2/07/2020, 16:00
—Y Ranko también. —Les dijo la de la trenza, con decisión. Casi nunca hablaba en tercera persona, pero se le hizo necesario para seguirle a sus compañeros.
—¡¿QUÉ?!
Los otros tres bandidos le hicieron gestos al cuarto para que bajara la voz.
—¿Qué? —repitió, ahora quedamente —Di-dijo que los trajéramos y nos ganaríamos nuestra libertad. Y eso hicimos. ¿Y si la mujer cree que le hemos traicionado?
—Eso hicimos.
—¡P-pero ella no lo sabe! ¡Podríamos salir bien parados si no se entera! ¿Recuerdan a Omura? Quiso insinuar que podíamos robarle entre todos y la mujer le clavó su propia espada. ¡Sin tocarla! No.
—Pero no iremos gritando eso. Qué tal… ¿qué tal que había muchos ninjas cuidando los huertos? L-lo cual no es mentira en realidad… Y tuvimos que abortar la operación para no ser atrapados. C-creo que ella… ¿Entenderá?
—Pues una vez casi me mata a mí por dejar rastros… Creo que no le molestaría evitar ser descubierta. ¿Y si…?
Pero al voltearse hacia los ninjas, éstos ya habían subido a los árboles.
—Ahm… y… ¿entonces?
—A ver: o regresamos en serio con la mujer y no sabemos qué hará si llegamos con las manos vacías, o ayudamos a estos tipos y casi casi salimos sin castigo. Creo que la opción es clara.
Los bandidos respiraron profundamente, a destiempo, claramente nerviosos y con mucho miedo. Les inspiraba solamente el prospecto de no recibir castigo alguno, lo cual era, obviamente, mejor que sí recibir un castigo por parte de la mujer.
Salieron de entre los árboles con sumo cuidado, como un adolescente que entra a su casa a las tres de la mañana intentando no despertar a sus padres. Llegaron hasta la cabaña y tocaron la puerta de una manera particular, como un código. Uno de los bandidos se llevó las manos a la cabeza, pues se acababa de dar cuenta de algo: no tenían ni las palas ni las cajas, pues las habían soltado al ser capturados en el huerto. Su credibilidad se reduciría prácticamente a cero ante la mujer.
Aunque comenzaban a desesperarse, nadie abrió ni respondió, ni siquiera con el pasar de los tensos minutos. Los bandidos suspiraron. Tal parecía que esa Ririki no gustaba de perder el tiempo, y si no contestaba era porque no estaba allí aún. O al menos fue la conclusión a la cual los hombres llegaron. Uno apoyó su oído en la puerta, pero tampoco percibió nada. Otro se giró hacia donde creía que estaba el grupo de Sora y se encogió de hombros mientras negaba con la cabeza.
—P-parece que es una de las veces donde no está… ¿Y-y si nos largamos? —diría en voz baja uno de los bandidos.
Tendrían que esperar, según lo que les habían dicho, al menos una o dos horas. O bien, intentar entrar por la fuerza a la cabaña.
—¡¿QUÉ?!
Los otros tres bandidos le hicieron gestos al cuarto para que bajara la voz.
—¿Qué? —repitió, ahora quedamente —Di-dijo que los trajéramos y nos ganaríamos nuestra libertad. Y eso hicimos. ¿Y si la mujer cree que le hemos traicionado?
—Eso hicimos.
—¡P-pero ella no lo sabe! ¡Podríamos salir bien parados si no se entera! ¿Recuerdan a Omura? Quiso insinuar que podíamos robarle entre todos y la mujer le clavó su propia espada. ¡Sin tocarla! No.
—Pero no iremos gritando eso. Qué tal… ¿qué tal que había muchos ninjas cuidando los huertos? L-lo cual no es mentira en realidad… Y tuvimos que abortar la operación para no ser atrapados. C-creo que ella… ¿Entenderá?
—Pues una vez casi me mata a mí por dejar rastros… Creo que no le molestaría evitar ser descubierta. ¿Y si…?
Pero al voltearse hacia los ninjas, éstos ya habían subido a los árboles.
—Ahm… y… ¿entonces?
—A ver: o regresamos en serio con la mujer y no sabemos qué hará si llegamos con las manos vacías, o ayudamos a estos tipos y casi casi salimos sin castigo. Creo que la opción es clara.
Los bandidos respiraron profundamente, a destiempo, claramente nerviosos y con mucho miedo. Les inspiraba solamente el prospecto de no recibir castigo alguno, lo cual era, obviamente, mejor que sí recibir un castigo por parte de la mujer.
Salieron de entre los árboles con sumo cuidado, como un adolescente que entra a su casa a las tres de la mañana intentando no despertar a sus padres. Llegaron hasta la cabaña y tocaron la puerta de una manera particular, como un código. Uno de los bandidos se llevó las manos a la cabeza, pues se acababa de dar cuenta de algo: no tenían ni las palas ni las cajas, pues las habían soltado al ser capturados en el huerto. Su credibilidad se reduciría prácticamente a cero ante la mujer.
Aunque comenzaban a desesperarse, nadie abrió ni respondió, ni siquiera con el pasar de los tensos minutos. Los bandidos suspiraron. Tal parecía que esa Ririki no gustaba de perder el tiempo, y si no contestaba era porque no estaba allí aún. O al menos fue la conclusión a la cual los hombres llegaron. Uno apoyó su oído en la puerta, pero tampoco percibió nada. Otro se giró hacia donde creía que estaba el grupo de Sora y se encogió de hombros mientras negaba con la cabeza.
—P-parece que es una de las veces donde no está… ¿Y-y si nos largamos? —diría en voz baja uno de los bandidos.
Tendrían que esperar, según lo que les habían dicho, al menos una o dos horas. O bien, intentar entrar por la fuerza a la cabaña.
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