9/06/2020, 21:33
—¡AAH! ¡Espera! ¡Dije que me rendía! —soltó el pobre al ver la espada de Yota, y quedó inmóvil al verse apuntado por ella —. Ah… No… Bueno, no… no sabemos.
—Te dije que salieras de aquí… —suspiró uno de los otros dos con resignación, al ver llegar a Sora, y luego a una enojada pero triunfante Kitate.
—¡Ja ja! ¡Sabía que lo lograrías! —la granjera le dio una palmada con fuerza al genin, lo que hizo temblar la espada, y casi le rebana el cuello al bandido.
—¡Aaah, está bien! ¡Está bien! Les diré todo, no somos peligrosos, no me apuntes con eso, por favor… —Casi lloraba. Seguiría hablando con voz tensa, aunque si el rubio bajaba su filo, sonaría más calmado —. E-es una mujer. No le hemos visto bien la cara, pues siempre lleva capucha. Tiene… tiene un brazo izquierdo raro. E-es… Lo lleva cubierto, p-pero se le nota que tiene un guante enorme. O que está hinchado. ¡O yo qué sé!
Si analizaban a los bandidos, notarían que decía la verdad con algo: no eran peligrosos. No iban armados con más que palas, y no parecían tener ni por asomo el físico para darle pelea a alguien entrenado. Y si revisaban las cajas, notarían que las papas y zanahorias, y otras hortalizas que habían desenterrado, tenían de entre uno a tres bultos gris oscuro, porosos y suaves, que colgaban de sus raíces.
—Nos ha dado instrucciones —continuó pesadamente uno de los otros dos, al comprender que no podría salir de allí impune como otras veces —. Cada que nos decía, teníamos que venir a un huerto, sacar las hortalizas que tuvieran unos bultos grises en sus raíces y llevárselos. No sabemos para qué los usa, o por qué los quiere, pero nos paga por cada bulto que le llevemos. Nos da un pergamino con una técnica para ocultarnos. ¡N-nos dijo que si la usábamos bien, nadie nos atraparía!
—Disculpe, ninja-san —El tercer bandido, el que no había hablado previamente, se dirigió a Yota —. Nos entregamos, ¿no? Le-les estamos dando a esa mujer. ¡Les diremos dónde la deberíamos de encontrar! No le hicimos daño a nadie. No nos harán nada, ¿verdad?
—¿¿Disculpa?? —Kitate se acercó y casi le arrancó la cabeza (figuradamente) al hombre al tirar de su cabello. Lo regañó por encima del grito del bandido —. ¿¿Tienes idea de lo que nos ha costado su aventurilla??
Se escucharía un golpe a la distancia, y Ranko, con Kumopansa encima, aparecería en el camino. Había utilizado su Hitoshin, su poderoso salto, para acortar los últimos metros. Saltaría la valla y se acercaría al grupo, sonriendo al ver a los bandidos rendidos.
—Te dije que salieras de aquí… —suspiró uno de los otros dos con resignación, al ver llegar a Sora, y luego a una enojada pero triunfante Kitate.
—¡Ja ja! ¡Sabía que lo lograrías! —la granjera le dio una palmada con fuerza al genin, lo que hizo temblar la espada, y casi le rebana el cuello al bandido.
—¡Aaah, está bien! ¡Está bien! Les diré todo, no somos peligrosos, no me apuntes con eso, por favor… —Casi lloraba. Seguiría hablando con voz tensa, aunque si el rubio bajaba su filo, sonaría más calmado —. E-es una mujer. No le hemos visto bien la cara, pues siempre lleva capucha. Tiene… tiene un brazo izquierdo raro. E-es… Lo lleva cubierto, p-pero se le nota que tiene un guante enorme. O que está hinchado. ¡O yo qué sé!
Si analizaban a los bandidos, notarían que decía la verdad con algo: no eran peligrosos. No iban armados con más que palas, y no parecían tener ni por asomo el físico para darle pelea a alguien entrenado. Y si revisaban las cajas, notarían que las papas y zanahorias, y otras hortalizas que habían desenterrado, tenían de entre uno a tres bultos gris oscuro, porosos y suaves, que colgaban de sus raíces.
—Nos ha dado instrucciones —continuó pesadamente uno de los otros dos, al comprender que no podría salir de allí impune como otras veces —. Cada que nos decía, teníamos que venir a un huerto, sacar las hortalizas que tuvieran unos bultos grises en sus raíces y llevárselos. No sabemos para qué los usa, o por qué los quiere, pero nos paga por cada bulto que le llevemos. Nos da un pergamino con una técnica para ocultarnos. ¡N-nos dijo que si la usábamos bien, nadie nos atraparía!
—Disculpe, ninja-san —El tercer bandido, el que no había hablado previamente, se dirigió a Yota —. Nos entregamos, ¿no? Le-les estamos dando a esa mujer. ¡Les diremos dónde la deberíamos de encontrar! No le hicimos daño a nadie. No nos harán nada, ¿verdad?
—¿¿Disculpa?? —Kitate se acercó y casi le arrancó la cabeza (figuradamente) al hombre al tirar de su cabello. Lo regañó por encima del grito del bandido —. ¿¿Tienes idea de lo que nos ha costado su aventurilla??
Se escucharía un golpe a la distancia, y Ranko, con Kumopansa encima, aparecería en el camino. Había utilizado su Hitoshin, su poderoso salto, para acortar los últimos metros. Saltaría la valla y se acercaría al grupo, sonriendo al ver a los bandidos rendidos.
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