tranquilo, sin peligros y contratiempos? ¿para qué necesitaba ninjas, entonces? Bufó, indudablemente molesta. Y pensar que cuando conoció a su esposo, pensaba que su profesión era un trabajo seguro para alguien que quiere formar una familia. ¡Ahora mírense! ¡contratando a asesinos profesionales! ¡Já!
—Bien, si sois tan amables de acompañarme... —miró a la niña—. ¡te quiero en la ducha en diez minutos muchachita, no lo vuelvo a repetir!
La mujer les guió hasta el interior de su hogar y les ofreció asiento en una colorida y adornada casa de estar. A pesar de ser acogedora, tenía muchos vestigios de que los Tengoku eran una familia de clase alta. Sofás de cuero, grandes floreros de cerámicos artesanales, cuadros de ilustres estudiosos de la ciencia. Una gran biblioteca esotérica en la que Myū prefirió perderse, en vez de sentarse con el resto.
Acompañado de una sirvienta que trajo consigo una bandeja con limonadas para los visitantes, un hombre que aparentaba unos cuarenta años aproximadamente hizo acto de aparición. No era muy alto, pero sí delgado; y por lo visto tenía una buena forma física a pesar de los vestigios de su adultez. Vestía como esos antaños catedráticos con ropajes de colores insulsos, así que la moda no era su fuerte. Tenía lentes, que ocultaban una mirada de sabionda tenacidad. Cabello negro ligeramente atenuado de canas y que acentuaban las arrugas nacientes de las pocas horas sueño que tenía al día. Para Hibana el tiempo era un elemento apremiante y una herramienta imprescindible en la vida de un estudioso. Zōzei no pensaría lo mismo, desde luego.
Hibana no Kishō se detuvo ante los presentes con aspecto taciturno y una sonrisa de obligatoria cortesía.
—Bienvenidos, shinobi; a mi humilde morada. Llegáis con bastante premura, cabe decir. ¿Puedo saber a que se debe la antelación de vuestra presencia?
—No contábamos con la velocidad del nuevo tren, Hibana-san. Esperamos no importunarlo.
—Oh, sí, el tren. Grandiosa hazaña ferroviaria, ¿no creéis?. Tuve el placer de conocer personalmente a un buen puñado de los arquitectos que trabajaron arduamente en la creación de esa enorme bestia de hierro. ¡Una ciencia magnífica, la energía hidroeléctrica aplicada a la teoría del movimiento!
—Se dice que somos pioneros en ello, nosotros, los de Amegakure.
Hibana sonrió.
—Así es. ¡Bien, ya lo sabéis, pero me presento! ¡Mi nombre es Tengoku Hibana, afamado meteorólogo de la Corte científica de ōnindo! ésta es mi señora esposa, Yuma.
—Tagayasu Kurozuchi, Ruzutori Myū, Kosen Zōzei y King Rōga. A vuestro servicio.
—Kiiing... curioso apellido, muchacho. Si mi mente no me falla, se trata de un anglicismo de un idioma ancestral y olvidado en los cánones del tiempo.
—Bien, si sois tan amables de acompañarme... —miró a la niña—. ¡te quiero en la ducha en diez minutos muchachita, no lo vuelvo a repetir!
La mujer les guió hasta el interior de su hogar y les ofreció asiento en una colorida y adornada casa de estar. A pesar de ser acogedora, tenía muchos vestigios de que los Tengoku eran una familia de clase alta. Sofás de cuero, grandes floreros de cerámicos artesanales, cuadros de ilustres estudiosos de la ciencia. Una gran biblioteca esotérica en la que Myū prefirió perderse, en vez de sentarse con el resto.
Acompañado de una sirvienta que trajo consigo una bandeja con limonadas para los visitantes, un hombre que aparentaba unos cuarenta años aproximadamente hizo acto de aparición. No era muy alto, pero sí delgado; y por lo visto tenía una buena forma física a pesar de los vestigios de su adultez. Vestía como esos antaños catedráticos con ropajes de colores insulsos, así que la moda no era su fuerte. Tenía lentes, que ocultaban una mirada de sabionda tenacidad. Cabello negro ligeramente atenuado de canas y que acentuaban las arrugas nacientes de las pocas horas sueño que tenía al día. Para Hibana el tiempo era un elemento apremiante y una herramienta imprescindible en la vida de un estudioso. Zōzei no pensaría lo mismo, desde luego.
Hibana no Kishō se detuvo ante los presentes con aspecto taciturno y una sonrisa de obligatoria cortesía.
—Bienvenidos, shinobi; a mi humilde morada. Llegáis con bastante premura, cabe decir. ¿Puedo saber a que se debe la antelación de vuestra presencia?
—No contábamos con la velocidad del nuevo tren, Hibana-san. Esperamos no importunarlo.
—Oh, sí, el tren. Grandiosa hazaña ferroviaria, ¿no creéis?. Tuve el placer de conocer personalmente a un buen puñado de los arquitectos que trabajaron arduamente en la creación de esa enorme bestia de hierro. ¡Una ciencia magnífica, la energía hidroeléctrica aplicada a la teoría del movimiento!
—Se dice que somos pioneros en ello, nosotros, los de Amegakure.
Hibana sonrió.
—Así es. ¡Bien, ya lo sabéis, pero me presento! ¡Mi nombre es Tengoku Hibana, afamado meteorólogo de la Corte científica de ōnindo! ésta es mi señora esposa, Yuma.
—Tagayasu Kurozuchi, Ruzutori Myū, Kosen Zōzei y King Rōga. A vuestro servicio.
—Kiiing... curioso apellido, muchacho. Si mi mente no me falla, se trata de un anglicismo de un idioma ancestral y olvidado en los cánones del tiempo.