28/04/2020, 19:09
Después de una respetuosa reverencia entre todos, los genin dejaron a la jōnin en el huerto de Tamanegiya y siguieron por el camino. Habiendo pasado el día juntos, no hubo conversación sustancial durante el trayecto, pero se desearon suerte al despedirse en el codo del camino.
—A-a dar lo mejor de nosotros, Yota-san, Kumopansa-san. —Y con otra reverencia, Ranko continuó hacia el norte.
El huerto de Kitate era más pequeño que el de Tamanegiya, pero parecía estar en mejor orden. Era un terreno cuadrado perfecto, con una linda valla de madera blanca de apariencia recién pintada. A las tierras la acompañaba una casita de tonos rosas que contrastaba enormemente con la apariencia y actitud rudas de Kitate Miho. Había una mujer sentada en el pórtico, soplándose suavemente con un abanico. La mujer, adulta, pero de facciones jóvenes, inclinó la cabeza con extrañeza al ver acercarse a Yota.
—Cariño, creo que ya está aquí. —dijo al aire.
—Que entre, tiene manos para abrir. —Se escuchó la voz apagada de Kitate desde algún punto dentro de la casa.
La mujer suspiró y se levantó a pasos rápidos para abrir la puerta al genin y su araña.
—Mucho… —La mujer se detuvo en seco, sin apartar la mirada de Kumopansa. Luego alzó la voz de nuevo —. Ahm... ¿Miho? Trae una araña gigante. ¿E-es normal?
—Si es un chico rubio, sí. —sonó la voz otra vez.
—Ah. Mucho gusto, entonces —Les dedicó una profunda reverencia —. Soy Kyuichi Ao y esta es el huerto de Miho y mío. Eres… Ahm… Son de Kusagakure, ¿verdad? Pasen, pasen, que no tarda en caer la noche. Miho ya me contó de su plan. ¿Gustan algo de beber o comer?
Con expresión amable, la mujer se hizo a un lado para dejarles pasar. Esperaría para cerrar el portoncito detrás de ellos.
—A-a dar lo mejor de nosotros, Yota-san, Kumopansa-san. —Y con otra reverencia, Ranko continuó hacia el norte.
El huerto de Kitate era más pequeño que el de Tamanegiya, pero parecía estar en mejor orden. Era un terreno cuadrado perfecto, con una linda valla de madera blanca de apariencia recién pintada. A las tierras la acompañaba una casita de tonos rosas que contrastaba enormemente con la apariencia y actitud rudas de Kitate Miho. Había una mujer sentada en el pórtico, soplándose suavemente con un abanico. La mujer, adulta, pero de facciones jóvenes, inclinó la cabeza con extrañeza al ver acercarse a Yota.
—Cariño, creo que ya está aquí. —dijo al aire.
—Que entre, tiene manos para abrir. —Se escuchó la voz apagada de Kitate desde algún punto dentro de la casa.
La mujer suspiró y se levantó a pasos rápidos para abrir la puerta al genin y su araña.
—Mucho… —La mujer se detuvo en seco, sin apartar la mirada de Kumopansa. Luego alzó la voz de nuevo —. Ahm... ¿Miho? Trae una araña gigante. ¿E-es normal?
—Si es un chico rubio, sí. —sonó la voz otra vez.
—Ah. Mucho gusto, entonces —Les dedicó una profunda reverencia —. Soy Kyuichi Ao y esta es el huerto de Miho y mío. Eres… Ahm… Son de Kusagakure, ¿verdad? Pasen, pasen, que no tarda en caer la noche. Miho ya me contó de su plan. ¿Gustan algo de beber o comer?
Con expresión amable, la mujer se hizo a un lado para dejarles pasar. Esperaría para cerrar el portoncito detrás de ellos.
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