15/02/2020, 23:53
(Última modificación: 16/02/2020, 00:20 por Uzumaki Eri. Editado 1 vez en total.)
Con ambos horribles hombres apresados, Eri se deshizo de la Yoroi y volvió a su estado normal. Estaba furiosa porque intuía que habían sido esos hombres los que habían herido —y obligado a Yota matar— al perro que ahora se hallaba sin vida por unos malditos malnacidos que ahora estaban pendientes de su decisión.
— Bueno, pues la verdad es que solo se me ocurren dos cosas, las cuales se resumen a acabar con su estúpida existencia o entregarlos y que confiesen ante el señor del bar.
Por primera vez, Eri sopesó aquella idea como algo apetecible. Era una injusticia y alguien tendría que pagar por ello, los culpables que ahora estaban en sus manos, pendientes de un hilo. Le resultó tan apetecible que en su boca saboreó el delicioso sabor de la venganza y sonrió, sonrió de una forma que algunos podían interpretar como enigmática.
«Pero tú no eres así.»
— Es tu jurisdicción y tu eres la jōnin, así que tendrás que decidir tú.
Se giró a Yota, y apretó los labios, borrando la sonrisa que había formado ante palpar la idea de acabar con la vida de aquellos. Los tenían apresados y podían llevarlos a Minori donde podrían ser juzgados por sus delitos, y, sobre todo, pedir perdón por sus actos ante el pobre dueño del perro. Suspiró y asintió.
—Tú lo has dicho, soy la jōnin y esta es mi jurisdicción —repitió, dejando caer sus hombros—. Ojalá la situación fuera al revés y ellos fueran los que estén sin respirar, pero por desgracia eso no es así, por eso... Deberíamos llevarlos a Minori, que hablen ante aquel hombre y luego dejarlos a su disposición, creo que sería lo justo.
Tomó a uno de los hombres apresados y comenzó a arrastrarlo.
—Eso sí, como abráis la boca para algo innecesario... —y dejó la amenaza volar libre a su alrededor.
— Bueno, pues la verdad es que solo se me ocurren dos cosas, las cuales se resumen a acabar con su estúpida existencia o entregarlos y que confiesen ante el señor del bar.
Por primera vez, Eri sopesó aquella idea como algo apetecible. Era una injusticia y alguien tendría que pagar por ello, los culpables que ahora estaban en sus manos, pendientes de un hilo. Le resultó tan apetecible que en su boca saboreó el delicioso sabor de la venganza y sonrió, sonrió de una forma que algunos podían interpretar como enigmática.
«Pero tú no eres así.»
— Es tu jurisdicción y tu eres la jōnin, así que tendrás que decidir tú.
Se giró a Yota, y apretó los labios, borrando la sonrisa que había formado ante palpar la idea de acabar con la vida de aquellos. Los tenían apresados y podían llevarlos a Minori donde podrían ser juzgados por sus delitos, y, sobre todo, pedir perdón por sus actos ante el pobre dueño del perro. Suspiró y asintió.
—Tú lo has dicho, soy la jōnin y esta es mi jurisdicción —repitió, dejando caer sus hombros—. Ojalá la situación fuera al revés y ellos fueran los que estén sin respirar, pero por desgracia eso no es así, por eso... Deberíamos llevarlos a Minori, que hablen ante aquel hombre y luego dejarlos a su disposición, creo que sería lo justo.
Tomó a uno de los hombres apresados y comenzó a arrastrarlo.
—Eso sí, como abráis la boca para algo innecesario... —y dejó la amenaza volar libre a su alrededor.