21/04/2020, 15:15
Corrió y avanzó. Por bosque, río y montañas. Huyó del País del Bosque, pasando por el País de la Tierra, para finalmente, llegar al País del Viento. Mantuvo un perfil bajo: nunca permaneció quieto en un sitio, más que para descansar un par de horas (que normalmente, se reducían por las continuas pesadillas) y continuar. Se alejó de los núcleos de población, y cuando no tuvo más remedio que pasar por ellos, utilizó el Henge para no mostrar su rostro en ningún caso. Buscó una ropa mucho más discreta y se deshizo de la suya. Escondió su bandana, su bufanda y cualquier signo de su anterior vida. Se arrebujó bajo una capa oscura de viajero, que tapaba completamente su silueta, y se vistió con ropa grisácea y sucia, dándole un aspecto mucho más pobre que antes. Su pelo poco a poco continuó creciendo, sucio y enmarañado, y Juro lo recogió en una coleta, deshaciéndose de su flequillo para siempre.
Días fueron los que durmió bajo una cueva o bajo el cobijo de arbustos y ramas en los lugares más recónditos que podía encontrar. El hecho de que lo estuvieran rastreando y pudieran localizarle le aterraba. Empezó a aprender a buscar lugares más seguros para descansar bien, a ocultar o disimular (al menos, en la medida de lo posible) sus huellas y a fingir una personalidad más real cuando se camuflaba. No todo fueron buenos momentos, pero continuó vivo y eso era decir mucho.
Era curioso, pero el exilio le había demostrado una faceta suya que nunca habría imaginado: al final, podía convertirse en un superviviente.
Los días pasaron en semanas y pronto, su primer mes llegó. Ni rastro de Kusagakure o de los generales. Ahí fue cuando el chico decidió su destino: el gran desierto que antes había formado una de las antiguas naciones.
¿Por qué un lugar tan horrible? Bueno, era difícil de explicar. Hasta ahora, Juro siempre se había sentido cómodo entre los árboles. El bosque había sido su casa y protección. Ahora, tras todo lo sucedido, no podía evitar sentirse culpable al mirar a un árbol. Ya no se sentía protegido por ellos: se sentía acusado. Había perdido aquel vínculo con la naturaleza, aunque sospechaba que en caso de necesitarlo, aún seguía en él. Pero era muy arriesgado. Kusagakure le perseguía después de todo. Él no era el ninja más capaz ni el que mejor podía aprovechar esa ventaja: sus perseguidores, quizá si. Permanecer en los bosques, de cierta manera, era exponerse. Y lo que muchos pensarían que haría.
El desierto, por otro lado, era un terreno amplio y extenso dónde podía esconderse y burlar a cualquier potencial perseguidor, fuese de Kusagakure o no. Era peligroso, por supuesto, y más con alguien tan torpe como él en cuanto a orientación, pero si se mantenía en la costa o en zonas cercanas a pueblos, no tendría por qué salir mal. Podía volar y eso siempre le proporcionaba una ventaja, en caso de que hubiera problemas. Se nutriría de víveres y pasaría las peores partes del clima refugiado y camuflado: el resto del tiempo, viviría entre las dunas, evitando a los turistas y a las personas que pasaran. Era consciente de que iba a uno de los lugares más extremos y duros en los que se podía vivir, pero aun así, no se detuvo. Su espíritu había tomado una decisión y pensaba cumplirla.
Sería una vida triste, pero por el momento, le daría un poco de calma para pensar. Después de todo, este mes había pasado por múltiples zonas, buscando siempre los lugares más recónditos, las cuevas más sombrías y los lugares más inhabitados. No podría aguantar siempre ese ritmo. Alguien terminaría por encontrarle.
Había otra razón más por la que había elegido el desierto, en realidad.
« Katsue una vez me contó que nuestro clan proviene de Sunagakure, la aldea oculta que existió entre estas arenas » — Por alguna razón, y aunque nunca antes había estado, también sentía una pequeña conexión.
Era como si los retazos de una vida pasada lo llamaran. Eso le dio valor. Si sus antepasados lo habían conseguido, él también lo haría.
Sí, lo conseguiría.
El marionetista frunció el ceño. No. Otra vez.
— ¡No! ¡No quiero! — exclamó el chico, llevándose las manos a la cabeza —. Por favor, déjame solo.
Por supuesto que Chomei no se había mantenido callado en este mes. Simplemente, Juro había ignorado sus intentos de conversación. Desde el incidente, más concretamente. El marionetista sabía que el bijuu podía forzarle a hablar si quisiera, pero, por alguna razón, había estado respetando su decisión.
Esta vez, sin embargo, parecía que no tendría esa suerte. Escuchar a la criatura hablar con aquella despreocupación, tras todo lo que había sucedido, le crispo los nervios.
— ¡Una mierda! ¡Una puta mierda! — exclamó. De pronto, sintió toda la rabía que había estado oprimiendo durante aquellas semanas —. Todo se ha ido a la mierda. TODO. Mi vida. Mi causa. Mis seres queridos. ¿Y dices que somos afortunados? Con buena gana daría estas puñeteras alas por volver atrás en el tiempo y revertir el momento en que me unieron a ti. Tu y tu maldita suerte ¡Eres un farsante! ¡Lo único que sirves es para traer desgracias!
Se había pasado. Lo supo en cuánto pronunció aquellas últimas palabras. Juro tembló, a sabiendas de que estaba insultando a una de las criaturas más poderosas del mundo, a la que nadie le impedía romperle en mil pedazos en cuestión de segundos.
