11/02/2020, 03:54
Tras caminar un buen rato, logró encontrar una plazuela. Sin embargo, con la constante lluvia del País de la Tormenta, el sitio estaba más desierto que la palabra. Los únicos ahí presentes eran un trío de niños que no pasaban de los ocho años y que parecían estar jugando a los ninjas con unos palos de goma que intentaban imitar espadas.
Si seguía de largo, terminaría vagando por un apacible vecindario dónde parecía no haber demasiado tránsito pues todos sus posibles transeúntes o habían salido a hacer sus quehaceres o se encontraban dentro de sus casas disfrutando del beneficio de estar seco. Sin embargo, un ruido captaría su atención.
Era como, ¿una anciana, un bebé llorando? Era un ruido extremadamente raro, hasta que pronto estos sonidos se volvieron dos y empezaron a escucharse aún más amenazantes, pudiendo ahora localizarlos desde lo alto de una cornisa de las casas.
Eran dos gatos, uno blanco y otro no tan blanco con manchas cafés. Ambos estaban totalmente erizados y de pronto se lanzaron el uno contra el otro, peleándose por encima de una lámina que fungía como toldo de una tienda de flores.
Una anciana salió a toda velocidad del negocio con palo en mano, aunque aún con ello sería incapaz de alcanzar la zona dónde ambos felinos renían.
—¡Miru! ¡Deja a Miru!— Suplicaba la mujer.
Si seguía de largo, terminaría vagando por un apacible vecindario dónde parecía no haber demasiado tránsito pues todos sus posibles transeúntes o habían salido a hacer sus quehaceres o se encontraban dentro de sus casas disfrutando del beneficio de estar seco. Sin embargo, un ruido captaría su atención.
Era como, ¿una anciana, un bebé llorando? Era un ruido extremadamente raro, hasta que pronto estos sonidos se volvieron dos y empezaron a escucharse aún más amenazantes, pudiendo ahora localizarlos desde lo alto de una cornisa de las casas.
Eran dos gatos, uno blanco y otro no tan blanco con manchas cafés. Ambos estaban totalmente erizados y de pronto se lanzaron el uno contra el otro, peleándose por encima de una lámina que fungía como toldo de una tienda de flores.
Una anciana salió a toda velocidad del negocio con palo en mano, aunque aún con ello sería incapaz de alcanzar la zona dónde ambos felinos renían.
—¡Miru! ¡Deja a Miru!— Suplicaba la mujer.