1/06/2020, 23:45
Y obviamente, el Uchiha no podía parar de reír. Las historietas de Aiko tenían jugo hasta para ser caricaturizadas, bien podían tomarle los derechos de autor y sacar "[/i]Las des-aventuras de la kunoichi patosa[/i]", o "Las disparatadas aventuras de una pelirroja en Uzushiogakure". En ambos casos se venderían como churros, nunca mejor dicho...
—Sí, hijo, sí... se me ocurrió la maravillosa idea de plantar un sello de éstos bajos, de los que no explotan mucho, justo por donde podría avanzar el dichoso gato... y resulta que cuando lo hice explosionar para que se asustase y viniese hacia mí, pues como que le dio una neurisma y lo que hizo fue saltar hacia la explosión... Podríamos decir que el señor sardinitas no tiene ya ni un pelo de tonto. Casi parece un gato de esos que no tiene pelos... —confesó la pelirroja con una incómoda sonrisa.
Datsue aclaró que no debía preocuparse, que todos la cagan al inicio de sus caminos, y que a base de tropezar es como se aprende a esquivar las piedras del camino. Aunque él lo decoró con otras palabras, venían a decir lo mismo. Lo que sí, tenía muchísima razón sobre lo que dijo de los gatos, son peores que mil demonios a la hora de atraparlos.
—Sí, supongo que tienes razón.
A todo ésto, regresó el mesero cargado con la docena de churros y las dos tazas de chocolate caliente en una bandeja. Con destreza sirvió primero las tazas de chocolate, poniéndola frente a cada uno de los comensales, y tras ello posicionó el plato de churros a mitad de camino entre ambos shinobis.
Casi parecía la escena en que dejan caer una navaja entre dos presos a la voz de solo puede quedar uno en pié.
Bueno, quizás no era para tanto, la verdad. La pelirroja sonrió, en lo que daba las gracias al hombre por ser tan rápido. Tras ello sí que lanzaría la mano a por el primero, aunque no terminaría por bañarlo en chocolate, al menos no del tirón.
Hizo una pausa —¿Y tu qué? ¿aventuras demasiado drásticas como jönin? —preguntó, para luego sí bañar el churro en chocolate.
—Sí, hijo, sí... se me ocurrió la maravillosa idea de plantar un sello de éstos bajos, de los que no explotan mucho, justo por donde podría avanzar el dichoso gato... y resulta que cuando lo hice explosionar para que se asustase y viniese hacia mí, pues como que le dio una neurisma y lo que hizo fue saltar hacia la explosión... Podríamos decir que el señor sardinitas no tiene ya ni un pelo de tonto. Casi parece un gato de esos que no tiene pelos... —confesó la pelirroja con una incómoda sonrisa.
Datsue aclaró que no debía preocuparse, que todos la cagan al inicio de sus caminos, y que a base de tropezar es como se aprende a esquivar las piedras del camino. Aunque él lo decoró con otras palabras, venían a decir lo mismo. Lo que sí, tenía muchísima razón sobre lo que dijo de los gatos, son peores que mil demonios a la hora de atraparlos.
—Sí, supongo que tienes razón.
A todo ésto, regresó el mesero cargado con la docena de churros y las dos tazas de chocolate caliente en una bandeja. Con destreza sirvió primero las tazas de chocolate, poniéndola frente a cada uno de los comensales, y tras ello posicionó el plato de churros a mitad de camino entre ambos shinobis.
Casi parecía la escena en que dejan caer una navaja entre dos presos a la voz de solo puede quedar uno en pié.
Bueno, quizás no era para tanto, la verdad. La pelirroja sonrió, en lo que daba las gracias al hombre por ser tan rápido. Tras ello sí que lanzaría la mano a por el primero, aunque no terminaría por bañarlo en chocolate, al menos no del tirón.
Hizo una pausa —¿Y tu qué? ¿aventuras demasiado drásticas como jönin? —preguntó, para luego sí bañar el churro en chocolate.