1/06/2020, 19:56
El primer disparo atravesaría la sombra y desaparecería en la neblina.
«¡Agh! ¡No! ¿Pero qué es...?»
La segunda telaraña impactaría con la misma persona. Habría un golpe y un quejido más, y la neblina comenzaría a desvanecerse. De repente, acabada la ilusión, Yota podría ver, iluminada por la luz de la luna, la escena que en realidad estaba sucediendo:
Había cuatro personas, delgaduchas, todas ataviadas con ropas sencillas, de color gris o azul muy oscuro, con bandanas de tela y cubrebocas a juego. Dos estaban a sendos lados del ninja, a algunos metros de él, excavando en la parcela y metiendo las hortalizas en cajas que tenían a sus lados. Parecían escoger algunas por sobre otras, fijándose en sus raíces. Un tercer bandido estaba a dos metros de Yota, con una pala alzada sobre su cabeza, con la intención de golpear al rubio; sin embargo, la desaparición de la niebla lo había sorprendido al punto de dejarlo brevemente paralizado, con los ojos como platos. El cuarto bandido estaba de bruces, inconsciente al lado de la cerca. Parecía haber perdido el equilibrio por la telaraña, caído y golpeado su cabeza justo sobre uno de los maderos. A su lado, pegado a su cuerpo con seda de araña, había un pergamino con marcas, de aquellas usadas para sellar técnicas.
—Aaah… Demonios… —dijo el de la pala, pesadamente —. ¡Tomen lo que tengan y volemos!
El hombre, de poco más de veinte años, se acercaría rápidamente para intentar darle un palazo a Yota en la cabeza, con la parte plana de la herramienta. Los otros dos, frenéticos, tomarían cuanta hortaliza hubiesen desenterrado, y las pondrían en las cajas velozmente. Aunque claro, sus manos no eran muy rápidas que digamos.
«¡Agh! ¡No! ¿Pero qué es...?»
La segunda telaraña impactaría con la misma persona. Habría un golpe y un quejido más, y la neblina comenzaría a desvanecerse. De repente, acabada la ilusión, Yota podría ver, iluminada por la luz de la luna, la escena que en realidad estaba sucediendo:
Había cuatro personas, delgaduchas, todas ataviadas con ropas sencillas, de color gris o azul muy oscuro, con bandanas de tela y cubrebocas a juego. Dos estaban a sendos lados del ninja, a algunos metros de él, excavando en la parcela y metiendo las hortalizas en cajas que tenían a sus lados. Parecían escoger algunas por sobre otras, fijándose en sus raíces. Un tercer bandido estaba a dos metros de Yota, con una pala alzada sobre su cabeza, con la intención de golpear al rubio; sin embargo, la desaparición de la niebla lo había sorprendido al punto de dejarlo brevemente paralizado, con los ojos como platos. El cuarto bandido estaba de bruces, inconsciente al lado de la cerca. Parecía haber perdido el equilibrio por la telaraña, caído y golpeado su cabeza justo sobre uno de los maderos. A su lado, pegado a su cuerpo con seda de araña, había un pergamino con marcas, de aquellas usadas para sellar técnicas.
—Aaah… Demonios… —dijo el de la pala, pesadamente —. ¡Tomen lo que tengan y volemos!
El hombre, de poco más de veinte años, se acercaría rápidamente para intentar darle un palazo a Yota en la cabeza, con la parte plana de la herramienta. Los otros dos, frenéticos, tomarían cuanta hortaliza hubiesen desenterrado, y las pondrían en las cajas velozmente. Aunque claro, sus manos no eran muy rápidas que digamos.
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