24/07/2020, 20:54
(Última modificación: 24/07/2020, 20:55 por Aotsuki Ayame.)
—Y no solo a los Daimyo... —añadió Yui, entre los brazos de Shanise—. Han matado a decenas, cientos de personas. Civiles. Niños. Shinobi de las tres aldeas. Se abrieron paso como si nada, y no pudimos hacer nada. ¡Nada!
Consternada ante la noticia, Ayame se tambaleó peligrosamente al escucharla. Cientos de vidas. Perdidas. Sin importar origen, edad, sexo... Cientos de inocentes cuyo único delito había sido querer asistir a la final de un torneo. Y entre todas esas vidas podían estar su padre, su hermano, la madre de Daruu, su hermana... De sólo imaginarlo, el corazón se le hundió en el pecho.
—No puedo creer que me estéis diciendo esto... —admitió Shanise, impotente—. Yuyu... lo siento...
Y Ayame, aislada de aquella burbuja, apretó los puños, impotente. Y mirando a Amekoro Yui se dio cuenta de algo: De eso era capaz Dragón Rojo, de coger a la persona más fuerte del mundo y destruirla enteramente, física y emocionalmente, hasta dejarla por los suelos.
«Y los monstruos son los bijū.» Resonó la voz de Kokuō en su cabeza.
Y Ayame apretó aún más las mandíbulas.
—Sean cuales sean sus planes, no se van a salir con la suya... —masculló entre dientes, temblando de la cabeza a los pies.
Ella también tenía ganas de desmoronarse y echarse a llorar como una chiquilla allí mismo, sus ojos húmedos lo atestiguaban. Pero la misma Amekoro Yui se lo había dicho minutos atrás.
—¡Vamos a encontrar a esos malnacidos!
Era la hora de los fuertes.
—¡Y LE CORTAREMOS UNA A UNA LAS CABEZAS A ESE DICHOSO DRAGÓN ROJO!
Sangre en sus manos. Tal era la rabia que sentía que se había apuñalado con sus propias uñas. Pero no sentía el dolor. Porque era su corazón el que se desgarraba al ver a su Arashikage de esa manera y al pensar en todas las vidas que se habían perdido en tan solo un instante.
Consternada ante la noticia, Ayame se tambaleó peligrosamente al escucharla. Cientos de vidas. Perdidas. Sin importar origen, edad, sexo... Cientos de inocentes cuyo único delito había sido querer asistir a la final de un torneo. Y entre todas esas vidas podían estar su padre, su hermano, la madre de Daruu, su hermana... De sólo imaginarlo, el corazón se le hundió en el pecho.
—No puedo creer que me estéis diciendo esto... —admitió Shanise, impotente—. Yuyu... lo siento...
Y Ayame, aislada de aquella burbuja, apretó los puños, impotente. Y mirando a Amekoro Yui se dio cuenta de algo: De eso era capaz Dragón Rojo, de coger a la persona más fuerte del mundo y destruirla enteramente, física y emocionalmente, hasta dejarla por los suelos.
«Y los monstruos son los bijū.» Resonó la voz de Kokuō en su cabeza.
Y Ayame apretó aún más las mandíbulas.
—Sean cuales sean sus planes, no se van a salir con la suya... —masculló entre dientes, temblando de la cabeza a los pies.
Ella también tenía ganas de desmoronarse y echarse a llorar como una chiquilla allí mismo, sus ojos húmedos lo atestiguaban. Pero la misma Amekoro Yui se lo había dicho minutos atrás.
—¡Vamos a encontrar a esos malnacidos!
Era la hora de los fuertes.
—¡Y LE CORTAREMOS UNA A UNA LAS CABEZAS A ESE DICHOSO DRAGÓN ROJO!
Sangre en sus manos. Tal era la rabia que sentía que se había apuñalado con sus propias uñas. Pero no sentía el dolor. Porque era su corazón el que se desgarraba al ver a su Arashikage de esa manera y al pensar en todas las vidas que se habían perdido en tan solo un instante.