24/07/2020, 18:48
(Última modificación: 24/07/2020, 19:36 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Yui, seguida de cerca por Ayame, avanzó hacia la puerta entre largas zancadas y prácticamente la embistió para abrirla. Al otro lado se encontraron con una sobresaltada Shanise que, sentada tras el escritorio de ébano, tuvo que dejar a un lado la pluma con la que debía estar rellenando diversos pergaminos de aspecto oficial.
—Yuyu... ¿qué...? ¡Ayame! ¿Qué hacéis vosotras dos aquí...? —preguntó, alzándose en su asiento.
—Shani —pronunció Yui, y su voz sonó rota, quebrada. El trueno gimió, y a la electricidad le siguió la lluvia, que ahora corría libre por sus mejillas—. Mi hermano ha muerto. No he podido hacer nada para...
Y entonces, la coraza que había levantado se quebró en mil pedazos. Yui estalló en llantos y cayó al suelo de rodillas, tapándose la cara. Ayame hizo el amago de adelantarse, con la mano levantada como si quisiera apoyarla en el hombro de la anterior Arashikage, pero se quedó a mitad de camino. Jamás la había visto de aquella manera: tan vulnerable, tan... humana. Ni siquiera en aquel encuentro con Kokuō. Verla de aquella manera la impresionó de tal manera que se quedó congelada en el sitio.
Afortunadamente, Shanise sí actuó. Saltó por encima de la mesa, y se arrodilló junto a Yui para estrecharla entre sus brazos.
—Ayame... ¿qué ha pasado? —preguntó, devolviéndola a la realidad.
Y la kunoichi respiró hondo varias veces, tratando de poner en orden sus pensamientos.
—F... Fuimos atacados... En la final del torneo —balbuceó, con la voz quebrada. Tuvo que aclararse la garganta para tratar de infundir algo de firmeza a sus palabras. Pero era una firmeza que estaba lejos de sentir—. Dragón Rojo, y los Generales de Kurama. Al menos uno de ellos. Y... Yo... No sé muy bien lo que pasó, me emboscaron mientras estaba dentro del estadio y no pude ver lo que pasaba fuera... Pero, al parecer... —Ayame se humedeció los labios, dirigiendo una breve mirada a Yui—. Han... Han asesinado a los Daimyō...
Culminó, con un estremecimiento, pálida como la cera. A su mente acudían sin parar aquellos últimos momentos: el huracán, la explosión, el monstruoso trueno... Los había visto de lejos, pero los sintió como si hubiese estado en el corazón de los tres.
—Yuyu... ¿qué...? ¡Ayame! ¿Qué hacéis vosotras dos aquí...? —preguntó, alzándose en su asiento.
—Shani —pronunció Yui, y su voz sonó rota, quebrada. El trueno gimió, y a la electricidad le siguió la lluvia, que ahora corría libre por sus mejillas—. Mi hermano ha muerto. No he podido hacer nada para...
Y entonces, la coraza que había levantado se quebró en mil pedazos. Yui estalló en llantos y cayó al suelo de rodillas, tapándose la cara. Ayame hizo el amago de adelantarse, con la mano levantada como si quisiera apoyarla en el hombro de la anterior Arashikage, pero se quedó a mitad de camino. Jamás la había visto de aquella manera: tan vulnerable, tan... humana. Ni siquiera en aquel encuentro con Kokuō. Verla de aquella manera la impresionó de tal manera que se quedó congelada en el sitio.
Afortunadamente, Shanise sí actuó. Saltó por encima de la mesa, y se arrodilló junto a Yui para estrecharla entre sus brazos.
—Ayame... ¿qué ha pasado? —preguntó, devolviéndola a la realidad.
Y la kunoichi respiró hondo varias veces, tratando de poner en orden sus pensamientos.
—F... Fuimos atacados... En la final del torneo —balbuceó, con la voz quebrada. Tuvo que aclararse la garganta para tratar de infundir algo de firmeza a sus palabras. Pero era una firmeza que estaba lejos de sentir—. Dragón Rojo, y los Generales de Kurama. Al menos uno de ellos. Y... Yo... No sé muy bien lo que pasó, me emboscaron mientras estaba dentro del estadio y no pude ver lo que pasaba fuera... Pero, al parecer... —Ayame se humedeció los labios, dirigiendo una breve mirada a Yui—. Han... Han asesinado a los Daimyō...
Culminó, con un estremecimiento, pálida como la cera. A su mente acudían sin parar aquellos últimos momentos: el huracán, la explosión, el monstruoso trueno... Los había visto de lejos, pero los sintió como si hubiese estado en el corazón de los tres.