21/07/2020, 23:01
Lejos, muy lejos del Valle de los Dojos, el pobre Renkai se hurgaba la nariz con aspecto de estar mortalmente aburrido. ¿Arrepentido? No, solamente aburrido. Llevaba más de tres días encerrado entre rejas en una de las húmedas, lúgubres y polvorientas celdas que poblaban el subsuelo del edificio más emblemático de la Villa Oculta entre la Lluvia. ¿Su delito? Intentar atracar a una pobre y desvalida abuelita que en ese momento salía de una de las pescaderías más famosas de Amegakure: La Pescadería del Señor Sakana. El pobre ladronzuelo había supuesto que la vigilancia y la seguridad de las calles se habría relajado con la Arashikage y parte del ejército shinobi de excursión en el Valle de los Dojos, sacando músculo en aquel estúpido Torneo de los Dojos... ¡Pero qué mala pata la suya al haberse resbalado con una caja de sardinas podridas y verse atrapado por un par de shinobi que pasaban por allí! ¿Se podía tener peor suerte que aquella?
No, seguro que n...
—¡¡¡AAAAAHHH!!!
Poco le faltó para enterrarse el dedo en el cerebro cuando una nube de humo estalló súbitamente en el centro de su peculiar mansión de lujo y dos figuras emergieron de ella. Una kunoichi y la antigua Arashikage, que ahora vestía el sombrero del Daimyō del País de la Tormenta. Aotsuki Ayame y Amekoro Yui. La jovencita se estremeció visiblemente cuando sus pies dieron con aquellas losas húmedas y frías y entonces pareció reparar en él.
—Oh... —murmuró, con los ojos abiertos como platos. Desde luego, no parecía haberse esperado encontrar a alguien dentro de la celda después de haber aparecido como dos fantasmas en una de sus pesadillas. ¡Pues que se lo dijeran a él!—. ¿Pero qué haces aquí?
Renkai quiso mandarla a la mierda. Quiso gritarle todo tipo de insultos e improperios, pero ante la presencia de Yui no pudo menos que encogerse en un rincón y lloriquear como un infante aterrado.
¡Nadie podía culparle!
No, seguro que n...
¡Puuff!
—¡¡¡AAAAAHHH!!!
Poco le faltó para enterrarse el dedo en el cerebro cuando una nube de humo estalló súbitamente en el centro de su peculiar mansión de lujo y dos figuras emergieron de ella. Una kunoichi y la antigua Arashikage, que ahora vestía el sombrero del Daimyō del País de la Tormenta. Aotsuki Ayame y Amekoro Yui. La jovencita se estremeció visiblemente cuando sus pies dieron con aquellas losas húmedas y frías y entonces pareció reparar en él.
—Oh... —murmuró, con los ojos abiertos como platos. Desde luego, no parecía haberse esperado encontrar a alguien dentro de la celda después de haber aparecido como dos fantasmas en una de sus pesadillas. ¡Pues que se lo dijeran a él!—. ¿Pero qué haces aquí?
Renkai quiso mandarla a la mierda. Quiso gritarle todo tipo de insultos e improperios, pero ante la presencia de Yui no pudo menos que encogerse en un rincón y lloriquear como un infante aterrado.
¡Nadie podía culparle!