Y sin embargo, no pasó nada.
Solo una voz en su cabeza, más seria de lo habitual.
Días fueron los que durmió bajo una cueva o bajo el cobijo de arbustos y ramas en los lugares más recónditos que podía encontrar. El hecho de que lo estuvieran rastreando y pudieran localizarle le aterraba. Empezó a aprender a buscar lugares más seguros para descansar bien, a ocultar o disimular (al menos, en la medida de lo posible) sus huellas y a fingir una personalidad más real cuando se camuflaba. No todo fueron buenos momentos, pero continuó vivo y eso era decir mucho.
Era curioso, pero el exilio le había demostrado una faceta suya que nunca habría imaginado: al final, podía convertirse en un superviviente.
Los días pasaron en semanas y pronto, su primer mes llegó. Ni rastro de Kusagakure o de los generales. Ahí fue cuando el chico decidió su destino: el gran desierto que antes había formado una de las antiguas naciones.
¿Por qué un lugar tan horrible? Bueno, era difícil de explicar. Hasta ahora, Juro siempre se había sentido cómodo entre los árboles. El bosque había sido su casa y protección. Ahora, tras todo lo sucedido, no podía evitar sentirse culpable al mirar a un árbol. Ya no se sentía protegido por ellos: se sentía acusado. Había perdido aquel vínculo con la naturaleza, aunque sospechaba que en caso de necesitarlo, aún seguía en él. Pero era muy arriesgado. Kusagakure le perseguía después de todo. Él no era el ninja más capaz ni el que mejor podía aprovechar esa ventaja: sus perseguidores, quizá si. Permanecer en los bosques, de cierta manera, era exponerse. Y lo que muchos pensarían que haría.
El desierto, por otro lado, era un terreno amplio y extenso dónde podía esconderse y burlar a cualquier potencial perseguidor, fuese de Kusagakure o no. Era peligroso, por supuesto, y más con alguien tan torpe como él en cuanto a orientación, pero si se mantenía en la costa o en zonas cercanas a pueblos, no tendría por qué salir mal. Podía volar y eso siempre le proporcionaba una ventaja, en caso de que hubiera problemas. Se nutriría de víveres y pasaría las peores partes del clima refugiado y camuflado: el resto del tiempo, viviría entre las dunas, evitando a los turistas y a las personas que pasaran. Era consciente de que iba a uno de los lugares más extremos y duros en los que se podía vivir, pero aun así, no se detuvo. Su espíritu había tomado una decisión y pensaba cumplirla.
Sería una vida triste, pero por el momento, le daría un poco de calma para pensar. Después de todo, este mes había pasado por múltiples zonas, buscando siempre los lugares más recónditos, las cuevas más sombrías y los lugares más inhabitados. No podría aguantar siempre ese ritmo. Alguien terminaría por encontrarle.
Había otra razón más por la que había elegido el desierto, en realidad.
« Katsue una vez me contó que nuestro clan proviene de Sunagakure, la aldea oculta que existió entre estas arenas » — Por alguna razón, y aunque nunca antes había estado, también sentía una pequeña conexión.
Era como si los retazos de una vida pasada lo llamaran. Eso le dio valor. Si sus antepasados lo habían conseguido, él también lo haría.
Sí, lo conseguiría.
«Juro-kun»
El marionetista frunció el ceño. No. Otra vez.
«¡Juro-kun!»
— ¡No! ¡No quiero! — exclamó el chico, llevándose las manos a la cabeza —. Por favor, déjame solo.
Por supuesto que Chomei no se había mantenido callado en este mes. Simplemente, Juro había ignorado sus intentos de conversación. Desde el incidente, más concretamente. El marionetista sabía que el bijuu podía forzarle a hablar si quisiera, pero, por alguna razón, había estado respetando su decisión.
Esta vez, sin embargo, parecía que no tendría esa suerte. Escuchar a la criatura hablar con aquella despreocupación, tras todo lo que había sucedido, le crispo los nervios.
« No estás solo, chico. Lo sabes perfectamente .
Aunque todo ha terminado así, al menos volamos libres. Créeme, podría haber acabado mucho peor.
En el fondo… ¡Eres afortunado!»
Aunque todo ha terminado así, al menos volamos libres. Créeme, podría haber acabado mucho peor.
En el fondo… ¡Eres afortunado!»
— ¡Una mierda! ¡Una puta mierda! — exclamó. De pronto, sintió toda la rabía que había estado oprimiendo durante aquellas semanas —. Todo se ha ido a la mierda. TODO. Mi vida. Mi causa. Mis seres queridos. ¿Y dices que somos afortunados? Con buena gana daría estas puñeteras alas por volver atrás en el tiempo y revertir el momento en que me unieron a ti. Tu y tu maldita suerte ¡Eres un farsante! ¡Lo único que sirves es para traer desgracias!
Se había pasado. Lo supo en cuánto pronunció aquellas últimas palabras. Juro tembló, a sabiendas de que estaba insultando a una de las criaturas más poderosas del mundo, a la que nadie le impedía romperle en mil pedazos en cuestión de segundos.
Y sin embargo, no pasó nada.
Solo una voz en su cabeza, más seria de lo habitual.
«Juro-kun. Es hora de que te cuente mi historia .La historia de cómo todo empezó»
Hablo / Pienso
Avatar hecho por la increible Eri-sama.
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Sellos implantados: Hermandad intrepida
- Juro y Datsue : Aliento nevado, 218. Poder:60