14/07/2020, 01:06
—¡Yota-kun! —Pero el golpe ya había conectado con el rostro de Ririki, y le había hecho caer inconsciente. Sora se acercó a la mujer y se inclinó sobre ella para revisar si seguía viva. Se irguió de nuevo —. Respira. Con dificultad. Habrá que llevarla también.
Lo segundo en recibir un puñetazo de Yota fue el contenedor de la derecha. Aquella sustancia que contenía se derramó en una espesa oleada que empapó la parte inferior del rubio. Ranko intentó hacerse a un lado, pero no pudo evitar ver sus pies cubiertos por la sustancia. Olía intensamente a alcohol etílico.
El cuerpo de Taeko estaba bastante frío al tacto, y al alzarlo su cabeza se recostó hacia atrás, con el cabello empapado. Si tan solo se enfocaba en su rostro, uno pensaría que estaba durmiendo profundamente.
—Bien, ¿ya podemos irnos de este sitio?
Ranko asintió. Sentía su corazón roto, aunque ella no conocía a Taeko. Pero el sólo ver a Yota sufrir por ello… ¿Cuánta gente más lloraría su pérdida? Ranko fue a con la otra chica y comenzó a desconectar los nodos. No tuvo problema con ello. Desenganchó el suero, lo llevaría con la mano después de levantar a la chica en brazos. Era más baja que Ranko, y, al moverlo, su cuerpo se notaría frágil, como si cualquier movimiento brusco fuese a quebrarla. Pareció acurrucarse en los brazos de la kunoichi.
—L-lista.
Quería decirle algo a su amigo. ¿Pero qué podría hacer? ¿En realidad había algo que pudiese calmarlo? Ranko no podía entender qué se sentía perder a alguien. Suponía que era algo que tarde o temprano podría pasarle como shinobi, pero… Pero enfrentarlo así, ver a alguien importante haberse encontrado con un destino tan cruel… ¿Qué palabras podían valer?
—Bien —La jōnin imitó a sus alumnos y se echó a la mujer al hombro. Cada quien llevaba una fémina con un destino distinto. Una acabaría en prisión, otra en el hospital, otra en el camposanto. Con tales pérdidas, no se podía considerar aquella misión una victoria. Misión exitosa, sí, pero era una derrota moral para todos —. Entregaremos a Iwada Ririki a la justicia. Mandaremos a que investiguen este lugar, así como a la chica. Probablemente tenga familia buscándola. Mientras tanto, la llevaremos con los médicos. Y Taeko-san… su cuerpo descansará ahora en paz. Andando.
Sora guiaría el camino, y Ranko esperaría a que Yota subiese para ir tras él. Al avanzar, Ranko creería percibir algo a su derecha. El líquido negro de los toneles parecía haberse agitado levemente. Esperó unos segundos, pero no vio nada, así que seguiría adelante, convencida de que había sido una mala pasada de su mente.
Al salir, la primera luz los recibiría con melancólica calidez. Los cuerpos de los bandidos ya no estaban, y sólo había manchas de sangre de distintos tamaños sobre la hierba.
—¡No! ¡E-escaparon!
—Me molesta, pero sí dije ganarse la libertad —suspiró la pelirrosa —. Espero que hayan aprendido a no meterse con inocentes. Al fin y al cabo tenemos a nuestra culpable.
No sabían el estado de los hombres, aunque se podría sospechar que el primero, quien había recibido una placa de metal a la cabeza, estaba posiblemente muerto. Probablemente nunca volverían a ver sus rostros.
Tal vez fue la imaginación de Ranko, o de Yota, pero la marcha hasta el huerto de Kitate (pues tenían que reportar los resultados de su incursión) fue eterna, silenciosa, como si el bosque no quisiera interrumpir el duelo.
Lo segundo en recibir un puñetazo de Yota fue el contenedor de la derecha. Aquella sustancia que contenía se derramó en una espesa oleada que empapó la parte inferior del rubio. Ranko intentó hacerse a un lado, pero no pudo evitar ver sus pies cubiertos por la sustancia. Olía intensamente a alcohol etílico.
El cuerpo de Taeko estaba bastante frío al tacto, y al alzarlo su cabeza se recostó hacia atrás, con el cabello empapado. Si tan solo se enfocaba en su rostro, uno pensaría que estaba durmiendo profundamente.
—Bien, ¿ya podemos irnos de este sitio?
Ranko asintió. Sentía su corazón roto, aunque ella no conocía a Taeko. Pero el sólo ver a Yota sufrir por ello… ¿Cuánta gente más lloraría su pérdida? Ranko fue a con la otra chica y comenzó a desconectar los nodos. No tuvo problema con ello. Desenganchó el suero, lo llevaría con la mano después de levantar a la chica en brazos. Era más baja que Ranko, y, al moverlo, su cuerpo se notaría frágil, como si cualquier movimiento brusco fuese a quebrarla. Pareció acurrucarse en los brazos de la kunoichi.
—L-lista.
Quería decirle algo a su amigo. ¿Pero qué podría hacer? ¿En realidad había algo que pudiese calmarlo? Ranko no podía entender qué se sentía perder a alguien. Suponía que era algo que tarde o temprano podría pasarle como shinobi, pero… Pero enfrentarlo así, ver a alguien importante haberse encontrado con un destino tan cruel… ¿Qué palabras podían valer?
—Bien —La jōnin imitó a sus alumnos y se echó a la mujer al hombro. Cada quien llevaba una fémina con un destino distinto. Una acabaría en prisión, otra en el hospital, otra en el camposanto. Con tales pérdidas, no se podía considerar aquella misión una victoria. Misión exitosa, sí, pero era una derrota moral para todos —. Entregaremos a Iwada Ririki a la justicia. Mandaremos a que investiguen este lugar, así como a la chica. Probablemente tenga familia buscándola. Mientras tanto, la llevaremos con los médicos. Y Taeko-san… su cuerpo descansará ahora en paz. Andando.
Sora guiaría el camino, y Ranko esperaría a que Yota subiese para ir tras él. Al avanzar, Ranko creería percibir algo a su derecha. El líquido negro de los toneles parecía haberse agitado levemente. Esperó unos segundos, pero no vio nada, así que seguiría adelante, convencida de que había sido una mala pasada de su mente.
Al salir, la primera luz los recibiría con melancólica calidez. Los cuerpos de los bandidos ya no estaban, y sólo había manchas de sangre de distintos tamaños sobre la hierba.
—¡No! ¡E-escaparon!
—Me molesta, pero sí dije ganarse la libertad —suspiró la pelirrosa —. Espero que hayan aprendido a no meterse con inocentes. Al fin y al cabo tenemos a nuestra culpable.
No sabían el estado de los hombres, aunque se podría sospechar que el primero, quien había recibido una placa de metal a la cabeza, estaba posiblemente muerto. Probablemente nunca volverían a ver sus rostros.
Tal vez fue la imaginación de Ranko, o de Yota, pero la marcha hasta el huerto de Kitate (pues tenían que reportar los resultados de su incursión) fue eterna, silenciosa, como si el bosque no quisiera interrumpir el duelo.
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