29/05/2020, 00:42
El día estaba se desenvolvía más frío que el pié de Simon Petrikov, y no era cosa de exageración. Pasear por las calles de la aldea se había vuelto una locura, casi tan duro como un imaginar a un Amejin con paraguas. De no ser por un motivo, ni por asomo alguien caminaría por ahí...
O eso pensaba la kunoichi antes de asomar al local donde había quedado. Evidentemente, quedó a cuadros al ver que el lugar estaba abarrotado. Casi parecía una fiesta en vez de un lugar donde tomar algo tranquilo, o como bien hacían los frecuentes tomar unos churros sin más. Mira que había dicho de ir a éste sitio porque solía ser tranquilo, y sin motivo aparente... ¡PUM! ...se vuelve el local más concurrido de toda la manzana.
«Bueno, siempre será mejor que ir a donde trabaja Burokori, eso seguro.»
Si algo le había enseñado su corta experiencia con él, es que los celos eran un arma mucho más peligrosa que cualquier katana. —En fin... —se dijo a sí misma, en lo que retomaba su firme paso, rumbo hacia la entrada del bar. Conforme pasó por la ventana, pudo avistar de refilón que Datsue ya había llegado, y se entretenía con algún tipo de lectura.
Conforme entró en el local, la chica no tuvo más remedio que saludar al tipo que regía el lugar, un mesero con el que ya había tratado en alguna que otra ocasión. Lo hizo con una sencilla y efimera reverencia, acompañada de una sonrisa.
—Bienvenida, señorita Watasashi —apresuró el hombre a añadir a su reverencia devuelta.
—¡Buenaaas! —respondió, intentado que las formalidades no la demorasen más.
Trató de avanzar, buscando con la mirada al Uchiha, pero no tardó ni un par de décimas de segundo en ser asaltada de nuevo. En ésta ocasión se trataba de una señora, sin ir mucho mas lejos la dueña de la casa donde se quedó durante una temporada. La mujer hastiaba un pobre e indefenso tazón de chocolate oscuro, churro en mano. Pero incluso con esas, dejó de lado sus ansias de azúcar y grasas para saludarla.
—Hola pequeña Watasashi, ¿cómo estás? Ya hacía tiempo que no te veía, ¿eh? A ver si te pasas más a menudo por casa, que desde que estás con el muchacho ese, el hijo de la Yorose, ya ni te acuerdas del resto ¡Ja-ja-ja-ja!
Quiso suspirar, pero habría sido una autentica desconsiderada, más aún teniendo en cuenta que la mujer la había acogido en la casa que alquilaba cuando peor estuvo. Bueno, al menos que recuerde la kunoichi. Pero sin duda, la mujer se había perdido unos cuantos puchicheos con el resto de señoras o algo.
—A-ah... bueno, sí... jajajaja... intentaré pasarme en ésta semana si puedo, últimamente estoy un poco liada con el entrenamiento. Lo siento mucho —hizo un inciso, mirando de nuevo hacia el otro extremo del habitáculo. —pero tengo que irme, que llego un poco tarde. Hasta luego, señora Momoyo.
«Ésta señora, para lo maruja que es... no se entera de nada.»
Y por fin, recortó los pocos metros que le distanciaba para con el de cabello azabache, como si hubiese encaminado una auténtica epopeya para llegar hasta la mesa. Sonrió al jönin, y apartó un poco la silla de la mesa para tras ello tomar sitio.
—Buenas, espero que no me hayas tenido que esperar demasiado... —intentó romper un poco el hielo.
O eso pensaba la kunoichi antes de asomar al local donde había quedado. Evidentemente, quedó a cuadros al ver que el lugar estaba abarrotado. Casi parecía una fiesta en vez de un lugar donde tomar algo tranquilo, o como bien hacían los frecuentes tomar unos churros sin más. Mira que había dicho de ir a éste sitio porque solía ser tranquilo, y sin motivo aparente... ¡PUM! ...se vuelve el local más concurrido de toda la manzana.
«Bueno, siempre será mejor que ir a donde trabaja Burokori, eso seguro.»
Si algo le había enseñado su corta experiencia con él, es que los celos eran un arma mucho más peligrosa que cualquier katana. —En fin... —se dijo a sí misma, en lo que retomaba su firme paso, rumbo hacia la entrada del bar. Conforme pasó por la ventana, pudo avistar de refilón que Datsue ya había llegado, y se entretenía con algún tipo de lectura.
Conforme entró en el local, la chica no tuvo más remedio que saludar al tipo que regía el lugar, un mesero con el que ya había tratado en alguna que otra ocasión. Lo hizo con una sencilla y efimera reverencia, acompañada de una sonrisa.
—Bienvenida, señorita Watasashi —apresuró el hombre a añadir a su reverencia devuelta.
—¡Buenaaas! —respondió, intentado que las formalidades no la demorasen más.
Trató de avanzar, buscando con la mirada al Uchiha, pero no tardó ni un par de décimas de segundo en ser asaltada de nuevo. En ésta ocasión se trataba de una señora, sin ir mucho mas lejos la dueña de la casa donde se quedó durante una temporada. La mujer hastiaba un pobre e indefenso tazón de chocolate oscuro, churro en mano. Pero incluso con esas, dejó de lado sus ansias de azúcar y grasas para saludarla.
—Hola pequeña Watasashi, ¿cómo estás? Ya hacía tiempo que no te veía, ¿eh? A ver si te pasas más a menudo por casa, que desde que estás con el muchacho ese, el hijo de la Yorose, ya ni te acuerdas del resto ¡Ja-ja-ja-ja!
Quiso suspirar, pero habría sido una autentica desconsiderada, más aún teniendo en cuenta que la mujer la había acogido en la casa que alquilaba cuando peor estuvo. Bueno, al menos que recuerde la kunoichi. Pero sin duda, la mujer se había perdido unos cuantos puchicheos con el resto de señoras o algo.
—A-ah... bueno, sí... jajajaja... intentaré pasarme en ésta semana si puedo, últimamente estoy un poco liada con el entrenamiento. Lo siento mucho —hizo un inciso, mirando de nuevo hacia el otro extremo del habitáculo. —pero tengo que irme, que llego un poco tarde. Hasta luego, señora Momoyo.
«Ésta señora, para lo maruja que es... no se entera de nada.»
Y por fin, recortó los pocos metros que le distanciaba para con el de cabello azabache, como si hubiese encaminado una auténtica epopeya para llegar hasta la mesa. Sonrió al jönin, y apartó un poco la silla de la mesa para tras ello tomar sitio.
—Buenas, espero que no me hayas tenido que esperar demasiado... —intentó romper un poco el hielo.