23/07/2020, 22:22
—No —dijo Yui, con convicción, mientras las puertas del ascensor se cerraban con un chirrido metálico—. Lo soy ahora. Cuando vuelva a salir de ese despacho, no lo será nadie. Nunca más. —¡Bam! Las puertas se cerraron, el ascensor dio un pequeño bamboleo y comenzó a subir. Ambas quedaron en silencio durante un momento.
»El sistema feudal está defectuoso —opinó Yui, cerrando el puño con fuerza, los ojos azul eléctrico clavados en él—. Yo quería y respetaba a mi hermano, Ayame. Pero la sucia y triste verdad es que era un debilucho. Era alguien débil, de convicciones, y de poder. Por eso ha caído, sin apenas oponer resistencia.
»Mi padre nos envió a Amegakure para aprender Ninjutsu. Para que supiéramos lo básico. Pero en el fondo, la vida como noble te condena a vivir tras un muro de guardias. Depositas en ellos tu confianza, y tú no te curtes. Y a Jinza nunca se le dio bien luchar, aún por encima. Cuando Padre murió, y fue su turno de subir al trono, abandonó por completo su entrenamiento. Yo no. Yo me quedé. Yo quería ser fuerte. Quería ser la más fuerte. Admiraba a Yuukaito-sensei por encima de todas las cosas. Cuando lo mataron con un veneno cobarde, no pude quedarme quieta. Y acabé aquí por accidente.
»A Jinza nunca le gustó. Decía que no era vida para alguien con mi sangre. Pero por mis venas, Ayame —dijo, y la miró a los ojos fijamente. Unos ojos que volvían a tronar con la fuerza que ella conocía—, corre la lluvia que cae sobre nosotros día a día. Este es mi verdadero hogar.
»Si Jinza hubiera tenido un hijo, hubiera sido un flojo, un pocho sin sangre en las venas. De ningún tipo. Ese sí que no hubiera aprendido ya nada de Ninjutsu, ¿y entonces qué? ¿En qué se convierte? ¡En un pijo con un puñado de tierras! ¿Es ese el líder que debe guiar a una nación, Ayame?
Yui se dio la vuelta hacia las puertas del ascensor, mientras se detenía. Comenzaron a abrirse.
»No. Ni Señores, ni herencias. Son los NINJAS los que deben controlar el país. Es AMEGAKURE la que siempre protegió al País de la Tormenta, y en ella está su alma, su voluntad inquebrantable.
»Es la hora de los fuertes.
Amekoro Yui salió del ascensor, con paso firme, hacia la puerta cerrada de madera con el mismo símbolo que llevaría marcado al hierro candente en la frente hasta el fin de sus días.
»El sistema feudal está defectuoso —opinó Yui, cerrando el puño con fuerza, los ojos azul eléctrico clavados en él—. Yo quería y respetaba a mi hermano, Ayame. Pero la sucia y triste verdad es que era un debilucho. Era alguien débil, de convicciones, y de poder. Por eso ha caído, sin apenas oponer resistencia.
»Mi padre nos envió a Amegakure para aprender Ninjutsu. Para que supiéramos lo básico. Pero en el fondo, la vida como noble te condena a vivir tras un muro de guardias. Depositas en ellos tu confianza, y tú no te curtes. Y a Jinza nunca se le dio bien luchar, aún por encima. Cuando Padre murió, y fue su turno de subir al trono, abandonó por completo su entrenamiento. Yo no. Yo me quedé. Yo quería ser fuerte. Quería ser la más fuerte. Admiraba a Yuukaito-sensei por encima de todas las cosas. Cuando lo mataron con un veneno cobarde, no pude quedarme quieta. Y acabé aquí por accidente.
»A Jinza nunca le gustó. Decía que no era vida para alguien con mi sangre. Pero por mis venas, Ayame —dijo, y la miró a los ojos fijamente. Unos ojos que volvían a tronar con la fuerza que ella conocía—, corre la lluvia que cae sobre nosotros día a día. Este es mi verdadero hogar.
»Si Jinza hubiera tenido un hijo, hubiera sido un flojo, un pocho sin sangre en las venas. De ningún tipo. Ese sí que no hubiera aprendido ya nada de Ninjutsu, ¿y entonces qué? ¿En qué se convierte? ¡En un pijo con un puñado de tierras! ¿Es ese el líder que debe guiar a una nación, Ayame?
Yui se dio la vuelta hacia las puertas del ascensor, mientras se detenía. Comenzaron a abrirse.
»No. Ni Señores, ni herencias. Son los NINJAS los que deben controlar el país. Es AMEGAKURE la que siempre protegió al País de la Tormenta, y en ella está su alma, su voluntad inquebrantable.
»Es la hora de los fuertes.
Amekoro Yui salió del ascensor, con paso firme, hacia la puerta cerrada de madera con el mismo símbolo que llevaría marcado al hierro candente en la frente hasta el fin de sus días.