24/07/2020, 14:10
(Última modificación: 24/07/2020, 14:50 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—No —dijo Yui, mientras las puertas del ascensor se cerraban tras ellas con su peculiar chirrido—. Lo soy ahora. Cuando vuelva a salir de ese despacho, no lo será nadie. Nunca más.
¡Bam! Las puertas del ascensor se cerraron con un sonoro portazo, como si quisieran añadirle más dramatismo a las palabras de la anterior Arashikage.
«¿No lo será nadie, nunca más?» Se repitió Ayame, para sus adentros. «¿A qué se está refiriendo?»
—El sistema feudal está defectuoso —explicó Yui, cerrando un puño frente a sus ojos—. Yo quería y respetaba a mi hermano, Ayame. Pero la sucia y triste verdad es que era un debilucho. Era alguien débil, de convicciones, y de poder. Por eso ha caído, sin apenas oponer resistencia. Mi padre nos envió a Amegakure para aprender Ninjutsu. Para que supiéramos lo básico. Pero en el fondo, la vida como noble te condena a vivir tras un muro de guardias. Depositas en ellos tu confianza, y tú no te curtes. Y a Jinza nunca se le dio bien luchar, aún por encima. Cuando Padre murió, y fue su turno de subir al trono, abandonó por completo su entrenamiento. Yo no. Yo me quedé. Yo quería ser fuerte. Quería ser la más fuerte. Admiraba a Yuukaito-sensei por encima de todas las cosas. Cuando lo mataron con un veneno cobarde, no pude quedarme quieta. Y acabé aquí por accidente.
«Ruichi Yuukaito... Sandaime Arashikage...» Recordó Ayame.
—A Jinza nunca le gustó. Decía que no era vida para alguien con mi sangre. Pero por mis venas, Ayame —agregó, mirando a Ayame fijamente a los ojos. Y la muchacha no pudo evitar estremecerse al sentir de nuevo la fuerza avasalladora que la caracterizaba. Sus iris tronaban de nuevo con la potencia del trueno, y exigían ser escuchados—. , corre la lluvia que cae sobre nosotros día a día. Este es mi verdadero hogar. Si Jinza hubiera tenido un hijo, hubiera sido un flojo, un pocho sin sangre en las venas. De ningún tipo. Ese sí que no hubiera aprendido ya nada de Ninjutsu, ¿y entonces qué? ¿En qué se convierte? ¡En un pijo con un puñado de tierras! ¿Es ese el líder que debe guiar a una nación, Ayame?
«No...» Se descubrió estando de acuerdo con ella, con sus palabras.
—No. Ni Señores, ni herencias. Son los NINJAS los que deben controlar el país. Es AMEGAKURE la que siempre protegió al País de la Tormenta, y en ella está su alma, su voluntad inquebrantable. Es la hora de los fuertes.
Y Ayame volvió a descubrirse arrastrada por la fuerza de la tormenta, por el poder de la voz de Yui, por su carisma. Se vio a sí misma emocionada por su discurso, y si no clavó una reverencia ante ella fue porque las puertas del ascensor se abrieron justo en ese momento. Era la hora de los shinobi, ¡era la hora de que Amegakure tomara las riendas en el País de la Tormenta! Pero aquel iba a ser un golpe que sacudiera los mismos cimientos de la base sociológica de Ōnindo. Todo lo que habían conocido desde su propio nacimiento era que los shinobi servían a los Daimyō y protegían a los civiles de su país. ¿A qué debían atenerse ahora?
Y lejos, muy lejos de allí, un Uchiha con un ojo ciego y con un águila como guardián, daba un discurso frente a los otros dos Kage. Un discurso sobre el falso derecho de los Daimyō a gobernar sólo por el mero hecho de haber nacido como tales, un discurso sobre la libertad del pueblo... ¿Qué hubiese pasado si Yui hubiese estado allí para escucharlo? Eso era algo que jamás sabrían.
¡Bam! Las puertas del ascensor se cerraron con un sonoro portazo, como si quisieran añadirle más dramatismo a las palabras de la anterior Arashikage.
«¿No lo será nadie, nunca más?» Se repitió Ayame, para sus adentros. «¿A qué se está refiriendo?»
—El sistema feudal está defectuoso —explicó Yui, cerrando un puño frente a sus ojos—. Yo quería y respetaba a mi hermano, Ayame. Pero la sucia y triste verdad es que era un debilucho. Era alguien débil, de convicciones, y de poder. Por eso ha caído, sin apenas oponer resistencia. Mi padre nos envió a Amegakure para aprender Ninjutsu. Para que supiéramos lo básico. Pero en el fondo, la vida como noble te condena a vivir tras un muro de guardias. Depositas en ellos tu confianza, y tú no te curtes. Y a Jinza nunca se le dio bien luchar, aún por encima. Cuando Padre murió, y fue su turno de subir al trono, abandonó por completo su entrenamiento. Yo no. Yo me quedé. Yo quería ser fuerte. Quería ser la más fuerte. Admiraba a Yuukaito-sensei por encima de todas las cosas. Cuando lo mataron con un veneno cobarde, no pude quedarme quieta. Y acabé aquí por accidente.
«Ruichi Yuukaito... Sandaime Arashikage...» Recordó Ayame.
—A Jinza nunca le gustó. Decía que no era vida para alguien con mi sangre. Pero por mis venas, Ayame —agregó, mirando a Ayame fijamente a los ojos. Y la muchacha no pudo evitar estremecerse al sentir de nuevo la fuerza avasalladora que la caracterizaba. Sus iris tronaban de nuevo con la potencia del trueno, y exigían ser escuchados—. , corre la lluvia que cae sobre nosotros día a día. Este es mi verdadero hogar. Si Jinza hubiera tenido un hijo, hubiera sido un flojo, un pocho sin sangre en las venas. De ningún tipo. Ese sí que no hubiera aprendido ya nada de Ninjutsu, ¿y entonces qué? ¿En qué se convierte? ¡En un pijo con un puñado de tierras! ¿Es ese el líder que debe guiar a una nación, Ayame?
«No...» Se descubrió estando de acuerdo con ella, con sus palabras.
—No. Ni Señores, ni herencias. Son los NINJAS los que deben controlar el país. Es AMEGAKURE la que siempre protegió al País de la Tormenta, y en ella está su alma, su voluntad inquebrantable. Es la hora de los fuertes.
Y Ayame volvió a descubrirse arrastrada por la fuerza de la tormenta, por el poder de la voz de Yui, por su carisma. Se vio a sí misma emocionada por su discurso, y si no clavó una reverencia ante ella fue porque las puertas del ascensor se abrieron justo en ese momento. Era la hora de los shinobi, ¡era la hora de que Amegakure tomara las riendas en el País de la Tormenta! Pero aquel iba a ser un golpe que sacudiera los mismos cimientos de la base sociológica de Ōnindo. Todo lo que habían conocido desde su propio nacimiento era que los shinobi servían a los Daimyō y protegían a los civiles de su país. ¿A qué debían atenerse ahora?
Y lejos, muy lejos de allí, un Uchiha con un ojo ciego y con un águila como guardián, daba un discurso frente a los otros dos Kage. Un discurso sobre el falso derecho de los Daimyō a gobernar sólo por el mero hecho de haber nacido como tales, un discurso sobre la libertad del pueblo... ¿Qué hubiese pasado si Yui hubiese estado allí para escucharlo? Eso era algo que jamás sabrían.